domingo, 28 de marzo de 2010

La muerte de García Lorca


Recuerdo tres 24 de marzo de manera especial. El de 1996, cuando se cumplían veinte años del golpe y aparecían por primera vez en la escena política los Hijos. El de 2001 cuando al día siguiente el Congreso le otorgaba los Superpoderes a Domingo Cavallo y muchos sentíamos que estábamos viviendo una forma novedosa y sofisticada de Golpe de Estado y aquel más cercano cuando el por entonces Presidente, Néstor Kirchner ,convertía la ESMA en un Museo de la Memoria, un espacio que las Madres transformarían en un centro cultural inspirado en sus hijos.

Pero el ultimo 24 de marzo fue tan especial como los anteriores .

Esta breve cronología da cuenta de nuestros cambios como sociedad y adhiero a una frase de Hebe, yo también me siento orgullosa de vivir en este país.

Cuando en el año 2008 escribía esta nota que ahora comparto con ustedes,para el diario Clarín , pude enfrentarme una vez más con la certeza de que todo lo hecho en materia de derechos humanos por la sociedad argentina es inédito. Nos avergüenza el horror y el robo de bebés (hoy más que nunca), nos avergüenzan gobiernos que humillaron a la nación con la complicidad de muchos pero siempre encontramos una forma de resistencia y en estos años hemos conseguido reconstruir un país sosteniéndonos en lo mejor que tenemos, aunque una fuerza maliciosa trata de hacernos retroceder.

Escribir una serie de notas que buscaban esclarecer la muerte de un poeta para un diario ensombrecido por la certeza de la apropiación, es una de las grandes contradicciones que nos atraviesan a todos.



La muerte de García Lorca, en un filme

El documental El mar deja de moverse de Emilio Ruiz Barrachina, pone de relieve la participación de los primos del poeta en el asesinato. El documental recién llega a la Argentina y se proyectará en la Feria del Libro de Buenos Aires.
Por: Alejandra Varela





Documental: García Lorca:
Por Alejandra Varela
Su nombre dice muy poco, a tal punto que sus tres hijas lo borraron de sus vidas. El hombre era un tipógrafo que militaba en La Falange y entendía que allí apenas lo tenían en cuenta. Sabía que en la casa de la familia Rosales se escondía un rojo de renombre y alentado por Horacio Roldán decide ocupar un lugar en la historia de la España franquista: Será el hombre que detuvo a Federico García Lorca el 16 de agosto de 1936.

El poeta Luís Rosales, que por ese entonces tenía 26 años, nunca olvidó ese episodio que cambió su vida: “Supe que el hombre más importante de España puede morir por las ambiciones políticas de alguien que no representa ni ha representado nada”, confesó al recordar el momento en que su amigo Federico fue detenido por Ramón Ruiz Alonso.

La trama del asesinato de García Lorca que se expone en el documental de Emilio Ruiz Barrachina, “El mar deja de moverse”, acerca al espectador a una mirada microscópica sobre la Guerra Civil Española.

Quienes por estos días se sienten en la sala del Malba o visiten la Feria del Libro, no sólo podrán conocer al director del film y a los poetas Félix Grande y Francisca Aguirre, que llegan para acompañar el estreno oficial de la película en la Argentina, sino que también podrán sumergirse en la Granada de los años 30.

Sabrán que el mejor amigo de García Lorca era falangista y se llamaba Luís Rosales, el prestigioso poeta que obtuvo el Premio Cervantes en los años 80. “Luís Rosales no era falangista antes del Golpe de Estado de 1936”, explica Ruiz Barrachina, “se apunta a falange por petición de sus hermanos, que sí eran desde tiempo atrás. Como dice su sobrino Gerardo en el documental, la familia era consciente de que si el golpe no triunfaba “su casa iba a ser arrasada y ellos fusilados”. Luís Rosales interviene el 20 de julio en la toma de Radio Granada y posteriormente es nombrado Jefe del Sector Motril, donde intercambió gente de uno y otro lado y por donde ayudó a pasar a más de nueve comunistas a Málaga. Esta propuesta se la hizo a Lorca, pero él se negó a pasar a la zona republicana por miedo a las represalias contra su familia. “

Pero en Granada había otro hombre sumamente importante en la vida de García Lorca: Federico García, su padre. Ese hombre era uno de los principales terratenientes de Fuente Vaqueros, era de izquierda, solidario con los campesinos y había tenido un hijo con una personalidad tan fascinante como la suya, con talento y con el atrevimiento suficiente para ser homosexual en una zona de hombres rurales y conservadores.

