martes, 8 de marzo de 2011

La Primera


Por ser el día internacional de la mujer se me ocurrió publicar este texto que escribí cuando asumió la Presidencia Cristina Fernández.

En su discurso, Cristina había mencionado a Evita y dijo “tal vez se lo merecía más que yo”. Fueron muchos los que cuestionaron ese “tal vez” y yo me puse a ensayar este texto como respuesta. Hoy tengo la sensación que no estaba tan equivocada ese diciembre de 2007


Hubo otras antes que ella: “Eva, que no pudo y que, tal vez, se lo merecía más que yo” y esas mujeres de pañuelo blanco que salieron a la calle cuando el pueblo entero vivía asustado y silenciado. Todos, incluida la presidenta, se pusieron de pie para homenajear a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que asistieron por primera vez a un traspaso de mando presidencial y que, en el gobierno de Néstor Kirchner, pasaron a ocupar el lugar institucional y el reconocimiento oficial que se merecían.
Es muy probable que sin el antecedente de estas mujeres, Cristina Fernández, no hubiera podido llegar a la Presidencia de la Nación.
Eva Perón y Cristina Fernández son el resultado de dos épocas distintas y de dos momentos del peronismo.
Evita fue la imagen mítica que se necesitó en los inicios. Una hija del pueblo, con todas sus debilidades, sus carencias, y también, con su extraordinaria capacidad para abrirse paso en la maleza urbana. A los quince años, sin dinero, sin cultura, con el peso de ser hija natural, de considerarse una más del pueblo que demostraría su propio brillo.
Ese talento nunca depurado de Evita fue tal vez, lo que le permitió la fácil asimilación con su pueblo. A su vez, su historia de joven actriz pueblerina, era permeable a la novela peronista, a la construcción ficcional que hacía de ella una excepción casi milagrosa.
Hoy Evita no sería posible. Cristina Fernández es otra hija del pueblo pero aquella que pudo, después de la herencia peronista, formarse en una universidad pública, ser una militante juvenil y un cuadro político que sí ha podido elaborar su propuesta. Los discursos de Evita eran los de una actriz crispada que iban como una flecha al corazón de los humildes. Los de Cristina Fernández no carecen de emotividad pero despiertan una admiración silenciosa en los intelectuales antiperonistas. Es ella y no otro ni otra, quien le devolvió el valor letrado al discurso político. No porque haga alardes de erudición, sino porque las lecturas, las ideas, surgen con naturalidad, como algo ya tamizado y macerado y porque los datos afloran cuando debe hacerlo.
Cristina Fernández es la versión de lo que Evita no pudo ser. Evita fue la urgencia. Cristina es la elaboración minuciosa y depurada de una mujer que sabe que una carrera política es un sueño posible.

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