domingo, 21 de marzo de 2010

La solución sarcástica


Después de la discusión que tuvo lugar en el programa “678” entre Pablo Marchetti, director de la revista “Barcelona” y varios miembros del plantel del programa de la televisión pública, sobre los significados, lecturas y reflexiones que podía despertar la inusual marcha convocada por un grupo de ciudadanos que son mucho más que espectadores o fan de un faceboock , se me ocurrió compartir con ustedes algunas anotaciones que hace tiempo vengo realizando sobre la experiencia “Barcelona”


En los escritos de Nicolás Casullo ronda la afirmación de la ausencia de la idea de revolución como la condena de la etapa política que nos toca vivir . Ya Michel Foucault había asegurado en los años setenta que transitábamos la desaparición de la idea de revolución y que eso implicaba el fin mismo de la política.

La ausencia de revolución pudo producir un vacío que nos llevara hacia el vértigo de lo nuevo pero siempre debemos luchar contra quienes buscan ponerle un nombre para hacer de esa inquietud que provoca toda revolución, un bálsamo conformista. Ya no es necesario cambiar el mundo sino adaptarse. Se trató de un problema generacional que no necesariamente debe pensarse en términos etarios. Se trató de una cultura de lo juvenil, de una reivindicación de la juventud como ese desenfado que borra el pasado, como la mera expresión de su voluntad que se entrega a la simpleza de decir: No me importa la revolución porque se trata de una carga demasiado pesada. Tenemos la libertad de ser seres comunes, planos, conformistas sin la obligación de ser héroes, podemos dedicarnos a vivir sin épica, ser los hombres y mujeres grises de la democracia. ¿Qué pasaría si los sujetos se declararan seres que sólo quieren permanecer? ¿Qué odiaba Quereas de Calígula? No su poder sanguinario, no el hambre que provocaban sus caprichos sino la capacidad para desnudar la mediocridad de sus vidas. Quereas defendía su derecho a ser mediocre sin que nadie lo inquietara con su anhelo ridículo de querer la luna, de buscar lo imposible.

