domingo, 31 de octubre de 2010
Dios no existe
Parecía que esta vez era posible, que íbamos a eludir la fatalidad argentina que atraviesa nuestra historia. Tal vez por esa razón cuando la noticia de la muerte de Néstor Kirchner llegó con la fuerza del viento de la Patagonia corrimos a mares hacia la Plaza de Mayo.
Fue un círculo. El día que asumió como Presidente fueron muchos los que salieron de sus casas emocionados cuando escucharon que recordaba la Plaza del 73. Él había sido uno más de los jóvenes que festejaban la llegada de Héctor Cámpora al gobierno y mucho otros de su generación, que observaban el discurso de asunción con recelo y desconfianza, dejaron la sobremesa dominical de lado y se fueron a la Plaza derribando millones de prejuicios.
Néstor nos enseñó a poner el cuerpo por nuestras ideas, a ser más valientes, a confiar en nuestro protagonismo. Los festejos del Bicentenario no fueron puro despliegue de imágenes como dijo Josefina Ludner, fueron la posibilidad ritual de encarnar la historia. Porque recuperamos nuestro lugar en Latinoamérica, porque revisamos críticamente nuestro pasado, porque vencimos al destino de fracasos, nos lanzamos a festejar durante cuatro días. Éramos un pueblo que teníamos muy en claro lo que queríamos y nos sentíamos orgullosos de ser argentinos.
Durante dos siglos distintos gobiernos nos educaron en una cultura de la auto degradación que tuvo pequeñas interrupciones como los dos mandatos de Juan Perón . Ser argentino era sinónimo de imposibilidad. Estábamos destinados a soñar lo que nunca íbamos a tener. Una clase dirigente se ocupa permanentemente de convencernos de que nuestra auspiciosa realidad de todos los días es un espejismo. Primero fue el viento de cola que permitió mejorar los ingresos, crear fuentes de trabajo, conseguir la quita más importante de la deuda al Fondo Monetario de la historia. Pero cuando el viento de cola vino de frente, cuando la crisis internacional estalló y nosotros seguimos consumiendo y mantenemos nuestro nivel de vida porque logramos nuestra soberanía económica, se quejan porque la Presidenta no asume la crisis. Se les hace intragable que se anime a darle consejos a los países europeos. Nosotros no estamos para eso, siempre nos enseñaron a afirmar que Europa era el paraíso que debíamos copiar y ahora esta mujer se anima a tirar abajo la propaganda más añeja de la oligarquía argentina.
El velatorio de Néstor Kirchner fue un acto de movilización popular donde todo el que se acercaba a la capilla ardiente quería hacer oír su voz. El kirchnerismo es un gran
constructor de ciudadanía y en la despedida del ex Presidente estallaron las singularidades. Carteles hechos a mano, adornos florales caseros y gritos. El pueblo dijo en todas sus formas, en todos sus tonos de voz que iba a acompañar a Cristina, que iba a cuidarla como ese día de la caminata latinoamericana en la fiesta del Bicentenario. Cristina, Néstor, ocho presidentes de América Latina abrazados por el pueblo.
Es difícil transmitir la sensación de hermandad que palpamos por estos días. Está el dolor como vacío, como desamparo, pero existe la certeza de que somos muchísimos los que estamos dispuestos a defender lo conseguido, que pensamos similar y estamos con la atención puesta en los mismos temores. Alertas y en comunión.
Movilizarse durante estos años fue un modo de darnos visibilidad frente a un discurso mediático que nos negaba. El pueblo no quiere a los Kirchner, repetían una y otra vez los medios hegemónicos. Sujetos sin organización partidaria se convirtieron en militantes espontáneos decididos a discutir con el vecino, los amigos, los compañeros de trabajo sobre los cambios maravillosos que había traído a su vida el kirchnerismo y ellos parecían no querer aceptar.
Manifestarse era el mejor argumento contra la derecha que tuvo efímeras capacidades de movilización durante el conflicto con el campo. La diferencia es que ellos se mueven por intereses y el pueblo por convicciones. Durante el Bicentenario los ruralistas intentaron organizar un festejo paralelo que se vio aplastado por los seis millones de personas que asistieron a los festejos oficiales.
Estuvimos juntos en la felicidad y el dolor. Hicimos de todas esas instancias un acto colectivo. Dejamos de ser individualidades. Tantos golpes para que en el Bicentenario de la patria naciera el pueblo. Esa palabra que despertó burlas durante los noventa, ya considerada demodé, reciclada por una izquierda de museo, hoy es una realidad. Murió Néstor y nació el héroe colectivo.
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A veces, alejandra, leo tres o cuatro lineas de tus discurso oficialista y me digo suerte haber vivido la decada del setenta y tener en claro quien es quien en todo este entramado decadente
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