domingo, 27 de marzo de 2011

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero


Una versión de esta nota salió publicada el sábado 12 de marzo en la revista Debate

Por Alejandra Varela

Soy el doctor Cooper y voy a hablarles de mis pacientes. Ustedes saben que el consultorio de un psicoanalista es un recibiente cargado de rarezas. Almas que quieren librarse de sus obsesiones, cuerpos que repiten rituales salvadores, se empeñan en conquistar la tan preciada normalidad. Aquello que los distingue se convierte en una mueca demasiado estridente que los aleja del eterno sueño de ser igual a los otros. Podría tratarse de un drama pero existe el humor para eludir la tragedia.
Mi consultorio está instalado en una de las salas del Multiteatro. Allí la platea estalla de risa, yo sospecho porque se siente identificada con el Trastorno Obsesivo Compulsivo de mis pacientes. Un taxista que no puede parar de hacer cálculos, una señora pudorosa que presiente la catástrofe de haber olvidado cerrar una canilla o la llave del gas y se desespera al imaginarse el escenario de su casa inundada o estallando en mil pedazos, permiten esa catarsis curativa, ese juego de distorsionar el llanto hasta volverlo comedia. La risa es una forma de distanciamiento.
Muchos podrán decir que Laurent Baffi hizo de mi método terapéutico una obra de teatro comercial y ya sabemos que esta clase de obras despiertan la suspicacia del público culto. Pero también podría pensarse como una versión liviana y divertida de Esperando a Godot. Yo me demoro en un aeropuerto y mis pacientes deben llenar el tiempo con juegos y conversaciones que los ayudan a intercambiar datos y soluciones sobre sus males.
Con solo caminar unos días por las callecitas psi de Buenos Aires me doy cuenta de que mis historias son fácilmente comprensibles para cualquier porteño que conozca de oído el psicoanálisis pero por las dudas le pedí a Jorge Schussheim que se ocupara de repensar la dramaturgia bajo la cotidianidad argentina. La solvencia de su adaptación es el punto de partida para lograr la apropiación, de parte de los actores, de un texto que no parece resultarles ajeno.
Baffie construye con mis pacientes personajes que tienen un motor interno imparable. Creadores infatigables de acciones que le otorgan variados recursos a los acotres. Flotan en una sociedad que los confunde, culpable del terror de Otto ante las rayas dibujadas en el piso, o de las repeticiones encantadoras de Lili que no puede decir frase alguna si después no la reitera con gestos y entonaciones, pero el detonante de sus males queda fuera de escena. La risa está en los efectos permanentes que cargan las situaciones. Si algo detuviera esa dinámica el humor se evaporaría.
Lía Jelín lo sabe por eso sostiene la dirección en un trabajo actoral extrovertido, donde cada réplica debe adelantarse a la cabeza del espectador. Toc toc es una clase de comedia que requiere un trabajo actoral de conjunto. A diferencia de los dramaturgos argentinos que suelen pensar textos centrados en un capo cómico, Baffie apuesta a un grupo de actores al que les exige cierta paridad en su desempeño. Jelín lo logra al conseguir armonizar los diferentes registros histriónicos de Mauricio Dayub, María Fiorentino, Daniel Casablanca, Melina Petriela, Gimena Riesta y Diego Gentile, no sin tensiones, no sin ciertas diferencias de origen y pasado teatral que ayudan a encender la chispa de esos seres que pelean por hacer de su Trastorno Obsesivo Compulsivo un gesto apenas perceptible.
Yo sigo en la butaca, riéndome de lo lindo y después me escabullo sin ser reconocido entre la multitud que camina por la calle corrientes, me parece que hablan de mi.

Toc Toc se presenta en el Multiteatro.
Miércoles y jueves 21: 30
Viernes y sábados 21 y 23:15
Domingos 20: 30

viernes, 25 de marzo de 2011

Nunca Más y Nunca Menos


Ayer, en la plaza, recordaba esa otra plaza de hace diez años. Cuando se cumplieron 25 años del golpe de estado de 1976, yo estaba en esa misma plaza con mi amiga Marianela. Es otro de los 24 de marzo que no se me olvidan porque en ese momento, en el año 2001 se estaban votando en el congreso los super poderes para Domingo Cavallo. Había una tristeza en esa plaza que funciona como el negativo perfecto de la alegría de ayer. Me acuerdo que me quedé a dormir en la casa de Marianela, era sábado y al otro día leíamos la edición del domingo de Página/12 y había una nota de Eduardo Grüner donde sostenía que en ese mismo momento se estaba consumando otro golpe de estado más sofisticado y pacifico que le estaba regalando el poder a ese siniestro ministro de economía.

