domingo, 27 de diciembre de 2009

Kirchnerismo y dinero



En las discusiones sobre política y kirchnerismo surge siempre un tema, un argumento de parte de los detractores del gobierno nacional: Los Kirchner son millonarios y, más descalificador aún, hicieron su dinero a costa del estado. La discusión sobre la corrupción reduce la política a un fenómeno delictivo donde todo se explica y se enuncia desde es lugar.
El problema de la corrupción ocupó un protagonismo central en la política de los noventa. Principalmente porque el gobierno menemista era claramente corrupto y, en un orden no menos importante porque el periodismo encontró su razón de ser en la denuncia de los delitos del estado. Este mecanismo enunciaba una realidad donde el funcionario de turno era un ser sólo motivado por la necesidad de enriquecerse. Llegaba entonces el periodista, como una suerte de justiciero quien a partir de la cámara sorpresa o de mecanismos emparentados con la investigación develaba el delito y le decía la verdad al espectador. Ese ciudadano sentado en el sillón de su casa veía las pruebas desplegarse con contundencia en la pantalla pero no veía jamás sus consecuencias. La denuncia era posible porque la impunidad estaba garantizada. Es decir, los dos mecanismos iban juntos, no había diferencias entre uno y otro. El periodismo de investigación no venía a oponerse al poder sino que era posible porque su investigación no iba a derivar en un enjuiciamiento sino en un hecho bastante diferente. El fenómeno de está mecánica tenía su explicación en el escepticismo que generaba en el ciudadano espectador. Al ver que nada cambiaba el desencanto lo invadía. La realidad no es un espacio en el que yo pueda intervenir. Si estos periodistas expusieron sus pruebas frente a los ojos del todo el país y nada cambia esto es irremediable. Los caminos que quedaban eran o resignarse o ser igual a ellos.
La corrupción es un gran espectáculo y un gran negocio para el periodismo. Esto no es pura especulación intelectual, lo he visto con mis propios ojos. Al ocupar el lugar de justicieros los periodistas se ganaron el “afecto de la gente”. Cuando ya no se podía creer en nada, cuando no había ideales ni políticos confiables, el único resabio era el periodismo. Así su carisma, su rol de incuestionables fue creciendo. De este modo se construyó su autoridad.
Como soy walshiana sigo creyendo que ese periodismo de investigación al que cualquier estudiante de comunicación le hace un altar, es un camino seguro a la clandestinidad si se ejerce de forma independiente. Cuando veo que grandes editoriales y grandes medios sostienen investigaciones para desenmascarar al poder (que en su boca siempre es el gobierno de turno) entiendo que algo raro pasa. O ellos se han convertido en un poder más poderoso que el gobierno (algo que ya comprobamos que es verdad) o ese mismo gobierno es el que le provee de información con una clara estrategia internista (algo que en los años menemistas pude comprobar con deslumbrante transparencia). Con todo esto quiero decir, aunque a esta altura tendría que ser algo sabido por todos: Las denuncias de corrupción hechas por el periodismo nunca son realmente contrarias al poder sino que son funcionales al poder mismo. Si no fuera así, si se tratara de un Rodolfo Walsh del siglo XXI, terminarían en una zanja. Les recuerdo que Walsh tuvo que vivir en la clandestinidad para escribir “Operación Masacre”, ningún medio le quiso publicar esa investigación, jamás trabajó en un medio importante y terminó desaparecido.
En los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner hubo un romance entre la sociedad y su presidente. Esto fue absolutamente nocivo para el periodismo. Un presidente venía a quitarles su popularidad. Entonces reapareció la corrupción kirchnerista con algunos casos que todos recordamos. Pero ¿cuál es la diferencia fundamental con el menemismo? Que cuando hay política no hay corrupción o al menos ésta se atenúa y cuando hay corrupción no hay política.
La corrupción implica que el aparato del estado es una mera formalidad y que las decisiones se toman en otro ámbito, a espaldas de la ciudadanía, que los distintos sectores sociales no interfieren. No cuentan las relaciones de fuerzas sino los negocios. Kirchner abrió el juego político, la realidad volvió a ser el escenario por excelencia. Su discusión con julio Nazareno fue pública. Cuando la política se desarrolla de esta manera el espacio para la corrupción se reduce aunque no desaparece porque el poder en sí mismo es corrupto.
Comparemos el voto por la ley de flexibilización laboral durante el gobierno de Fernando De la Ría y el voto por la resolución 125 durante el gobierno de Cristina Fernández. En el primer caso las coimas, la Banelco fueron posibles porque no había política, es decir, no existía la capacidad de negociación, de acuerdos, tampoco existía la realidad plagada de actores políticos que pudieran incidir en el voto de los legisladores. Había marketing, la vacuidad de Antonio de La Rúa haciendo discursos, entonces sólo quedaba la plata. Los compramos y sacamos la ley. En realidad lo que la Alianza quiso hacer fue copiar al menemismo pero como no entendieron sus mecanismos terminaron construyendo su propia tumba. El menemismo era la ausencia de política como estrategia con una base política sólida. La Alianza era directamente la falta de política sin estrategia.
Durante las negociaciones por las retenciones móviles el gobierno no podía comprar diputados. Y aquí quiero aclarar una cosa. No se trata de políticos honestos o corruptos, más allá de que existen personas más nobles que otras. Se trata de poder o no poder, se trata de condiciones de posibilidad. El gran error cuando se habla de corrupción es pensarla desde las intenciones. Esta fue la gran simplificación de los noventa. Busquemos políticos honestos y la corrupción se termina. Gran error. Lo que hay que construir son mecanismos políticos. ¿Por qué Menem no cayó por su propia corrupción? ¿Por qué pudo terminar sus dos mandatos sin climas destituyentes? Porque él nunca fundó su gobierno en una promesa política. Él se encargó desde el primer momento de demostrar que la palabra no valía absolutamente nada, que era inconsistente y que no tenía nada que ver con los hechos de gobierno. Kirchner, por el contrario, desde su discurso de asunción vinculó la palabra política con la acción. Allí el político genera un compromiso con la ciudadanía mucho más arriesgado porque si la población no observa esta correspondencia le quita el apoyo y lo deja en una zona de más fragilidad. Por ejemplo, si Perón hubiera perdido el apoyo popular hubiera desaparecido su identidad, se habría derrumbado. Otro político que no construya su legitimidad desde el apoyo popular podrá sobrevivir mejor sin él.
La despolitización tiene entre sus principales herramientas a la corrupción como idioma desde el que se lee la realidad. La política se reduce al delito. Hay que desenmascarar al delincuente, hay que encontrar el delito para conocer la verdad. El periodista, que actúa como operador fundamental en este sentido, necesita encontrar el caso de corrupción que desate el escándalo. Podría elegir otros caminos, podría, por ejemplo, ocuparse de brindar nuevos elementos para leer la realidad y también podría informar. La confusión es un recurso esencial para construir el estado de corrupción. Todo debe ser sospechado. “Detrás de esta medida de gobierno debe haber algún negociado”, se le escuchará decir a cualquier vecino o compañero de trabajo. Sin pruebas, sin evidencias se refugian en lo que les dicta su sentido común, su práctica de haber digerido el discurso mediático.
Pero vayamos al tema que nos convoca: ¿Los Kirchner son corruptos? No lo sé. Alguna vez vi en los programas de Jorge Lanata (uno de los grandes responsables de la despolitización de la política. Alguna vez voy a publicar un artículo que ningún editor me quiso publicar por temor a enemistarse con Lanata, explicando por qué creo que es el paradigma del periodista posmoderno y, por qué considero que es un menemista en su forma de pensar y exponer la realidad aunque él se declare anti menemista), decía entonces que vi programas de Lanata donde se creaban sospechas sobre los Kirchner donde no se exponía una sola prueba. El razonamiento era: Lanata es confiable por lo tanto los políticos no lo son. Recuerdo muy bien que después de un programa donde se enunciaba las propiedades que los miembros del gabinete tenían en Puerto Madero fue Alberto Fernández al programa y le dijo que su patrimonio no tenía nada que ver con lo que ellos había expuesto y que él no tenía las propiedades que allí se mencionaban. Lanata se quedó callado y jamás se aclaró esa situación, lo que me lleva a pensar que se carecía de una sustentación para esas acusaciones.
Yo me defino como Kirchnerista, si yo supiera que los Kirchner son corruptos no sería complaciente. Odio la frase” roban pero hacen”, con la que muchas veces me han disparado en varias discusiones. Esa frase supone una resignación sobre la que no se puede construir una política nueva, inédita, inclusiva como la que yo sueño. Si los Kirchner llegaran a ser corruptos (una posibilidad que yo no niego ni afirmo porque entiendo que el poder en sí mismo tiene mecanismos corruptos y oscuros) yo no los voy a disculpar porque nos dieron la ley de radiodifusión (entre otras cosas) creo que cuando una persona delinque debe rendir cuentas como todo ser humano pero yo no podría reducir jamás el kirchnerismo a la corrupción y me niego a aceptar eso. El kirchnerismo es una experiencia política que mejoró la vida de millones de argentinos, que integró a jubilados, a desamparados, que nos hizo protagonistas de una nueva idea de justicia, que recuperó la política, el pensamiento y la acción entre muchas otras cosas. No estoy dispuesta a perder todo eso que no les pertenece a los K sino a todo el pueblo argentino por los errores de dos o tres nombres propios. Yo defiendo la realidad de una experiencia que nos hizo confiar en las posibilidades de nuestro país cuando creíamos que estábamos derrotados. Esa experiencia va más allá de las tierras en el Calafate. Insisto, no voy a disculpar ningún abuso de poder pero nosotros no tenemos que ser tan obtusos de negar todo lo que hemos avanzado por una cartera millonaria, debemos poner nuestras energías en apropiarnos de esta experiencia y profundizarla para que no se reduzca a las limitaciones de dos o tres nombres propios.