Sus primos no sólo querían sus tierras sino que se ubicaban en el bando opuesto de sus ideas políticas.

Los Roldán pertenecían a Acción Popular y fueron convocados por Valdez (Gobernador militar de Granada tras el golpe de Francisco Franco) para la conformación de las Escuadras Negras, una suerte de grupo de tareas que tenían la finalidad de hacer desaparecer gente.

De la mano de Horacio Roldán va Ramón Ruiz Alonso a la casa de los Rosales a detener a Lorca. Ese era el eslabón que faltaba: un hombre dispuesto a todo para ser reconocido hacia el interior de La Falange. Se suma al crimen Luís Trescastro Medina, casado con una prima del padre de Federico, que se convierte en el autor material del asesinato.

“Queda demostrado en el documental que estas imbricaciones familiares y las relaciones con sus primos, ya muy complicadas desde las rencillas mantenidas pon su padre con miembros de la familia, son causa directa de la muerte de Lorca. Esto sucedió también en casi todos los pueblos de España. Sigue siendo la política la primera causa, pero estas rencillas familiares y la homofobia, desmitifican en parte la muerte de Lorca y a la vez la engrandecen porque se hace representante de otras miles de muertes de gente anónima. Fue la muerte de una España a manos de otra España que mataba en nombre de Cristo y de las más rancias convicciones”, sostiene Ruiz Barrachina.

Pero desde la llegada de Federico a Granada para celebrar su santo el mismo día que estalla la Guerra Civil, hasta el momento que decide esconderse en casa de los Rosales, su asesinato no era imaginable. Mucho menos que alguien se animara a entrar al hogar de tan reconocidos falangistas a buscar al poeta.

A Lorca le tocó morir fusilado y a Luís Rosales cargar con la sospecha.

El autor de “La casa encendida” vivió entre los riesgos de ser fusilado por la falange, al atreverse a proteger a un rojo y el señalamiento por una delación que jamás realizó y que después de mucho tiempo fue disipándose: “Toda la familia Rosales siempre ha colaborado con los investigadores sobre la muerte de Lorca”, relata Luís Rosales (hijo) “Mi padre siempre pidió la creación de una comisión o la celebración de una conferencia para clarificar para siempre los hechos”.

Los sobrinos de García Lorca niegan la complicidad de Luís Rosales en el secuestro de su tío pero le reprochan que siguiera aferrado a la ideología que lo había separado de su mejor amigo.

“Mi padre no sólo perdió a Federico sino también a su mentor Joaquín Amigo, que fue despeñado en el Tajo de Ronda. Cada uno de los dos bandos le mató un amigo. Decir que siguió sirviendo a Franco es una forma de hablar, era una guerra y él estaba en uno de los dos bandos. En cualquier caso, mi padre, después de la guerra, nunca fue falangista”, argumenta el hijo del poeta.

Hoy, en Granda, los nombres son los mismos: hijos y sobrinos de los protagonistas viven las tensiones de esta historia inconclusa.

“En el documental hemos logrado por primera vez en 70 años que las familiar Rosales y García Lorca redirigieran la palabra”, dice con orgullo Ruiz Borrachina “Esa escena final en la que pasean juntos Laura García Lorca y Luís Rosales (H) es maravillosa. Hasta entonces, si miembros de ambas familias coincidían en algún sitio se daban la espalda. Creo que con el documental hemos esclarecido muchas cosas y de eso se trata, a mi juicio, la recuperación de la memoria histórica.”

domingo, 21 de marzo de 2010

La solución sarcástica


Después de la discusión que tuvo lugar en el programa “678” entre Pablo Marchetti, director de la revista “Barcelona” y varios miembros del plantel del programa de la televisión pública, sobre los significados, lecturas y reflexiones que podía despertar la inusual marcha convocada por un grupo de ciudadanos que son mucho más que espectadores o fan de un faceboock , se me ocurrió compartir con ustedes algunas anotaciones que hace tiempo vengo realizando sobre la experiencia “Barcelona”


En los escritos de Nicolás Casullo ronda la afirmación de la ausencia de la idea de revolución como la condena de la etapa política que nos toca vivir . Ya Michel Foucault había asegurado en los años setenta que transitábamos la desaparición de la idea de revolución y que eso implicaba el fin mismo de la política.