Unos meses después, en la casa de mi amiga Marianela, nos despertamos un domingo de diciembre con la noticia del corralito. Otro dato más de la complicidad de los medios con la estafa neoliberal: la noticia del corralito se publicó un domingo. Para tener en cuenta.

Pensaba también desde esos recuerdos y desde este presente que con diez años menos jamás me hubiera podido imaginar que quienes quisieron cambiar el país, finalmente lograron cambiarlo. No de la manera que ellos imaginaron, la historia siempre ocurre de un modo impensado, pero lo cambiaron a partir de sus Madres que son nuestras Madres, de Néstor y Cristina como la reserva particular de esa generación y, como sabiamente dijo Taty, Néstor y los treinta mil no fueron enterrados sino sembrados en todos aquellos que decimos : “Nunca más y nunca menos”

domingo, 13 de marzo de 2011

Vuelven los 70


Desde su discurso de asunción, Néstor Kirchner recuperó el mito de los setenta como un recurso para asignarle sentido a la política. Desde ese comienzo, en el año 2003 fue duramente cuestionado por el modo en que instauró ese pasado en el presente.

Las criticas eran diversas . Por un lado se acusaba a los Kirchner de asentarse en una historia de la que no habían formado parte, pero, contradictoriamente, quienes intentaban validar una acción del presente en relación a hechos pasados también sostenían que la política de derechos humanos era una estrategia cómoda que les servía para eludir las demandas de la coyuntura.

En realidad, si causa tanta irritación el modo en que el kirchnerismo recupera el mito de los setenta y su manera de institucionalizar la política de derechos humanos es, justamente, porque logró darle un fuerte valor de presente. Mientras que en los noventa toda enunciación de ese pasado setentista generaba una política meramente rememorativa, el kirchnerismo supo pensar ese pasado para interpelar el presente. Tuvo tanta actualidad el modo en que articuló esa gesta setentista que le trajo más problemas que beneficios. No creo que le haya sumado votos, lo que si generó fue un mayor nivel de conflictividad, de polémica, características de una sociedad activa y pensante que asume posicionamientos. Las decisiones del kirchnerismo siempre fueron riesgosas.

Si el progresismo se enemistó con el kirchnerismo por su modo de reinstalar el mito setentista no fue porque se quedó en la fachada, o la superficie, sino porque pudo darle fuerza y vigencia a partir de su articulación de lo coyuntural con lo histórico. Eso fue lo imperdonable, que aquello que debía quedar en el pasado se convirtiera en un presente activo, variado, diferente a ese tiempo histórico pero con la capacidad de reelaborar una discusión en la propia acción política.

La vuelta a la política que se celebra a partir del gobierno de Néstor Kirchner está totalmente relacionada con el modo en que supo darle vigencia a esa experiencia frustrada, inconclusa de los setenta. Lo que había sido rememoración de una política de la derrota, lo que se evocaba con dolor se convirtió, gracias al kirchnerismo en un motor apasionado de lucha, en la apuesta a la acción,a la militancia y el protagonismo de los jóvenes.

Casi como si se tratara de una película, de una narración planeada por un novelista, tal vez en ese café literario en el que Kirchner había manifestado refugiarse el día en que Cristina Fernández asumió la presidencia, todo terminó de hacer síntesis los días de las exequias de Néstor.

La realidad es así de elocuente, a veces. La presencia de una sociedad conmovida e invisibilizada que se plantó como un sujeto histórico imprescindible para seguir adelante con este proyecto, mostró su punto más alto en la aparición de la juventud. No porque la política tenga que pensarse en términos generaciones, en lo personal no me interesa la discusión en términos etarios, creo que es imprescindible la presencia de variadas generaciones. Pero hay un dato que me parece fundamental: esos jóvenes remiten a la juventud de los setenta y su presencia destacada a nivel numérico en cada acto demuestra la efectividad de esa política que diseño Kirchner el día que manifestó estar emocionado porque hacía treinta años él estaba en esa misma plaza con Cristina festejando la asunción de Cámpora. Yo lo miraba con desconfianza en ese momento pero lo que me sorprendió fue que los padres de mis amigos que militaron en los setenta dejaron su sillón y se fueron corriendo a la plaza de mayo.

La nueva estrategia de la derecha (para ser generosa porque estrategia no tienen) es tratar de socavar ese mito de los setenta. Ahora lo que hacen es demonizar esos años a partir de argumentos cada vez más groseros.