martes, 22 de diciembre de 2009

Premio Luis de Tejeda 2009

Mostrando entradas con la etiqueta Ganadores Premio Luis de Tejeda 2009. Mostrar todas las entradas Mostrando entradas con la etiqueta Ganadores Premio Luis de Tejeda 2009. Mostrar todas las entradas
lunes 7 de diciembre de 2009
El Premio Tejeda ya tiene ganadores

El Jurado integrado por Diego Tatián, Silvio Mattoni y Alberto Giordano (Rosario) llegó a un acuerdo unánime en el orden de mérito de los ganadores de esta edición del Premio Municipal de Literatura Luis José de Tejeda. Dedicado en esta oportunidad al ensayo y a una problemática específica y contemporánea “Literatura y subjetividad”, convocó a escritores de diferentes lugares del país con una variedad de propuestas destacables por su calidad e interés en el tema.
Por medio de la presente se dan a conocer los resultados de esta XXV edición de este prestigioso Premio Municipal creado en el año 1984 y que amplía su proyección a nivel nacional.

LAS OBRAS Y AUTORES DISTINGUIDOS SON

PRIMER PREMIO
Sergio Cueto de la ciudad de Rosario por su trabajo Cinco retratos.

SEGUNDO PREMIO
Clelia Inés Moure de la ciudad de Mar del Plata por su trabajo Escrito a mano – Notas sobre la escritura, el cuerpo y el sujeto en la literatura contemporánea.

TERCER PREMIO
Manuel Martínez de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por su trabajo Geografías del caracol.

MENCIONES HONORÍFICAS PARA

Diego Bentivegna de la ciudad de Buenos Aires por su trabajo Polvo enamorado. Alteridad y resto de la palabra poética.

Silvia Anderlini de la ciudad de Córdoba por su trabajo El autoexilio a partir del siglo XX: Catástrofe y redención de la subjetividad autobiográfica.

Alejandra Varela de la ciudad de La Plata por su trabajo
Carlos Correas, el extranjero.

Hoy es el día


A las nueve de la noche se entregan los premios del Concurso Municipal de Literatura Luis José Tejeda, en la ciudad de Córdoba. Allí me presenté con el ensayo “Carlos Correas,el extranjero” y obtuve una mención honorífica. Gracias al jurado y a todos los que con su testimonio me permitieron escribir esta biografía sobre un autor bastante olvidado de nuestra literatura.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Muerta la Crítica: una sociedad domesticada



Una sensación recorre el mundo del arte. Una sensación que se transforma en certeza: no existen las críticas negativas, demoledoras, punzantes.
La complacencia nos hace pertenecer. La mayor aspiración de un crítico es ser querido. Partiendo de este diagnóstico todo se vuelve aburrido y falso porque, si se reseña un libro para recibir el agradecimiento del autor y editores, ¿adónde se encuentra la verdadera crítica? ¿En las reuniones entre intelectuales amigos donde se despelleja al autor de moda? ¿En los pasillos y cotorreos de las redacciones?
Escribí para dos medios desigualmente importantes: El diario Clarín y la revista la Mujer de mi Vida. En esos dos espacios intenté experimentar con la crítica. En la Mujer de mi Vida fui lapidaria, durísima. María Moreno me calificó como terrorista, concepto que, me aclaró más tarde, en su boca era un elogio. Fernando Martin Peña me envió un mail donde me deseaba que me cayera de una escalera después de cuestionar los lugares comunes del Nuevo Cine Argentino. Por una nota de similares características en Ñ me gané el odio de Daniel Hedller. También tuve mis adherentes, mis felicitaciones y cierta identificación de algunos lectores que sostenían que esas observaciones puestas en palabras estaban en el pensamiento de muchos. Igualmente no es la mejor receta para asegurarse la permanencia en los medios.
El universo de los espacios independientes no es garantía de crítica y desenfado. Por el contrario creo que en ese rubro existen más condicionantes que en los medios masivos. Pongo como ejemplo la revista de teatro Funámbulos. No hace otra cosa que escribir notas serviles sobre la dramaturgia de los noventa. ¿La razón? Allí tienen sus lectores y financistas. Están para consolidar una estética teatral. Los alumnos, el público, los aspirantes a teatristas y los teatristas consagrados necesitan saber que ese espacio los afirma en sus certezas. Por otro lado hay que ser sinceros: Si se enemistan con ellos ¿de dónde sacan lectores? Un bodrio.
En la Argentina no se publican libros malos de autores nacionales. Si alguien encuentra una crítica negativa hacia un autor de moda por favor que me la acerque. Igual hay modos de inferir que el libro es malo. Si se hace mucho énfasis en la cuestión generacional y se habla de fluidez, de una estética ligada a las nuevas tecnologías, lo más probable es que sea un pastiche frívolo. Algo parecido ocurre con el cine nacional. Si se destacan los climas, la fotografía, algunas actuaciones espontáneas, es porque no hay una historia sino el cómodo minimalismo que nos lleva a no correr riesgos.
El mayor miedo de un crítico es que no lo inviten a los eventos culturales, que no lo saluden, que lo incluyan en el aburridísimo mundillo artístico donde ya hay un libreto escrito sobre lo que hay que decir y adular. Es triste.
El crítico podría construir su propia independencia recuperando ese lugar creativo que tuvo y a veces tiene la teoría, como un texto aparte, autónomo, como un ser creador de nuevos pensamientos y nuevas posibilidades artísticas.
Hoy su rol principal es el de legitimar estéticas, bloquear la producción de lo nuevo. Guía la mirada del espectador para forzarlo a aceptar una poética que le garantice el lugar del entendido. Si esto no te gusta, parece decirle, sos un tonto. No se puede dejar el consumo estético en manos de ese impensable que es el espectador, el lector. Cuando Alain Badiou soñaba con un crítico que trabajara sobre el azar del público intentaba lastimar la matriz del crítico capitalista. Lo que se consume debe ser predeterminado. Si a todos les gustan cosas distintas entonces nadie podría hacer negocios con el arte. Hay que monopolizar el gusto.
Se me podrá decir que también está, del otro lado, el artista desesperado por la nota en el suplemento cultural. Por supuesto, pero justamente por esta razón creo que la crítica está desaprovechando su propio poder. No el de ensañarse sino el de exigir. Estoy convencida de que si la crítica fuera más intensa, más personal la producción artística sería mucho mejor.
Pero vuelvo a la pregunta del comienzo. Si todo el arte nacional es bueno ¿a dónde está la crítica? ¿En las conversaciones privadas? ¿En los hombres y mujeres del subsuelo? ¿La crítica se ha convertido en una actividad casera? De ser así ha perdido su razón de ser, su sentido. La crítica debe ser un hecho social, una intervención. ¿Por qué no se puede cuestionar la producción estética? ¿Por la intolerancia de los artistas? ¿Por miedo al ostracismo? Somos entonces una sociedad intolerante que les pide a sus políticos democracia, diálogo cuando cualquier minusválido cineasta o novelista de moda se ofende irremediablemente ante un comentario adverso.
Este fenómeno de la búsqueda de la aceptación poco tiene que ver con el arte. ¿Adónde quedó el regodeo del artista incomprendido? ¿A dónde esas ansias de malditismo? Les recomiendo leer “Operación Masotta” de Carlos Correas donde el autor observa y describe como su amigo se institucionaliza como intelectual desde la complacencia. El rol de Masotta en el Di Tella fue el de obligar a la sociedad a asimilar esa propuesta estética. El sarcasmo de Correas no era redituable.
Somos una sociedad domesticada que no se anima a hacer aquello que los demás no hacen. Sí, hay una pretensión de originalidad en el arte pero es absolutamente superflua, se la piensa como el pasaporte para convertirse en el artista de moda pero en el fondo hay una desesperación por ser iguales, por pertenecer a algo que no se sabe muy bien que es y, una vez que se está allí dentro, pocos son capaces de reconocer que es una reverenda mierda.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Carlos Correas y la escritura culposa del deseo