¿De qué modo, entonces la sociedad busca rellenar ese hueco? Sin ánimo de parecer simplista, me animo a decir que el sarcasmo ha sido el gran consuelo, la tabla de salvación para transitar la nada que, en sí misma, es insoportable. Desde la arbitrariedad más descarada (porque entiendo que la realidad argentina no puede pensarse en términos lógicos) me detengo en la experiencia de la revista “Barcelona” como una expresión conflictiva de ese sarcasmo. Digo conflictiva porque es políticamente correcto proclamar que a uno le gusta Barcelona y de hecho, no sería reprochable ya que en sus páginas y en sus derivaciones radiales y televisivas, se despliega mucha inteligencia. Los barceloneses nos dicen que el periodismo es ficción, que el modo descarado con que ellos juegan la ironía no es muy distinto al que se respira en cualquier redacción de la prensa supuestamente seria. “Leemos Clarín y nos reímos” dicen los ideólogos de Barcelona, dando cuenta del carácter ficcional del “gran diario argentino,” del modo en que muchas de las historias que pueblan sus paginas son una enorme mentira cada vez más evidente, pero también fácil de digerir para buena parte de la población.
Pero Barcelona es algo más. Es el permiso para satirizar , la certeza de que no existe nada sagrado. Hay comicidad en el modo de hablar sobre la desaparición de Julio López como en el modo de presentar las delirantes ideas de Mauricio Macri. Todo pasa por su filosa mirada sin el menor atisbo de piedad. Este camino es inquietante. En su modo satírico aparece la verdad, especialmente en esos momentos donde la realidad misma habla su propio idioma. La impunidad menemista fue, entre otras cosas, una experiencia cultural que eliminó el pudor. Nuestra clase política se anima a decir disparates porque cuenta con la complicidad y la complacencia de los medios y buena parte de la sociedad. La realidad se ha vuelto disparatada y en ese punto, Barcelona da cuenta de esa transformación donde el estilo de un diario como La Nación queda totalmente fuera de época.
Muchas veces he percibido el límite de su estilo. Titulares donde se anunciaba que volvían los ochenta por alguna moda retro y por la hiperinflación, me molestaron profundamente. En primer lugar porque se trataba de una gran mentira, una de esas mentiras que podrían estar en boca de Marcelo Bonelli. Hacer fatalismo como un modo de decir: somos más vivos si vemos sólo el lado malo, si nos reímos de todo y demostramos que somos los más inteligentes porque no creemos en nada, eso no es vanguardia, es obediencia a las normas más sólidas del escepticismo que se erigieron en los años noventa. Así piensa un Jorge Lanata.
Lo que me molesta profundamente de Barcelona es esa pose de nosotros somos más inteligentes que el resto, estamos en un pedestal mirando todo desde afuera y riéndonos de ustedes (nuestros lectores) porque son unos giles. El maltrato, la subestimación que se respira hacia el lector de sus páginas, te expulsa. No hay complicidad con el lector, lo que existe es un modo cada vez más evidente de decirle que es un estúpido que no entiende nada y que tal vez logre esclarecerse leyendo las páginas de Barcelona. Es verdad que la sociedad argentina merece ser cuestionada pero no humillada. Barcelona descalifica al lector porque no cree en nada. El único camino es la ironía, si cuestiona a la sociedad es porque supone que se cree la realidad política que desfila ante sus ojos. Lo que sustenta a Barcelona es la idea de que todo es mentira, que todos son iguales, que nada merece respeto. No hay límites, hay un deseo de reírse de todo.
Juzgamos a los militares y a los integrantes de la triple A porque ya no tienen poder, se reía a carcajadas Barcelona en una nota de tapa en la plenitud del gobierno de Néstor Kirchner. No es muy distinto a lo que puede decir cualquier opositor al gobierno en un programa de TN. Olvidan señalar que se necesitaba desgastar su poder para llevarlos a un juicio. ¿O acaso era posible condenar a los jerarcas nazis en pleno reinado del Tercer Reich? No creer en nada como garantía de inteligencia es una señal de debilidad, fundamentalmente porque necesitaron hacer un estereotipo de sí mismos para subsistir. Barcelona existe en la medida en que sus redactores se trasformen en seres de una sola pieza, sarcásticos al extremo con todos y en todo momento, menos con ellos mismos.
Si Leónidas Lamborghini sostenía que en la parodia se producía una suerte de identificación con el objeto a parodiar, donde uno se embarrocaba, dejaba de lado el lugar del indignado para pensarse en la misma mugre que el sujeto en cuestión. Si Judith Butler habla de dejarse ganar por la postura del otro a tal punto que quien nos observa no sabe exactamente de qué lado estamos. Si los dos sostenían a su modo que la distorsión tenía como base esa identificación que permitía que la crítica se diera desde el interior mismo del objeto a parodiar donde quien parodia también asume riesgos, podríamos decir que los barceloneses son la anti parodia. Ellos salen limpitos.
La ironía puede ser muy útil si nos pensamos como observadores de la realidad pero si su ideología se difunde cómo el único modo de ser inteligente, como el pasaporte hacia el mundo de los políticamente correctos, no podremos crear sujetos de acción, dispuestos a cambiar las cosas, nos costará mucho pensarnos como sujetos reales. Porque la política requiere de sujetos que puedan tomarse en serio algo, creer en ideas, en conceptos o en acciones y jugarse por ellas a riesgo de parecer ridículos. Los sujetos reales a veces necesitan de la seriedad y de la bronca, no pueden estar siempre chispeantes, ingeniosos y sarcásticos. A veces también se emocionan, no pueden ser seres de una sola pieza porque la vida nos exige cambiar. En el mundo de Barcelona, los hombres y mujeres que piensan imaginan y escriben lo hacen desde un único lugar, si se salen de ese rol todo su universo se desmorona Construir una realidad política cargada de sentidos conspira contra la ironía, por eso sus ideólogos se preocupan de cubrir todos los frentes, de inyectar la risa incrédula en todos lados, no sea cosa que alguien se tome en serio la vida política de nuestro país.
Podrá sonar exagerado pero la ironía, el sarcasmo y sus derivaciones satíricas son hoy, en la segunda década del siglo XXI, un elemento de dominación, no ya las herramientas hacia la lucidez que pudieron ser útiles en otros contextos.
Asumir la seriedad sin vergüenza, es una actitud mucho más arriesgada . No estoy proponiendo cargarnos de solemnidad ni desechar el humor sino pensarnos como sujetos inmersos en una realidad política y vivirla como propia, dar cuenta de sus estados, de su tono, de sus preocupaciones con hondura, como un modo de escaparle a la banalidad, porque ese tono irónico indiscriminado se vuelve superfluo, porque decir que en Haití no está Julio López cansa, alguien podrá argumentar que da cuenta de la banalidad mediática, que juegan con mimetizarse a tal punto que apenas se noten las diferencias, pero lo verdaderamente revolucionario en la Argentina de hoy sería poder tomarse en serio algo. La ausencia de una idea de revolución de la que hablaba Casullo es esa falta de voluntad frente a lo real, es un abatimiento que me dice que no puedo creer en nada de lo que veo, que todo es ficción, que todo va a fracasar, que finalmente algún irónico de turno va a descubrir una cuenta en Suiza, una fortuna, una coima que va a reducir la realidad a un mero juego de intereses donde lo único que importa es la parte del botín con la que cada uno puede quedarse.