La ausencia de revolución pudo producir un vacío que nos llevara hacia el vértigo de lo nuevo pero siempre debemos luchar contra quienes buscan ponerle un nombre para hacer de esa inquietud que provoca toda revolución, un bálsamo conformista. Ya no es necesario cambiar el mundo sino adaptarse. Se trató de un problema generacional que no necesariamente debe pensarse en términos etarios. Se trató de una cultura de lo juvenil, de una reivindicación de la juventud como ese desenfado que borra el pasado, como la mera expresión de su voluntad que se entrega a la simpleza de decir: No me importa la revolución porque se trata de una carga demasiado pesada. Tenemos la libertad de ser seres comunes, planos, conformistas sin la obligación de ser héroes, podemos dedicarnos a vivir sin épica, ser los hombres y mujeres grises de la democracia. ¿Qué pasaría si los sujetos se declararan seres que sólo quieren permanecer? ¿Qué odiaba Quereas de Calígula? No su poder sanguinario, no el hambre que provocaban sus caprichos sino la capacidad para desnudar la mediocridad de sus vidas. Quereas defendía su derecho a ser mediocre sin que nadie lo inquietara con su anhelo ridículo de querer la luna, de buscar lo imposible.

¿De qué modo, entonces la sociedad busca rellenar ese hueco? Sin ánimo de parecer simplista, me animo a decir que el sarcasmo ha sido el gran consuelo, la tabla de salvación para transitar la nada que, en sí misma, es insoportable. Desde la arbitrariedad más descarada (porque entiendo que la realidad argentina no puede pensarse en términos lógicos) me detengo en la experiencia de la revista “Barcelona” como una expresión conflictiva de ese sarcasmo. Digo conflictiva porque es políticamente correcto proclamar que a uno le gusta Barcelona y de hecho, no sería reprochable ya que en sus páginas y en sus derivaciones radiales y televisivas, se despliega mucha inteligencia. Los barceloneses nos dicen que el periodismo es ficción, que el modo descarado con que ellos juegan la ironía no es muy distinto al que se respira en cualquier redacción de la prensa supuestamente seria. “Leemos Clarín y nos reímos” dicen los ideólogos de Barcelona, dando cuenta del carácter ficcional del “gran diario argentino,” del modo en que muchas de las historias que pueblan sus paginas son una enorme mentira cada vez más evidente, pero también fácil de digerir para buena parte de la población.
Pero Barcelona es algo más. Es el permiso para satirizar , la certeza de que no existe nada sagrado. Hay comicidad en el modo de hablar sobre la desaparición de Julio López como en el modo de presentar las delirantes ideas de Mauricio Macri. Todo pasa por su filosa mirada sin el menor atisbo de piedad. Este camino es inquietante. En su modo satírico aparece la verdad, especialmente en esos momentos donde la realidad misma habla su propio idioma. La impunidad menemista fue, entre otras cosas, una experiencia cultural que eliminó el pudor. Nuestra clase política se anima a decir disparates porque cuenta con la complicidad y la complacencia de los medios y buena parte de la sociedad. La realidad se ha vuelto disparatada y en ese punto, Barcelona da cuenta de esa transformación donde el estilo de un diario como La Nación queda totalmente fuera de época.
Muchas veces he percibido el límite de su estilo. Titulares donde se anunciaba que volvían los ochenta por alguna moda retro y por la hiperinflación, me molestaron profundamente. En primer lugar porque se trataba de una gran mentira, una de esas mentiras que podrían estar en boca de Marcelo Bonelli. Hacer fatalismo como un modo de decir: somos más vivos si vemos sólo el lado malo, si nos reímos de todo y demostramos que somos los más inteligentes porque no creemos en nada, eso no es vanguardia, es obediencia a las normas más sólidas del escepticismo que se erigieron en los años noventa. Así piensa un Jorge Lanata.
Lo que me molesta profundamente de Barcelona es esa pose de nosotros somos más inteligentes que el resto, estamos en un pedestal mirando todo desde afuera y riéndonos de ustedes (nuestros lectores) porque son unos giles. El maltrato, la subestimación que se respira hacia el lector de sus páginas, te expulsa. No hay complicidad con el lector, lo que existe es un modo cada vez más evidente de decirle que es un estúpido que no entiende nada y que tal vez logre esclarecerse leyendo las páginas de Barcelona. Es verdad que la sociedad argentina merece ser cuestionada pero no humillada. Barcelona descalifica al lector porque no cree en nada. El único camino es la ironía, si cuestiona a la sociedad es porque supone que se cree la realidad política que desfila ante sus ojos. Lo que sustenta a Barcelona es la idea de que todo es mentira, que todos son iguales, que nada merece respeto. No hay límites, hay un deseo de reírse de todo.