Por estos días recibí con felicidad la noticia que había obtenido una mención honorífica en el Premio Municipal de Literatura Luis José Tejada de la ciudad de Córdoba por mi ensayo “Carlos Correas, el extranjero”. Publicar aquí un capítulo de ese trabajo es casi una obligación: Correas fue un escritor suicida que se adapta absolutamente al manifiesto que presenta este blog: “La buena vida”Su espíritu de oposición permanente a la vida burguesa, de raro en el sentido que lo planteaba Rubén Darío me atrajo desde el primer momento que tomé contacto con su escritura y me llevó, desde hace dos años, a entrar en la difícil tarea de reconstruir su biografía Lanzarse a la calle, hundirse en ella y usar la literatura para volver a la superficie, un modo de hacer flotar en el agua barrosa el basural sumergido.

El foco puesto en el lugar que no se conoce, o se dice no conocer. Hombres que se tocan en la sala oscura de un cine, imitando, de un modo tortuoso, la treta que las jóvenes parejas usaban en épocas de noviazgos rigurosamente vigilados.

Ernesto Said le pide a la calle lo que el encierro del cine no le ha dado. Como Erdosain gasta su exaltación en el andar perdido. Consume el tiempo en la necesidad de buscar.

La primera diferencia, tal vez la más importante, entre el joven Carlos Correas que escribió “La Narración de la Historia” y los autores que desde los años noventa recurren a los marginales como protagonistas de sus historias, es que Correas conoce perfectamente el mundo sobre el que escribe. Es más, ese es su mundo, a él pertenece. Resulta difícil imagina a Santiago Vega o a Reynaldo Sietecase dando vueltas por la noche buscando algo (¿una aventura? ¿Un amorío?) Sin rumbo, sin tener una cita pautada, sin que el azar se vea contenido y disimulado en un plan previo.

Esto no los desmerece. No necesariamente desde la experiencia surge una nueva literatura. Lo que divide las aguas es que la literatura de Santiago Llach o Vega se parece demasiado a la mirada televisiva sobre la marginalidad, habla de algo que se consume y digiere sin problemas, que se tolera dentro de la mesa familiar como un elemento más del paisaje. Cuando Correas escribió “La Narración de la Historia” echó luz sobre costumbres que no circulaban con tanta naturalidad en la construcción ficcional o mediática. Un submundo al que sólo se accedía desde la experiencia. Hoy todo se sabe y se conoce sin que la vida se vea expuesta a estar en el momento y el lugar de los hechos. Pueden ser otros los que arriesguen el pellejo, ya llegará hasta nosotros el episodio narrado desde un soporte hiperreal que nos haga creer que estuvimos allí, que nos de la seguridad para hablar con un excesivo y estudiado conocimiento. El desafío para la literatura es despertar interés por aquello que ya se cree saber.

La sexualidad es, para Correas, algo difícil de transitar desde la literatura y la vida. Difícil porque siempre encierra un problema. No se asimila en el descaro, en el chiste sobre sus prácticas. “Vos, la chupapijas de la televisión”, dijo alguna vez Llach en el Rojas. Puso el grito desfachatado, el insulto fastidiado (y fastidioso) en el formato de un poema. Dijo: Yo puedo hacer poesía con el diálogo casero, el comentario espontáneo de mesa de bar con amigos. Pero eran los años noventa y todo se había vuelto explícito. Esa familiaridad que de pronto se tenía con aquellas cosas que, alguna vez, habían despertado pudores y reparos, las despojaba de tensiones. Menem era el abanderado de la insolencia. El más vanguardista de todos.

La sexualidad desarmada de una inquietud que la vuelva opaca es sólo palabras. Grosería en estado crudo. Correas también es explícito en su modo de presentar la sexualidad pero busca en ella una revelación que la libre de su lugar testimonial.

“También Ernesto llegaría a tener una mujer, algún día, y después de varios años aceptaría para él una muchacha flaca y casi sin pechos que se dejara poseer con indiferencia.” Hay dos sexualidades: Una convencional y resignada y otra que despierta todos los deseos pero está condenada a ser fugaz. La idea permanente de imposibilidad convierte a la sexualidad en una experiencia trágica. La sexualidad en los textos de Vega, Llach o Pérez está desproblematizada. Puede parecer cómica pero en realidad la risa es el modo de volver aceptable, de festejar la complicidad con ese mundo que el autor presenta. Un modo de decir: entiendo y no me escandalizo.

La tensión que existe en la conquista, en la manera de mezclar la biografía con acotaciones lascivas: “le dijo que en las relaciones sexuales él era macho y no otra cosa”, le dan esa expectativa a la escena mientras nada se oculta. No hay un detrás de la escena, una simulación pero la explicitación no supone la ausencia de conflicto. La tensión está en la construcción del relato en todos sus matices, no en la linealidad de pensar a los personajes como meros actuantes de una escena porno.

“El morochito dijo que a él le gustaba leer”. Es otra marginalidad, muy distinta a la de estos últimos años (recordemos que Silvio Astier decide ser ladrón después de leer los folletines de Rocambole) pero el atravesamiento literario que han perdido los personajes puede ser un recurso del autor. El problema se presenta cuando los narradores deciden ponerse al mismo nivel que los personajes. Así como Correas era uno más en esas aventuras de paredón, ellos pretenden ubicarse en el mismo plano que sus retratados frente al papel y es allí donde la escritura se empobrece. Se cree que al bajar la voz, al tomar el discurso del personaje como propio, al convertirse en el reproductor mesurado y objetivo de sus costumbres, se llega a la corrección estética, al resguardo de las intenciones didácticas, aleccionadoras y maniqueas cuando, en realidad, la opinión del autor abre posibilidades narrativas, ya que permite al lector transitar la escena desde el extrañamiento. La mirada del autor es, ni más ni menos, la estructura del relato, sus críticas se materializan en recursos narrativos que componen los cruces y contradicciones del escrito. Opinar no implica crear un camino único para transitar el texto, sino un modo de trazar infinitas rutas, senderos laterales y cruzados que abren las diferentes posibilidades de pensar un tema, con todos sus costados irresueltos.

La calle como el escenario de una sexualidad que no podría tener otro espacio porque no sería la misma. “El mendigo chupapijas”, se llama el libro de Pablo Pérez. La sexualidad callejera tiene que encontrar el modo de esconderse y hacerse visible. Supone un conocimiento de la calle propio del vagabundeo, del andar ocioso, muerto por los mismos territorios, saber donde esconderse qué lugar ocupar para no ser sorprendido (especialmente en épocas donde la exhibición obscena estaba penada por la ley) pero, a su vez, requiere de lugares donde dar a conocer esos hábitos para facilitar la conquista.

No se trata, en Correas, de una sexualidad ligada al dinero. Si se esconde es por su carácter “vergonzoso”, por esa valoración moral que, como ocurre en la obra de Roberto Arlt, Correas no atenúa en ningún momento. En Arlt la sexualidad clandestina es un acto de humillación, hacia el otro y hacia él mismo, en Correas es placentera y culposa, algo queda fragmentado, atragantado en el devenir amoroso, algo se traba, se entorpece porque Correas (como autor y como implicado) no deja de reconocer el carácter degradante que encierra su práctica. No se puede ir hacia el deseo, parece afirmar Correas, sin descender.

Las costumbres de los cuerpos hablan de una ideología. Si se elige a un joven moreno que pasa el rato en la estación de constitución, se es partidario de la Revolución Rusa. Los marginales de los noventa viven el despojo de toda ideología y en eso se hermanan con los autores que escriben sobre ellos. Ese estar en la intemperie señala otras ausencias. No hay elección, ni utopía vagabunda, ni deseo maldito de vivir en los márgenes. Hay tragedia. El retrato del horror que los autores deciden contar desde la risa. Una risa que nunca se contorsiona, que nunca puede volver la mirada hacia atrás y ver la sangre que ha dejado a su paso.