La ironía en su expresión tan totalizadora, tan excluyente como la que padecemos por estos días, conspira contra la posibilidad de un sujeto activo. Es un refugio absolutamente cómodo en el que la realidad se vuelve una película que jamás puedo tomarme en serio. “Una risa que sangra “tiñe a ese sujeto espectador del más oscuro resentimiento. No le resultará difícil odiar a aquel que se decida a romper con la convención y convertirse en un protagonista de la realidad. Un sujeto anacrónico, pasado de moda que ilumine nuevos conflictos. El irónico no es un ser de batallas. Él se atrinchera en su sarcasmo y reparte puñaladas seguro que jamás será herido porque nadie puede lastimar al que no se toma en serio nada, al que pelea escondido en su bunker. Como el irónico se convierte en un ser absolutamente insensible (¡que le importa un ultraje!,) él nunca pierde porque no está en carrera, es un outsider al que sólo le importa enmantecar la pista para que los demás se caigan así puede reírse de sus tropiezos.
En el fondo el irónico es un fatalista que cree en un destino ya trazado, una realidad que no se puede cambiar. Con su sarcasmo achica al sujeto a la expresión de un ser que ha venido al mundo inútilmente. El dolor que encierra su risa es la certeza de que su presencia en la tierra es absolutamente intrascendente.

12 comentarios:

  1. Coincido con tu mirada en muchos aspectos, sobre todo en la subestimacion de Barcelona hacia sus lectores -u oyentes- ; y el abuso de la ironia q termina enlodando todo al mismo precio, banalizando-lo todo. Como fumarse un porro y cagarse de risa de todo sin distincion, sin conexion. O girar tanto a la izquierda y amanecer funcional a la derecha.
    Igual me alegro q exista Barcelona.
    Y tu blog.
    Feliz gris domingo.

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  2. Desde que vi a Marchetti en 678 balbucear su no compromiso hasta el punto de ningunear la auto-convocatoria oficialista comparándola con las marchas de Blumberg, empecé a pensar la Barcelona desde otro perfil (dicho esto sin ninguna ironía. Lo que nos sucedió a muchos, y durante mucho tiempo, es que entre la Barcelona y Clarín no quedaba demasiado margen para dudar que leer y quizá fuera eso lo que nos mantuvo acríticos al mensaje subyacente en su la linea editorial del "si, me río de todo porque todo y todos son lo mismo". La política de los últimos seis años a demostrado, y lo demuestra cada día más, que no todo es lo mismo, que lo diferente todavia es realizable, que todavía existe la utopía y que aunque esa utopía muchas veces se aleja cada vez que creemos tenerla al alcance de la mano, por lo menos nos mantiene caminando, que para eso están las utopías.
    Tu escrito ayuda a esclarecer. Muchas gracias.

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  3. Ale, ya te lo dije en artepolítica: genial. De una lucidez avasallante. Gracias.

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  4. Sí, concuerdo, especialmente desde la entrevista en 678 de esta especie de Caparros barcelonesco. Hace rato que me dejó de interesar el estilo CQC y lo que trasunta, y Barcelona parece más de lo mismo. Con esa entrevista y tu artículo, las cosas están más claras.