Juzgamos a los militares y a los integrantes de la triple A porque ya no tienen poder, se reía a carcajadas Barcelona en una nota de tapa en la plenitud del gobierno de Néstor Kirchner. No es muy distinto a lo que puede decir cualquier opositor al gobierno en un programa de TN. Olvidan señalar que se necesitaba desgastar su poder para llevarlos a un juicio. ¿O acaso era posible condenar a los jerarcas nazis en pleno reinado del Tercer Reich? No creer en nada como garantía de inteligencia es una señal de debilidad, fundamentalmente porque necesitaron hacer un estereotipo de sí mismos para subsistir. Barcelona existe en la medida en que sus redactores se trasformen en seres de una sola pieza, sarcásticos al extremo con todos y en todo momento, menos con ellos mismos.
Si Leónidas Lamborghini sostenía que en la parodia se producía una suerte de identificación con el objeto a parodiar, donde uno se embarrocaba, dejaba de lado el lugar del indignado para pensarse en la misma mugre que el sujeto en cuestión. Si Judith Butler habla de dejarse ganar por la postura del otro a tal punto que quien nos observa no sabe exactamente de qué lado estamos. Si los dos sostenían a su modo que la distorsión tenía como base esa identificación que permitía que la crítica se diera desde el interior mismo del objeto a parodiar donde quien parodia también asume riesgos, podríamos decir que los barceloneses son la anti parodia. Ellos salen limpitos.
La ironía puede ser muy útil si nos pensamos como observadores de la realidad pero si su ideología se difunde cómo el único modo de ser inteligente, como el pasaporte hacia el mundo de los políticamente correctos, no podremos crear sujetos de acción, dispuestos a cambiar las cosas, nos costará mucho pensarnos como sujetos reales. Porque la política requiere de sujetos que puedan tomarse en serio algo, creer en ideas, en conceptos o en acciones y jugarse por ellas a riesgo de parecer ridículos. Los sujetos reales a veces necesitan de la seriedad y de la bronca, no pueden estar siempre chispeantes, ingeniosos y sarcásticos. A veces también se emocionan, no pueden ser seres de una sola pieza porque la vida nos exige cambiar. En el mundo de Barcelona, los hombres y mujeres que piensan imaginan y escriben lo hacen desde un único lugar, si se salen de ese rol todo su universo se desmorona Construir una realidad política cargada de sentidos conspira contra la ironía, por eso sus ideólogos se preocupan de cubrir todos los frentes, de inyectar la risa incrédula en todos lados, no sea cosa que alguien se tome en serio la vida política de nuestro país.
Podrá sonar exagerado pero la ironía, el sarcasmo y sus derivaciones satíricas son hoy, en la segunda década del siglo XXI, un elemento de dominación, no ya las herramientas hacia la lucidez que pudieron ser útiles en otros contextos.
Asumir la seriedad sin vergüenza, es una actitud mucho más arriesgada . No estoy proponiendo cargarnos de solemnidad ni desechar el humor sino pensarnos como sujetos inmersos en una realidad política y vivirla como propia, dar cuenta de sus estados, de su tono, de sus preocupaciones con hondura, como un modo de escaparle a la banalidad, porque ese tono irónico indiscriminado se vuelve superfluo, porque decir que en Haití no está Julio López cansa, alguien podrá argumentar que da cuenta de la banalidad mediática, que juegan con mimetizarse a tal punto que apenas se noten las diferencias, pero lo verdaderamente revolucionario en la Argentina de hoy sería poder tomarse en serio algo. La ausencia de una idea de revolución de la que hablaba Casullo es esa falta de voluntad frente a lo real, es un abatimiento que me dice que no puedo creer en nada de lo que veo, que todo es ficción, que todo va a fracasar, que finalmente algún irónico de turno va a descubrir una cuenta en Suiza, una fortuna, una coima que va a reducir la realidad a un mero juego de intereses donde lo único que importa es la parte del botín con la que cada uno puede quedarse.