Frente a la ausencia de dinero, el morochito de “La Narración de la Historia”, es una presa capturada, al menos mientras dure el placer. Gracias a esta suerte de conquista, no demasiado elaborada, se implica el sujeto en la trama del relato. En “La máquina de hacer paraguayitos” el deseo es una forma primaria que no llega a conformar un sujeto porque éste se disuelve en el estereotipo. En los textos de Llach y Pérez el sujeto está cosificado, la sexualidad se manifiesta de un modo despersonalizado, una práctica mercantil donde el otro es prescindible, intercambiable.

Otra vez el paisaje bonaerense contado desde imágenes barrosas: “Caminaron en la oscuridad, sobre el barro”, como un modo de hundirse, de mezclarse. Al igual que Néstor Perlongher, Correas está allí, temeroso, caminando con un desconocido por calles desiertas, un chico que le dice que San Martín se parece a Chicago y él nunca estuvo en Chicago, habla de esa ciudad por lo que ha visto en el cine. Él también se sueña como el personaje de una película. Pero no le importa a Ernesto Said el miedo. Como Perlongher prefiere la experiencia a la cautela, se arrepiente si no cruza el pasillo oscuro donde al final lo espera un hombre que busca a alguien que le planche las camisas, vive como un dilema moral el no haberse atrevido.

Al igual que en Bernard- Marie Koltés, se trata de dos hombres y la sexualidad puede transformarse en pelea. A una provocación lasciva, a una incitación obscena, le sigue el comentario de sus andanzas pendencieras, su calidad de cabrón atrevido para lanzar un cuchillo al corazón, sin pudor, para confesar el deseo de matar al otro porque mientras seduce también sabe poner reparos, el cuerpo que va a entregarse tiene que estar al acecho, dispuesto a un acto criminal si el otro piensa usar el amor entre desconocidos como un arma de distracción. No desconoce la vulnerabilidad del cuerpo desnudo.

Quien narra en los textos de Llach, Cucurto y Pérez es alguien que se siente seguro, como esos periodistas televisivos que visitan un barrio donde se consume Paco con un arsenal de custodia. La confianza en la propia capacidad para subsistir parece ausente. Se debe marcar todo el tiempo que quien visita a esa población nada tiene que ver con el mundo que pretende registrar, se sorprende, se horroriza frente a lo que ve, o simplemente lo naturaliza, una manera más de no entenderlo pero siempre se deja en claro que su intervenciones ajena.

Perlongher hablaba de un “devenir prostituto”, un “devenir taxi boy”. Investigar era para él involucrarse, encarnar la experiencia. Un stalivnaskyano que se identifica al extremo con aquello que cuenta. Y puede que alguno vea en el proyecto de “Eloísa Cartonera”, un intento de acercarse a ese modo antropológico de vivir el arte pero la imprenta artesanal de Santiago Vega y Fernanda Laguna busca un modo posible de convivir con el cartonero sin que la separación deje de estar presente todo el tiempo. En Perlongher, en el abanico de su vida, la experiencia marginal convivía con el reconocimiento literario o el trabajo académico, no eran mundos aparte, se mezclaban con total naturalidad. “Eloísa Cartonera” no deja de ser una representación, en el sentido teatral del término, una puesta en escena, una pose. En Perlongher y Correas la marginalidad adquiere el modo de una necesidad.

Por supuesto que la diferencia social no puede borrarse, que eso sería mucho más artificioso, mucho más falso, si vale la brutalidad de la palabra. El problema es que este acercamiento a la marginalidad se da, en el grupo de autores mencionado, como una indagación, siempre extranjera, que tiene como único parámetro de validación su desconocimiento. Ellos suponen que su extrañamiento es compartido, que nadie sabe más que ellos sobre esa marginalidad y desde allí sostienen la legalidad de sus textos. No es mucho más lo que se puede hacer con un cartonero que comprarle unos cartones para hacer las tapas de unos libros que no tienen nada de atractivo desde su armado y que no apoyan su realización en ningún hecho social, ni cultural que estructure esta decisión. Nada gana el cartonero, ni la literatura con esta experiencia. Sí gana Cucurto que termina publicando en Emecé. El resultado: se trata de una estrategia más para llamar la atención. La calle, los cartoneros, la nueva poesía se convierten en el Teatro Maipo .El cartonero no es protagonista, no pone en juego un saber, no es él quien aparece bajo los reflectores desde un lugar nuevo, impensado. Él es un extra, no puede, según el rol que le dan Cucurto y Laguna, ocuparse de otra cosa más que de vender cartones y abrochar hojas. Los artistas somos nosotros (los mismos de siempre).

El temor es como un imán. Sigue a pesar del riesgo. Puede morir por esa aventura pero parece que, para él, vale la pena. El gesto procaz se confunde con la mano que desenfunda un revolver pero, en realidad, se trata de un cierre que se abre, un cuerpo que se descubre en la oscuridad de un escondite.

Los jóvenes poetas de los noventa han decidido que sus cuerpos queden a salvo de las aventuras. La suya es una literatura de la suposición, de la experiencia ajena.

La explicitación de una sexualidad inesperada surge como quien espía un encuentro absolutamente real donde no se accede a todo, donde todo no es posible, donde también existe el pudor y la ternura, donde el otro vuelca sus fantasías de modo imprevisible. Las miradas son las que hacen el amor en “La Narración de la Historia”, el contacto físico está plagado de contrariedades, remilgos y cansancios. Descubrir el cuerpo del otro desde una mirada que se supone dificultosa parece ser el mayor placer.

En Cucurto, Llach, Pérez, el lenguaje directo no tiene reparos. El sujeto ha perdido toda vergüenza. Sobrevivir implica en él soportarlo todo, plagar los actos de una ausencia total de sentido. La falta de límites enfrenta al horror de poderlo todo. En Correas existe permanentemente algo que inhibe la acción ¿Por qué nada de los personajes de Correas parece sobrevivir en los textos que buscan trazar un modo de ser marginal en la literatura actual? El tono monocorde en que son retratados ¿no responderá a una imposibilidad de ver los matices? ¿No existirá una percepción superficial que sólo captura la forma grosera, llamativa de sus prácticas?

La demora para descubrir el nombre del morochito, habla de esa categoría de anónimo que hace posible el “giro frenético”. Ernesto miente su nombre, el otro también puede haber mentido. Esconder el nombre es un modo de no ser, para abandonar la escena sin compromisos antes de que los hechos nos atrapen definitivamente, o para descubrir que dejando de lado nuestro nombre podemos ser nadie. Hay que tener coraje para enfrentarnos a esa posibilidad que nos achica hasta volvernos descartables. Sostener el nombre es un modo de delimitar diferencias, de moverse a la luz del día, de afirmar que nada ni nadie me llevarán a perderme. Controlar ese yo para que sea una afirmación permanente de lo que soy, es también un ejercicio literario. Entrar en la alternativa de perderlo desencadena otra escritura. O, también, puede volverla imposible.

La pregunta amorosa, casi descolocada, aparece en el momento menos apropiado. Como una reacción descolocada o como un modo de develar que el romanticismo se presenta en los sujetos más insospechados. La soledad, la fragilidad, pueden palparse en esa entrega del mismo modo que los labios y los muslos. No se trata de encuentros convencionales, de un modo cómico de enfrentarse al cliché, sino de la posibilidad de descubrir la oscuridad en todas sus zonas, en esos recovecos donde asusta, donde podemos reconocernos.

La marginalidad se integra a la literatura sin sorpresas, sin sentir que pertenece a otro territorio. Escribir es una continuidad de la calle, equivale a caminar, a mirar atento con ansias de aventura. En los noventa, la sorpresa ante el espectáculo de la indigencia era el resultado de un andar ensimismado, apurado, donde el paisaje era secundario porque la biografía parecía construirse de un modo fragmentado, desentendiéndose de todo aquello que no fueran sus urgencias, que no desembocara en la inmediatez de lo íntimo. Una vida planificada que le teme al azar, al tiempo no ocupado, a la dispersión, es una vida que lee las experiencias ajenas como un código indescifrable y como no está preparada para el esfuerzo, prefiere sacarle una foto y armar una instalación

Si la posibilidad del crimen es expresada de un modo tan desprejuiciado es porque la impronta artliana presiona sobre el texto hasta volverse la prueba del vampirismo. No necesita de la cita, está en la redacción exaltada, en la descripción de su vida que hace Ernesto. La biografía se encuentra en la literatura y la convierte en una referencia inevitable.