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  5. Alejandra: hace semanas y semanas que intento escribir un texto sobre la Barcelona, pero me pongo agresivo y sé que es un tema sensible para cierto progresismo. Hace rato que estoy harto de (patricio rey dixit) “La pendejada de que todo es lo mismo”. Que pienso que la ironía sin afuera deja de ser un estilo para ser una patología, que es desagaradable no poder mirar nunca a los ojos a tu lector. Hace rato que creo que si te la pasás haciendo guiños, probablemente te conviertas en tuerto. Hace rato que espero este texto. Te lo agradezco profundamente.

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  6. Reitero lo dicho en Artepolítica, Alejandra: estaba haciendo falta. Empecé admirando a Barcelona, necesitándola, hasta que me "empezó a hacer ruido". En principio, sí, porque se tiraba contra un gobierno al que defiendo y que estaba siendo salvajemente atacado (como se dijo cien mil veces) por sus cosas buenas, no por las malas. Pero después empecé a darme cuenta de que había "algo más", detrás de esa actitud, y lo vi bien expresado en la actitud y la gestualidad de Marchetti, tan parecido a Caparrós, cuando estuvo en 678. La pose de estar por encima de todo, de mostrar empecinadamente que se está por encima de todo, de que uno no va a entrar en las "vulgaridades" en que entran los otros. Y todo a través de argumentos completamente superficiales, livianos, inconsistentes. Pero lo fundamental es lo que señalás vos.

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  7. Les agradezco a todos. Hacía tiempo que quería escribir sobre Barcelona .Propuse el tema en varios medios donde estuve trabajando y jamás tuve respuesta. Hay mucho miedo de criticar al colega porque, una cosa que suele pasar es que estas personas tan piolas cuando se le hace la menor crítica dejan de ser piolas. Se vuelven susceptibles, vengativas, quisquillosas. Recuerdo que una vez un lector le envío una carta muy crítica a Barcelona y ellos respondieron con una agresividad desconcertante

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  8. Me parece que este análisis acomoda el objeto a sus objetivos. Ignora la sección de correo de lectores, probablemente una de las más leídas de la revista -con tres páginas enteras, casi íntegramente de texto y sin ilustraciones.
    Allí creo que sí se genera un espacio de reflexión (más o menos jocosa, pero reflexión al fin), tras el “delirio” de las páginas anteriores. Los lectores opinan y la redacción les responde, generalmente sin salirse por la tangente del chiste, ya que no es ése el tono de las páginas.

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  9. Tenemos una percepción muy diferente, Adrián. Yo te diría que si en una sección de la revista es donde más se nota que Barcelona tiene un tope para su sarcasmo, es en el correo de lectores. Y ese tope es la crítica a la revista misma. La violencia y el desprecio con el que se responde son, en algunos casos, sorprendentes. No lo veo en absoluto como un espacio de reflexión; en muchos casos parece más un ejercicio de onanismo o catarsis que un intercambio. En todo caso, es una muestra más de lo que dice Ale: ni siquiera se pueden tomar en serio una crítica, porque si lo hacen deben fijar una posición. Una respuesta sarcástica a una crítica es una no respuesta; o peor, es lo que dice Alejandra: estamos más allá.

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  10. Ricardo:

    Mi texto no busca hablar de la totalidad de “Barcelona” sino de los límites que tiene ese estilo sarcástico . Especialmente cuando uno se lo toma demasiado en serio y no logra salirse de ese lugar. Creo que “Barcelona” es un producto inteligente y creativo pero insisto con la actitud de Pablo Marchetti en “678”, le importaba más ser fiel a su ironía que reconocer que allí estaba ocurriendo algo novedoso. Me parece que si se asume ese estilo y se lo totaliza la experiencia política se diluye.

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  11. No se pasen. Barcelona es una publicación humorística. "Nada es bueno ni malo, solo el pensamiento hace las cosas tales", decía alguien.

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  12. JP:
    No se trata de exagerar o pasarse. A mi me interesa poner una luz de alerta sobre la actitud sarcástica. No, exclusivamente, por Barcelona sino porque muchos se enamoran de ese comportamiento y pasan a creerse inteligentes sólo por ser irónicos. Me parece que hoy, frente a esta realidad, la actitud satírica no sólo no es vanguardista sino que puede hacernos retroceder mucho.

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