La ironía en su expresión tan totalizadora, tan excluyente como la que padecemos por estos días, conspira contra la posibilidad de un sujeto activo. Es un refugio absolutamente cómodo en el que la realidad se vuelve una película que jamás puedo tomarme en serio. “Una risa que sangra “tiñe a ese sujeto espectador del más oscuro resentimiento. No le resultará difícil odiar a aquel que se decida a romper con la convención y convertirse en un protagonista de la realidad. Un sujeto anacrónico, pasado de moda que ilumine nuevos conflictos. El irónico no es un ser de batallas. Él se atrinchera en su sarcasmo y reparte puñaladas seguro que jamás será herido porque nadie puede lastimar al que no se toma en serio nada, al que pelea escondido en su bunker. Como el irónico se convierte en un ser absolutamente insensible (¡que le importa un ultraje!,) él nunca pierde porque no está en carrera, es un outsider al que sólo le importa enmantecar la pista para que los demás se caigan así puede reírse de sus tropiezos.
En el fondo el irónico es un fatalista que cree en un destino ya trazado, una realidad que no se puede cambiar. Con su sarcasmo achica al sujeto a la expresión de un ser que ha venido al mundo inútilmente. El dolor que encierra su risa es la certeza de que su presencia en la tierra es absolutamente intrascendente.

lunes, 15 de marzo de 2010

El triunfo imperdonable


Una mirada novedosa de la historia es un componente que suele faltar en el cine argentino de los últimos años. La hegemonía del (así llamado) Nuevo Cine Argentino partía de la necesidad de legitimarse en una ilustración de la realidad. Pero esa realidad a la que hacía referencia, no era de materialidad dudosa, inasible, cuestionable, sino una realidad aceptada convencionalmente bajo el discurso periodístico. El arquetipo que los medios podían construir sobre un desocupado, un inmigrante boliviano en la argentina, un joven marginal o un policía bonaerense, jamás era puesto en cuestión en el celuloide, los jóvenes cineastas se rendían hacia una realidad en la que fundamentaban su autoridad. La validez de su obra se medía en relación a su cercanía, a su fidelidad con lo real.

“El secreto de sus ojos”, por el contrario, decide arriesgarse en relación a los parámetros de verosimilitud. En primer lugar realiza una lectura bastante novedosa sobre los años de la Triple A, supone la utilización de delincuentes comunes para realizar ciertas tareas, para aportar su “conocimiento” en ese pasaje del estado a la ilegalidad. Más allá de la capacitación de las Fuerzas Armadas para la represión, Juan José Campanella nos habla de una sociedad delictiva que asimila a sus asesinos y les da rango institucional. Un estado terrorista que se hermana con la delincuencia común y que debe aprender también de ella (no sólo de las escuelas de contrainsurgencia) la frialdad necesaria para torturar, matar y violar.

El domingo pasado leía en el suplemento Radar una frase desafortunada del sociólogo Horacio González: “El film trata de un crimen de los llamados pasionales, un asesinato que brota de la locura amorosa”. Definir como crimen pasional a una violación seguida de muerte no es sólo la prueba de un pensamiento machista bastante vergonzante, sino una incomprensión, de parte del notable director de la Biblioteca Nacional, de la peripecia del film. Isidoro Gómez no es un hombre enamorado que mata por despecho, es un ser frío, que puede actuar el desconcierto en un interrogatorio judicial pero que se deshace frente a la belleza de la abogada Irene Menéndez Hastings, como pudo hacerlo frente a su jovencísima víctima. Cuando Irene lo descubre en la lascividad de sorprender el escote que deja ver una camisa apenas desabrochada, Isidoro Gómez reproduce la misma conducta que pudo tener ante su víctima. No es un ser que ama sino un ser que cosifica, como puede hacerlo un torturador. No es un hombre que ,dominado por la pasión puede matar y arrepentirse y tal vez no volver a matar a nadie en su vida. Lo que muestra el film de Campanella es que el torturador no es sólo un ser preparado racionalmente para esa tarea sino que también (sin negar lo anterior) puede ser alguien que sin instrucción alguna, sea capaz reproducir esas formas del mal. Es decir, el torturador puede ser un sujeto cualquiera no sólo un militar o un policía, lo que nos lleva a pensar en la capacidad de reproducción de seres de estas características que tiene una sociedad .