“Parece que vos tenés derecho a interesarte en mi, pero yo no en vos”, le reprocha el morochito, quien dice llamarse Juan Carlos Crespo. Tal vez esa sea la actitud del escritor: Interesado en sus personajes y ausente. Especialista en borrarse para que el otro asuma el protagonismo y se anime a contar, a decir quien es, a actuar como si estuviera solo.

Pero también hace uso de un derecho de clase, como si en el joven estudiante fuera adecuado ocultar datos reveladores, pero el adolescente que duerme en el banco de una estación no tuviera secretos y su vida fuera tan fácil de invadir como la cama que se construye en un árbol.

Ese cero del que habla Koltés, ese perder la vida en un anonimato permanente, en el empecinado espíritu de extranjero que siempre es un visitante de los lugares y personajes que frecuenta, es vivido como un drama, como un conflicto por Correas. En esas sucesivas definiciones donde no hace más que revelarse y cuestionarse, late la esperanza de liberarse de su destino al escribirlo.

Es tan sutil el límite entre el hombre aceptable y aquel que se ha dejado ganar por lo deleznable, el que se escapa sin pagar de un bar, o el que llama al mozo, pide la cuenta y aquí no ha pasado nada. Juega, Ernesto con su pertenencia a dos mundos. El acto más insignificante encierra una definición crucial.

Correas no teme a la carga moral que disemina en sus cuentos como un modo de darle a la pequeña anécdota cotidiana la envergadura de un drama. Al igual que los rusos (Dostoievski, Tolstoi) que en su modo sencillo de narrar transitaban los grandes temas sin volverse solemnes. Lo que les falta a los jóvenes autores es animarse a darle forma a las grandes palabras en las contingencias más banales. Renunciar a todo soporte filosófico en la escritura no es una elección, es una imposibilidad de pensar. Es decir, la desestimación o pereza por recorrer el entramado de acciones y narrar aquello que se desprende de su observación, no desde una propuesta que pretenda el valor de lo absoluto pero que se atreva a ser lo suficientemente contundente para convertirse en verdadera si ningún otro logra crear un discurso que la debilite.

Esa desesperación permanente por cambiar de vida y el sueño como la garantía de un fracaso futuro, es otra de las alusiones artlianas en la estética Correas. Personajes carentes de estrategias que planifican un delirio. La realidad es incomprensible para ellos y siempre los dejará de lado como castigo.

“Una pareja es algo fuerte, amenazante, que hace sentir débiles a los que están solos”. La realidad es un terreno marcado por la guerra, donde las decisiones son un efecto que debe golpear sobre los demás. Es un error vivir de acuerdo a los sentimientos, anhelos o principios, la realidad de la vida no está en la felicidad privada sino en el estado de desazón que podemos generar en los demás. Hundir al otro en un sentimiento de fracaso es el mayor triunfo, aunque al cerrar la puerta se viva como un desdichado. El sujeto crédulo e inseguro es el mejor espectador de una vida histriónica.

La homosexualidad pasa de ser un dilema moral a convertirse en la aceptación de un destino. Claro que todo no es tan simple, la culpa se despeja gracias a la reconciliación con su clase. Ernesto está dispuesto a encontrarse con el morochito pero tropieza con dos conocidos que se dedican a la danza clásica. La sexualidad con ellos pasa a una zona clara y permitida, se desprende del barro, la oscuridad y el peligro: “era como si hubiese estado con una mujer”.

Nos ha engañado Correas, o nosotros fuimos los equivocados. No se trata de una historia gay, no en el sentido crudo, despojado que le dieron los indignados lectores de los años cincuenta. Se trata de un relato político, donde la sexualidad adquiere un valor social, donde la trasgresión, donde la liberación (en el sentido amplio de la palabra) se presenta como imposible en el mundo del capital.

domingo, 13 de diciembre de 2009

El subsuelo de la patria sublevado



En los últimos días escuché dos frases que, a pesar de su simpleza y, hasta podríamos decir, su evidencia, no dejaron de aportarme una cuota de luminosidad, una manera sutil de mirar lo real desde otra perspectiva.
La primera la dijo Rafael Bielsa en su programa “Café las palabras”, al hacer referencia a un personaje televisivo cuyo único mérito parece ser , ostentar el valor de sus relojes y los gastos desmesurados que realiza en una noche de juerga. Bielsa señaló: “A nosotros nos molesta porque venimos de una cultura política a la que le duele la pobreza”. Entendí que en ese nosotros no sólo incluía a sus compañeros de mesa de café, Artemio López y Eduardo Valdez sino al grupo (que imagino no muy numeroso) que cada viernes disfrutábamos de ese programa. Todos los días comprobamos que existen muchísimas personas a las que la pobreza no les duele. Los que venimos de una militancia de izquierda o peronista, muchas veces caemos en la ingenuidad de creer que ese es un estado natural de cualquier sujeto. Tal vez debería serlo pero no lo es. En estos momentos estoy leyendo un libro que se llama “Retórica especulativa” donde su autor, Pascal Quignard, sostiene que el hombre, ancestralmente, se identificó con el predador a quien temía y se volvió predador para no ser presa. Quignard, asegura con una escritura deslumbrantemente poética pero no por eso menos hiriente, que no hemos avanzado en nada, que negamos ese pasado, ese origen y que queremos taparlo pero permanentemente hacernos referencia a él. La característica del ser humano es que puede ser inhumano, escribió Primo Levi.
En momentos como este donde la falta de dolor hacia el padecimiento del otro resulta inexistente para buena parte de la población, lo que se pone en juego no es sólo una política de seguridad o inseguridad, sino una definición de cada uno de nosotros como sujetos.
Y aquí voy a sumar la segunda frase.
Estaba mirando el primer video que editó Página/12 sobre las clases de José Pablo Feinmann y, frente a una de las preguntas del auditorio, Feinmann arriesgó una hipótesis que no es muy novedosa pero que tal vez fue formulada de un modo que me despertó muchísimas ganas de seguir indagando en esa suposición y en sus consecuencias. Ante a la pregunta de si el marginado, el desclasado, el piquetero podía ser el nuevo sujeto social, Feinmann aseguró que eso era perfectamente posible y que por esa razón la clase media le tiene tanto miedo a lo que ella llama “los negros”. Esta sociedad no sabe que hacer con ellos, continua Feinmann, pueden tratar de aniquilarlos con el paco como hizo Giuliani pero no creo que pueda. La lectura de Feinmann es que aquello que los medios designan bajo el nombre de inseguridad no es más que la rebelión de los descalzados. Detrás del robo, de las ganas de conseguir dinero ( y esto ya corre por mi cuenta) estaría el deseo de vengarse de una sociedad que los desprecia, ese es el modo no organizado, no politizado de la revuelta, un modo que no puede contener a la izquierda sino que es sólo de ellos, de los desclasados, desplazados y oprimidos. “Eso sí, nos van a matar a todos”, sentenció Feinmann. En su odio, en sus ganas de venganza no van a diferenciarnos por ideologías.
Tal vez la derecha entienda esto con mucha más claridad que nosotros, con menos pudor, por eso llama a reprimir, por eso no siente piedad porque es su vida o la de ellos.
Si lo que Feinmann piensa fuera verdad el dilema como sujetos se multiplica. Vivir en una sociedad implica asumir responsabilidades y consecuencias. Ninguno de nosotros es inocente sobre la historia que construimos como país. Los crímenes de la dictadura, la masacre como nación que sufrimos en los noventa, la bancarrota del 2001, no pueden ser superadas sin que tengamos que pagar un precio, un costo como sociedad. Hemos herido a muchos seres humanos con distintas cuotas de responsabilidad. Pasar por una crisis profunda siempre deja alguna secuela. Aquí se pretende desligarse del pasado en cada nuevo trazo histórico. La ideología del olvido no sólo es desplegada por los represores o por Abel Posse para eludir consecuencias, es una estrategia a la que toda la sociedad argentina recurre cuando no quiere hacerse cargo de sus complicidades, de sus silencios, de su falta de solidaridad, de ese individualismo que demonizó a los piqueteros en cuanto el kirchnerismo le permitió a la clase media recuperarse.
Yo creo que si o que Feinmann supone es el destino que nos espera elijo cuidarme, elijo ser precavida, ser realista pero no elijo entrar en la lógica asesina que no propone la derecha como refugio. No podría irme a vivir a un barrio cerrado, no quisiera un micro mundo artificial, ficticio. No me interesa negar los riesgos de esta sociedad porque creo que vivir en sociedad, pertenecer a un país y a una historia implica riesgos. No acepté irme del país en el 2002 cuando la moda era irse, cuando lo lógico, lo políticamente correcto era irse porque creo, con el peligro de sonar ridícula, que no hay que dejar el país cuando las cosas están mal sino cuando se normalizan porque uno no abandona a su familia en plena tempestad. Pertenecer a este país y a esta realidad es una parte sustancial de mi vida y quiero asumirla con todo lo que esto implica. No se trata de inmolarse, ni de tomar una pose.
Algunas personas creen que merecen vivir una vida donde no existan los pobres, ni las amenazas, donde, como en el personaje de Capusoto, al menos ellos no los vean porque afean el paisaje. Pero tal vez se trate de otra versión. Tal vez ellos ven más descarnadamente lo que nosotros atenuamos con nuestro discurso progresista. Donde nosotros vemos a una persona a la que el sistema la ha despojado de oportunidades y busca en el delito una forma de supervivencia, ellos ven la guerra descarnada. Saben que lo que tienen es producto de esa desigualdad y quieren esconderse para que no se los quiten, para que no los maten. Hay una cuota de fatalidad en todo esto que vuelve al tema mucho más difícil de resolver porque la ideología del odio que la derecha propagandiza cada vez con más descaro es incontenible e inmanejable. Soltar el odio es como soltar una peste, se vuelve irracional, se vuelve contagiosa, se vuelve inmanejable y pierde toda estrategia. Es en sí misma, invade a los sujetos y puede ser incurable.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Carta Abierta a Néstor Kirchner