La Cámpora no es una agrupación que reivindique la figura de Héctor Cámpora, personaje menor de la historia, lo que toma es esa euforia de la primavera camporista. Esa felicidad ante el fin de la proscripción del peronismo, esa sensación de triunfo que se respiró con la amnistía, ese sueño cumplido de la vuelta de Perón. En esos días esos jóvenes creyeron que tenían la historia en sus manos. Esa sensación que para los que nacimos a finales de los setenta parecía imposible la podemos vivir hoy con una idea de futuro más auspiciosa. Resulta increíble pero la continuidad entre ese discurso de Néstor de 2003 con este presente parece perfecta. Entonces la derecha se vale del recuerdo doloroso de lo que vino después. Quieren comparar los conflictos de este peronismo con las batallas sangrientas entre López Rega y los Montoneros. Aquí no hay listas negras, ni organizaciones armadas, ni grupos de tareas. Aparece Lanata diciendo que el gobierno manda al frente a los jóvenes y él teme que mueran sus hijos. Periodistas de cotillón quieren ver un lenguaje belicoso en ese león herbívoro que es Horacio González. El plan es: destruyamos el mito de los setenta a partir del miedo.

La inteligencia de Kirchner fue la de recuperar la figura del militante porque esa figura no se queda en el pasado, para existir tiene que tener un fuerte arraigo en el presente. Le ganó a la izquierda porque su construcción en relación al setentismo siempre tuvo que ver con la figura del héroe mártir. Ser militante era caer preso, ser reprimido por la policía, su identidad se asentaba en el padecimiento. Kirchner se afirmó en el lugar más vital de esa generación y pudo impregnar de entusiasmo a una sociedad como pocas veces se ha visto en nuestra historia.

Como la derecha no sabe muy bien como enfrentarse a este presente intenta disputar una vez más la interpretación sobre el pasado con la esperanza de cambiar el sentido de lo real. La discusión en torno a la presencia de Mario Vargas Llosa en la feria del libro (aunque ese es tema para otro post) debe ser leída en el marco de esta disputa. González busca recuperar la figura del polemista que está lejos de toda censura y autoritarismo, que es una voz que se planta para buscar la confrontación, la disidencia como motor del pensamiento y toda una derecha de pocos reflejos intenta encontrar allí una carga belicosa, intolerante, una lucha armada en potencia.

martes, 8 de marzo de 2011

La Primera


Por ser el día internacional de la mujer se me ocurrió publicar este texto que escribí cuando asumió la Presidencia Cristina Fernández.

En su discurso, Cristina había mencionado a Evita y dijo “tal vez se lo merecía más que yo”. Fueron muchos los que cuestionaron ese “tal vez” y yo me puse a ensayar este texto como respuesta. Hoy tengo la sensación que no estaba tan equivocada ese diciembre de 2007


Hubo otras antes que ella: “Eva, que no pudo y que, tal vez, se lo merecía más que yo” y esas mujeres de pañuelo blanco que salieron a la calle cuando el pueblo entero vivía asustado y silenciado. Todos, incluida la presidenta, se pusieron de pie para homenajear a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que asistieron por primera vez a un traspaso de mando presidencial y que, en el gobierno de Néstor Kirchner, pasaron a ocupar el lugar institucional y el reconocimiento oficial que se merecían.
Es muy probable que sin el antecedente de estas mujeres, Cristina Fernández, no hubiera podido llegar a la Presidencia de la Nación.
Eva Perón y Cristina Fernández son el resultado de dos épocas distintas y de dos momentos del peronismo.
Evita fue la imagen mítica que se necesitó en los inicios. Una hija del pueblo, con todas sus debilidades, sus carencias, y también, con su extraordinaria capacidad para abrirse paso en la maleza urbana. A los quince años, sin dinero, sin cultura, con el peso de ser hija natural, de considerarse una más del pueblo que demostraría su propio brillo.
Ese talento nunca depurado de Evita fue tal vez, lo que le permitió la fácil asimilación con su pueblo. A su vez, su historia de joven actriz pueblerina, era permeable a la novela peronista, a la construcción ficcional que hacía de ella una excepción casi milagrosa.
Hoy Evita no sería posible. Cristina Fernández es otra hija del pueblo pero aquella que pudo, después de la herencia peronista, formarse en una universidad pública, ser una militante juvenil y un cuadro político que sí ha podido elaborar su propuesta. Los discursos de Evita eran los de una actriz crispada que iban como una flecha al corazón de los humildes. Los de Cristina Fernández no carecen de emotividad pero despiertan una admiración silenciosa en los intelectuales antiperonistas. Es ella y no otro ni otra, quien le devolvió el valor letrado al discurso político. No porque haga alardes de erudición, sino porque las lecturas, las ideas, surgen con naturalidad, como algo ya tamizado y macerado y porque los datos afloran cuando debe hacerlo.
Cristina Fernández es la versión de lo que Evita no pudo ser. Evita fue la urgencia. Cristina es la elaboración minuciosa y depurada de una mujer que sabe que una carrera política es un sueño posible.