La política ofrece generosamente escenas que parecen creadas por un dramaturgo. No voy a hablar aquí de la espectacularidad de la política, porque sobre ese tema se ha dicho mucho, sino sobre su valor dramático, sobre esos momentos donde las pasiones se desnudan. El jueves en el congreso la oposición no podía disimular su alegría, su espíritu revanchista, la perversidad mostró todos sus colores, las miserias no discriminaron entre derecha e izquierda. Todo lo que estos variados sectores le criticaron al kirchnerismo, estaban dispuestos a reproducirlo en ese instante. Eran seres que se relamían cumpliendo el sueño que habían tejido con trabajosa y grosera envidia.
Si de crispar o polarizar el conflicto se trata, no cabe dudas que esa oposición ansiosa por iniciar la sesión, hizo mucho para convertir las diferencias en conflictos irreconciliables. No actuaron en función del electorado que, según ellos, quiere ver reflejado en el congreso el resultado de las urnas. Todo tuvo un único destinatario: Néstor Kirchner, o, para ser más precisos, el matrimonio presidencial.
Néstor Kirchner está destinado a ser protagonista en un territorio que no le es propio. El ex presidente no tiene perfil de legislador pero deberá aprender a serlo. No le será fácil convertirse en uno más pero podrá demostrar que en ese terreno, donde las disputas se dan cuerpo a cuerpo, él podrá desplegar su capacidad política. Somos muchos los que lo votamos y necesitamos que se adapte a este nuevo desafío.
Los análisis políticos que he leído en estos días no lo toman muy en cuenta. Se ocupan por afirmar que esta oposición es débil y esa foto del jueves 3 de diciembre quedará como el mejor de sus recuerdos. Yo coincido. La oposición que, en gran medida, quiso desgastar al gobierno, consiguió debilitarse y fue el oficialismo el que salió fortalecido en la contienda. Es el kirchnerismo el que tiene un proyecto, estrategia y militantes convencidos y fieles. Lo demás es un rencor disfrazado de republicanismo que no puede construir como en el caso de Pino Solanas porque la figura egocéntrica del líder todo lo deglute, que tienen sólo una política mediática, como en el caso del PRO.O que se aferra al traidor de turno con tal de volver al poder, como el radicalismo. Hay una mezcla entre el no querer de Elisa Carrió y el no poder de un Eduardo Duhalde que los dejan a mitad de camino pero, si de pasiones se trata, también habrá que decir que se nota que los golpes le duelen a Néstor Kirchner. Sus expresiones el día de la derrota electoral, como la tarde de su jura como diputado, le otorgan una humanidad que despierta otras lecturas sobre la política. Si Néstor Kirchner es un personaje político lo es, por sobre todo, porque lo hemos visto crecer, desplomarse y resurgir. Lo vimos en pleno poder, sacando a la Argentina de la peor crisis institucional de su historia, amado como una estrella de rock y también vimos el odio, el infortunio, descubrimos al hombre que se sentaba en San Telmo en una asamblea de Carta Abierta después de la derrota y pensamos que por más errores que haya cometido no se merece perder frente a Francisco De Narváez, no se merece lo que muchos, incluido grandes sectores del pueblo argentino, le están haciendo.
Yo también creo que Victoria Donda y Claudio Lozano (que son nuestros compañeros) se equivocan al pactar con el diablo pero realmente tengo más ganas de pensar en lo que puede ser Néstor Kirchner en el congreso si es capaz de olvidarse por un rato que fue Presidente y Gobernador y entender, sin nostalgia, que la historia lo ha puesto en un lugar extraño, tal vez insólito, en el lugar que le destina a los verdaderos políticos que es el de jugar en todos los frentes, el de tener muchas vidas, muchas perspectivas y encontrar allí nuevas estrategias. Las emociones que Néstor Kirchner no puede disimular hablan de un hombre que se ha decidido a encarnar un conflicto hasta las últimas consecuencias.
Nunca me gustaron los análisis personalistas. La política se observa desde la correlación de fuerzas pero también es verdad que la tragedia griega es una fuente fundamental de aprendizaje político. Sus autores eran grandes políticos y pensaban la realidad social y guerrera desde sus textos y la teoría política se ha alimentado mucho de la dramaturgia. En la literatura griega clásica los nombres propios son muy importantes. Los personajes épicos actúan frente a condiciones dadas, frente a oponentes pero sus particularidades son fundamentales. Néstor Kirchner es una figura que puede marcar una diferencia pero yo tengo mucho miedo de que esta pelea no le interese, que no se adapte, que no acepte ser uno más. El congreso poco tiene que ver con un cargo ejecutivo y han sido muchos los ex presidentes que no han tenido un desempeño muy aceptable allí pero también creo que Néstor Kirchner es un político clásico, es decir, un político que se constituye en el terreno de lo real y esta puede ser una posibilidad imperdible de mostrar su destreza política, de desarmar a sus adversarios en el laboratorio donde las fuerzas políticas se enfrentan. Así como pudo construir su legitimidad política con el 22 por ciento de los votos, dejar sin palabras a los que decía que era el chirolita o el Cámpora de Duhalde y protagonizar uno de los mejores gobiernos de la historia argentina (algo que la derecha, en el amplio sentido de la palabra, no va a perdonarle nunca) tiene que poder demostrar que ahora, después de perder las elecciones y de no tener una mayoría automática puede cambiar la correlación de fuerzas gracias a su talento político y al de muchos otros que lo acompañan, así va a convencer a todos aquellos que se han dejado engañar por el discurso mediático, que Néstor Kirchner no gobierna con la caja sino con una Virtud que sabe enfrentarse a la Fortuna.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Arte y Parte


Publiqué esta nota en la revista Viva del diario Clarín en diciembre del 2007 y hoy tenía ganas de revivirla en el blog

Los años noventa estaban llegando a su fin y en el Pasaje Dardo Rocha de la ciudad de La Plata, un misterioso y anónimo personaje se llevaba la estatua de Luzbelito, burlando la guardia de la muestra que Ricardo (Mono) Cohen, estaba realizando por aquellos días. La escultura era la forma visible de un personaje creado por el grupo de rock “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota” y se sospechaba que tamaña aventura había sido realizada por un fanático ricotero que quería a Luzbelito para él solo.
Casi diez años después una patrulla de la policía federal encuentra en un aguantadero la estatuilla, acompañada de una caja llena de recortes de prensa que documentaban la epopeya. Rocambole recupera a Luzbelito y su regreso debe acompañarse con un rito.
En el mismo lugar, ahora convertido en Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano (MACLA) Rocambole despliega su “Rito del Pasaje”. Allí, varios Luzbelitos clonados reciben al Luzbelito original. Más allá de la broma, o de la anécdota que sirve para ejemplificar el fanatismo, la obra plástica del Mono o de Rocambole, está inmersa en un mito y los cuadros que miran a los Luzbelitos que ocupan el centro de la sala, o de la escena, no dejan de señalar que allí está ocurriendo algo atípico.
“Es que se trata de la obra de un ilustrador”, explica el mismo Rocambole. “Si yo tuviera que hacer mi propia crítica diría: acá se ve la influencia de la historieta. Yo soy, más que nada, un ilustrador, una persona que desde el lado de lo visual trata de rescatar lo que es una letra de rock o un cuento pero, de todas maneras, ni yo sé cual es la historia. Me gusta esa parte que tiene el arte de sugerir, de no terminar de contar todo para que el espectador reconstruya.”

Esta búsqueda narrativa a partir de la imagen ¿no divide las aguas en el terreno de la plástica?

-Es que en la plástica la construcción se basa solamente en líneas, colores y formas, el hecho de que todas esas cosas confluyan en algo reconocible para el espectador es como una yapa, entregarles un bonus track, que por lo menos viva la aventura. Vos cuando pintás estás acá (y se acerca a la tela del cuadro “La damiselas de Green Pace”) y desde acá esto es un cuadro abstracto (N de la R: mientras que de lejos es el brazo de una de las dos mujeres que componen la escena) Estás construyendo una reunión de formas, lo que ves de lejos es el lugar por el cual empezaste, para no tener el dilema de la página en blanco. Te voy a decir un secreto ¿Ves dónde están estas líneas? Yo pinté la tela de negro y, justo por esa época, me mudé a un taller que era una casa muy antigua, tipo chorizo. Recién me estaba instalando, dejé la tela en una habitación y a la mañana siguiente me encuentro con que había caracoles, los caracoles, parece, que se fascinan con el negro,
divagaban y hacían estas líneas y ahí pinté siguiendo lo que ellos proponían y después dije: Esto puede ser una mujer. Fue lo que pidió el cuadro y me parece fantástico.


Hay una fuerte referencia del pasado para contar el presente en tu obra. La imagen del disco “Octubre” de Los Redondos, recrea la estética de la Revolución Rusa en el marco de los años ochenta en la Argentina Lo mismo ocurre con la pintura de Francisco Goya, “El 3 de mayo de 1808” para el diseño del álbum “¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado”

- Por esa razón algunos me tildan de posmoderno, por tomar imágenes de la historia del arte, pegotearlas y armar un password. Yo me defino un poco más pop, aunque tampoco se parecen a las imágenes pop a las que estamos acostumbrados sino en el sentido que mis imágenes se hacen bastante populares, como ocurría con los primeros pop, el arte de los cartelones, de la publicidad, llevado a formas artísticas poco académicas.

Habría que discutir ese concepto de posmoderno porque está muy ligado a la deshistorización. En tu obra, por el contrario, hay una tensión entre ese pasado, como puede ser el cuadro de Goya y una forma de violencia urbana que, a partir de esa cita, encuentra su dimensión histórica. Todo artista recrea el pasado, en tu caso lo que llama la atención es que eso se vea en la tapa de un disco y no, exclusivamente en un cuadro.

-Eso es lo más interesante que se ha dado por un proceso fortuito, todavía a mi me sorprende. Yo he visto chicos que se prosternaban en las estatuas de Luzbelito mirándolas horas. Digo: están rezando. Lo veneran como quien ve el retablo de un santo. A mi me asusta.

Ese costado fanático del rock…

-Es un costado fascista. Yo he hablado contra las marcas y un dibujo mío se transformó en una marca, sin proponérmelo pero es una marca: señala algo, determina algo, todos lo usan como marca pero yo no lo puedo impedir, es una cuestión que se me escapa y las actitudes del líder de rock, rodeado de fanáticos, me recuerda a esos actos de masas.

Después de Cromañón queda claro que ese fanatismo que genera el rock implica asumir ciertas responsabilidades. Quienes viven del rock hacen uso de ese fanatismo, les sirve para ganar más dinero.

-Si, es cierto pero si vos medís la responsabilidad en el sentido de alguien que está absolutamente esclarecido pero la mayoría de los líderes de rock son chicos que en algún momento fueron fanáticos de una banda y de repente cumplieron ellos el sueño de ser los que generaban ese fanatismo. Ni siquiera creo que “el último poeta neoliberal”, como lo llamo yo a Solari pueda dar una respuesta. He hablado con el Indio y coincidimos en que nos asusta. Él me dice: Yo quiero exponerme menos que menos y siempre es peor.

¿No hay una estrategia en el ambiente del rock para construir ese mito?

-No, no hay estrategia. Yo estuve vinculado a dos grupos que especularon con eso del mito. Primero “La Cofradía de la Flor Solar” que se transformó en un mito mucho después de su aparición, al principio no generaba ni caspa y Los Redondos más hacia los ochenta y podría pensar que es fácil construir un mito pero no sé como es. Lo que si apostaría a que primero hay que construir la historia, proponer algo que todavía no se haya propuesto. En “La cofradía...” ¿qué pasaba? Era una comunidad en la que vivíamos todos juntos. Los Redondos no se venden, no salen, son misteriosos. Ahora, no hubieran sido lo que fueron sin la calidad estética porque, incluso los periodistas de rock, pensaban que el público de rock no entendía nada, que la letra no importaba, ese fue el otro mito destruido por Los Redondos.

Pero existía Luis Alberto Spinetta

-Si, pero en el caso de los Redondos la gente hacía carne esa letra. Los Redondos eran como la Biblia, la cabía a todos, encontraban estrofas que los describían.

Es la aventura, la historieta hecha cuerpo, la que guía el camino de Rocambole hacia el museo. Primero estuvo la vida y, al igual que el personaje de folletín al que le roba el nombre, se mezcla en las múltiples propuestas que le presenta este mundo urbano donde no faltan extraños episodios bandolerescos, muertes que todavía resuenan y una obra hecha bandera. Un mito que, tal vez, siente la palabra museo como un territorio demasiado quieto.




Revista Viva

Entrevista: Rocambole:


Los años noventa estaban llegando a su fin y en el Pasaje Dardo Rocha de la ciudad de La Plata, un misterioso y anónimo personaje se llevaba la estatua de Luzbelito, burlando la guardia de la muestra que Ricardo (Mono) Cohen, estaba realizando por aquellos días. La escultura era la forma visible de un personaje creado por el grupo de rock “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota” y se sospechaba que tamaña aventura había sido realizada por un fanático picotero que quería a Luzbelito para él solo.
Casi diez años después una patrulla de la policía federal encuentra en un aguantadero la estatuilla, acompañada de una caja llena de recortes de prensa que documentaban la epopeya. Rocambole recupera a Luzbelito y su regreso debe acompañarse con un rito.
En el mismo lugar, ahora convertido en Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano (MACLA) Rocambole despliega su “Rito del Pasaje”. Allí, varios Luzbelitos clonados reciben al Luzbelito original. Más allá de la broma, o de la anécdota que sirve para ejemplificar el fanatismo, la obra plástica del Mono o de Rocambole, está inmersa en un mito y los cuadros que miran a los Luzbelitos que ocupan el centro de la sala, o de la escena, no dejan de señalar que allí está ocurriendo algo atípico.
“Es que se trata de la obra de un ilustrador”, explica el mismo Rocambole. “Si yo tuviera que hacer mi propia crítica diría: acá se ve la influencia de la historieta. Yo soy, más que nada, un ilustrador, una persona que desde el lado de lo visual trata de rescatar lo que es una letra de rock o un cuento pero, de todas maneras, ni yo sé cual es la historia. Me gusta esa parte que tiene el arte de sugerir, de no terminar de contar todo para que el espectador reconstruya.”

Esta búsqueda narrativa a partir de la imagen ¿no divide las aguas en el terreno de la plástica?

-Esa que el la plástica la construcción se basa solamente en líneas, colores y formas, el hecho de que todas esas cosas confluyan en algo reconocible para el espectador es como una yapa, entregarles un bonus track, que por lo menos viva la aventura. Vos cuando pintás estás acá (y se acerca a la tela del cuadro “La damiselas de Green Pace”) y desde acá esto es un cuadro abstracto (mientras que de lejos es el brazote una de las dos mujeres que componen la escena) Estás construyendo una reunión de formas, lo que ves de lejos es el lugar por el cual empezaste, para no tener el dilema de la página en blanco,. Te voy a decir un secreto ¿Ves dónde están estas líneas? Yo pinté la tela de negro y, justo por esa época, me mudé a un taller que era una casa muy antigua, tipo chorizo. Recién me estaba instalando, dejé la tela en una habitación y a la mañana siguiente me encuentro con que había caracoles, los caracoles, parece, que se fascinan con el negro, divagaban y hacían estas líneas y ahí pinté siguiendo lo que ellos proponían y después dije: Esto puede ser una mujer. Fue lo que pidió el cuadro y me parece fantástico.

Hay una fuerte referencia del pasado para contar el presente en tu obra. La imagen del disco “Octubre” de Los Redondos, tiene algo de la estética de la revolución rusa adaptada a los



años ochenta en la Argentina, la pintura de Francisco Goya, “El 3 de mayo de 1808” para el diseño del álbum “¡Bang! ¿Bang! Estás liquidado”

- Por esa razón algunos me tildan de posmoderno, por tomar imágenes de la historia del arte, pegotearlas y armar un password. Yo me defino un poco más pop, aunque tampoco se parecen a las imágenes pop a las que estamos acostumbrados sino en el sentido que mis imágenes se hacen bastante populares, como ocurría con los primeros pop, el arte de los cartelones, de la publicidad, llevado a formas artísticas poco académicas.

Habría que discutir ese concepto de posmoderno porque está muy ligado a la deshistorización. En tu obra, por el contrario, hay una tensión entre ese pasado, como puede ser el cuadro de Goya y el presente donde vos contás determinado tipo de violencia urbana dándole una dimensión histórica. Todo artista recrea el pasado, en tu caso lo que llama la atención es que eso se vea en la tapa de un disco y no, exclusivamente en un cuadro.

-Eso es lo más interesante que se ha dado por un proceso fortuito, todavía a mi me sorprende. Yo he visto chicos que se prosternan en las estatuas de Luzbelito mirándolas horas, digo: están rezando. Lo veneran como quien ve el retablo de un santo. A mi me asusta.

Ese costado fanático del rock…

-Es un costado fascista. Yo he hablado contra las marcas y un dibujo mío se transformó en una marca, sin proponérmelo pero es una marca: señala algo, determina algo, todos lo usan como marca pero yo no lo puedo impedir, es una cuestión que se me escapa y las actitudes del líder de rock, rodeado de fanáticos, me recuerda a esos actos de masas.

Después de Cromañón queda claro que ese fanastimos que genera el rock implica asumir ciertas responsabilidades. Quienes viven del rock hacen uso de ese fanatismo, les sirve para ganar más plata.

-Si, es cierto pero si vos medías la responsabilidad en el sentido de alguien que está absolutamente esclarecido pero la mayoría de los líderes de rock son chicos que en algún momento fueron fanáticos de una banda y de repente cumplieron ellos el sueño de ser los que generaban ese fanatismo. Ni siquiera creo que “el último poeta neoliberal”, como lo llamo yo a Solari, he hablado con el Indio y coincidimos en que nos asusta. Él me dice: Yo quiero exponerme menos que menos y siempre es peor.

¿No hay una estrategia en el ambiente del rock para construir ese mito?

-No, no hay estrategia. Yo estuve vinculado a dos grupos que especularon con eso del mito. Primero “La Cofradía de la Flor Solar” que se transformó en un mito mucho después de su aparición, al principio no generaba ni caspa y Los Redondos más hacia los ochenta y podría pensar que es fácil construir un mito pero no sé como es. Lo que si apostaría a que primero hay que construir la historia, propioner algo que todavía no se haya propuesto. En “La cofradía..” ¿qué pasaba? Era una comunidad en la que vivíamos todos juntos.

martes, 1 de diciembre de 2009

Lo que no me gusta




No me gustan las notas de José Natanson en Página/12. Alguna vez me acerqué a sus textos con curiosidad pero desde hace unos meses me parecen un decálogo de lugares comunes disfrazados de erudición, de una pretensión de estar ocupando el lugar letrado, el análisis político de fondo del diario. Me parece, además que comete errores demasiado groseros.
Este domingo 22 de noviembre prometía escribir sobre la politización de Tinelli, donde aseguraba que la política llevaba años tinellizándose y ahora, se preguntaba ¿se politiza tinelli?
La televisión siempre fue política y lo sigue siendo, aún en los programas más frívolos o supuestamente farandulizados. Se sostiene todo el tiempo bajo una estrategia política y el programa de Tinelli usó la despolitización como un recurso político. Lo que hizo en estos días (sostener un discurso más directo, discutir claramente con algunas figuras del gobierno) fue posible porque en la sociedad se instaló un malestar y él no hace más que repetirlo. Ni Tinelli, ni Susana Giménez, ni Mirtha Legrand son vanguardia, si enuncian un discurso es porque saben que existe la permisividad suficiente en la sociedad para instalarlo.
Por otro lado la farandulización de la política es un fenómeno demasiado antiguo para seguir pensándolo como novedad. Lo que vemos ahora, especialmente en los políticos del PRO, es una estrategia de llevar la política al lenguaje de lo que ellos consideran “el ciudadano común”. Traducirla a un idioma básico donde todo se arreglaría con la buena onda y la actitud positiva y, finalmente, en la gestión, termina convirtiéndose en un arma demasiado peligrosa por las consecuencias terribles que genera en la sociedad. Se piensa, desde esta postura, que la gente está cansada de grandes discursos y hay que simplificarle la tarea de pensar. Así se construyen slogans, se habla de soluciones esquemáticas y se supera el momento televisivo con simpatía pero es imposible llevar adelante la administración del estado. La espectacularización de la política es volver digerible algo tan complejo como el juego político pero a su vez tan apasionante, es quitarle tensión. Lo llamativo es que estos personajes que desprecian el conflicto, que lo único que quieren es “vivir en paz”, ahora dramatizan una situación social, sobreactúan un malestar, una situación de caos inexistente. Esto es lo que los medios han tomado del mundo de la ficción, la posibilidad de construir realidades abusando de los recursos narrativos que el periodismo comparte con la literatura. A esto le suma algunos mecanismos de contagio de la política de masas. Si varios repiten una idea todos terminarán repitiéndola porque creerán que es verdad.
Natanson plantea que hay dos políticas que resisten ser capturadas por el lenguaje mediático, una es Elisa Carrió y la otra Cristina Fernández.
Disiento en relación a la dirigente de la Coalición Cívica. Carrió trabaja un política efectista que sólo tiene sentido instalada en los medios. Ella es muy histriónica y parece tan convencida de las locuras que dice que asusta. Es un espectáculo televisivo verla sostener monólogos que serian insostenibles dentro de una discusión política seria.
Pero es verdad que Cristina Fernández es una política tradicional, en el mejor sentido de la palabra y creo que eso, paradójicamente, es lo nuevo que ha instalado en los modos de hacer política. Es un cuadro político esencialmente intelectual, casi carente de carisma, por eso es tan difícil de instalar como líder. Su estructura política no tiene muchos interlocutores. Cuando habla para los medios los obliga asimilarse a la lógica política. Su uso de la cadena nacional, que en periodistas mal intencionadas como Magdalena es un síntoma que le hace acordar a los milicos, funciona como un modo de revalorizar el discurso político por encima del mediático. Ella sabe muy bien que los medios, al reproducir su palabra, pueden usar mecanismos que cuenten otra cosa. El ejemplo más claro fue la pantalla dividida durante el conflicto con la patronal rural. La cadena nacional funciona simplemente como un registro del discurso político que no le agrega ni le quita valores narrativos. Por supuesto que es un elemento de control pero no se trata de una censura sino de un modo de resistir frente a la tiranía mediática.
Lo que tampoco comparto es la novedad que observa Natanson en las declaraciones de Tinelli de los últimos días en las que confronta con la Presidenta y con Luis D elía. Son tan directas como la campaña que le hizo a Carlos Menem y su declaración pública de que iba a votarlo. Me parece que el gran efecto banalizador de Tinelli consiste en reducir los grandes temas como la inseguridad o la elección de un Presidente a la moda. Hay que quejarse o hay que votar al Pro porque está de moda. Es una tendencia como puede serlo un vestuario de estación.
También me resulta gracioso que Natanson use la palabra “jugarse” para describir el accionar de Tinelli. Si alguien como él confronta con el gobierno lo hace porque sabe que no está corriendo riesgos. En primer lugar porque está siendo obsecuente con el medio para el que trabaja, por otro porque sabe que su audiencia está de acuerdo y el poder de Tinelli se sostiene en esas patas, no en el gobierno de turno.