Pero yo no estoy aquí discutiendo las capacidades analíticas de Horacio González (de quien fui una fervorosa alumna) sino me interesa destacar la cautela que muchos intelectuales han expresado en estos días al momento de reconocer los méritos del film. Se trata de sostener (casi al unísono) que la lectura que se hace sobre los años previos al golpe de estado del 76 es simplista. Me llama la atención que quienes defendieron la obviedad del Nuevo cine Argentino se pongan tan críticos con una película que es mucho más compleja que “Mundo Grúa”. En el film de Pablo Trapero el retrato que se hace del desocupado es casi idéntico al que podría trazar un encuestador en cualquier matutino , el film no puede salir de su literalidad porque la anécdota está totalizada, la mirada del director es exactamente la misma que la de los personajes. Se supone que no opinar es una manera de evitar el maniqueísmo y la película elimina toda discusión porque quien se anima a cuestionarla recibirá esta contundente respuesta: “La realidad es así”. Cualquiera de los films argentinos enrolados bajo el rótulo de Nuevo cine Argentino son sumisos a estos postulados, si elijo “Mundo Grúa” es, simplemente porque sé que alguna vez González la seleccionó como parte de la bibliografía de sus clases. Pobres, tiempos muertos y no actores eran la clave para hacer un cine aceptable. Un cortejo de críticos e intelectuales (muchos de ellos seres que siempre se preocuparon por propiciar la crítica) se encargaban de agregar todo aquello que los cineastas no se habían tomado el trabajo de construir en la pantalla ,pero ahora estas mismas personas se han vuelto intransigentes frente a un film de Campanella. Tal vez porque la masividad, la popularidad que logran sus películas siempre serán sospechosas.

Quiero aclarar que jamás me gustó Campanella. Vi fragmentos de “Luna de Avellaneda” y “El hijo de la novia” por televisión y me parecieron intragables. No soporto ni a Ricardo Darín ni a Guillermo Franccella, por lo tanto me negaba a ver “El secreto de sus ojos”, hasta que me pasaron el DVD y su historia me llevó a olvidar ciertas actuaciones un tanto caricaturescas. Es muy enriquecedor darse la posibilidad de cambiar.

La sola imagen de Isidoro Gómez como custodio de Isabel Perón traza el recorrido político de la película. Del mismo modo que la escena donde los empleados judiciales comparten un viaje en ascensor con el ahora impune asesino, marcan un recurso altamente valorado en el arte: la síntesis. Quien fuera puesto en evidencia como violador y asesino es, en escenas subsiguientes, custodio de la Presidenta y personaje atemorizante, capaz de jugar con un arma para marcarles su poder. Si antes Irene podía interrogarlo y humillarlo ahora se le comprime el corazón pensando que podrá asesinarla. Así han cambiado las cosas, la ley está en otro lado, las figuras jurídicas son decorativas o cómplices .

Desde esa misma lógica es mostrado el universo de finales de los años noventa en el que los protagonistas vuelven a encontrarse. La venganza que lleva a cabo el personaje de Pablo Rago, es el resultado de un tiempo de impunidad, del desencanto que se vivía en el año 99. Esa época está bien descripta en ese clima de vacío que menciona constantemente Benjamín Espósito. son vidas grises de personajes que no están atravesados por ninguna pasión aunque la buscan en la venganza, como es el caso de Morales, o en la escritura, como lo hace Espósito.

En el diálogo final entre el aspirante a novelista y el marido recluido en una casona de los suburbios , Morales no deja de reconocer que la venganza no hace más que mantener a los sujetos atrapados en lo peor del pasado. Es imposible olvidar y se vive sólo para vengarse, entonces Morales se convierte en un ser casi idéntico a Isidoro Gómez, a quien encierra en un lugar que se parece a un centro clandestino de detención. Como en una imagen similar a la que presenta Griselda Gámbaro en “El campo”, cualquier lugar se ha convertido en un campo de concentración. El vínculo que une a Morales y Gómez es eterno. El estado no le ha brindado una salida al dolor de Morales y él ha buscado la justicia por mano propia.

Cuando Horacio González lee en el film una sentencia del estilo: “La salvación no la tiene la historia pública sino el amor”, parece subestimar una narración que, si hubiera sido fruto de la imaginación de Adrián Caetano no hubiera sido desacreditada. Benjamín Espósito se identifica con Morales porque ve en él un amor similar al que Espósito siente por Irene pero este componente narrativo no resuelve el drama político sino que le da otro espesor. La historia pública del año 1999 excluía a los sujetos,no les daba ni contención ni salida, se trataba de un mundo individualista, desencantado. Morales arma un universo propio con sus leyes y sus castigos que es lo peor de esa sociedad argentina, asimila la lógica del enemigo. Benjamín lo disculpa en su venganza, no lo delata sino que deja las cosas como están pero se ve impulsado a resolver el amor inconcluso que tiene con Irene. La motivación parte del horror a quedar detenido en el pasado (la escritura de una novela es un ejercicio que nos sitúa siempre frente al pasado) y entonces elige saltar hacia lo que está porvenir .

Así como desconfío de la verosimilitud en el arte ( o al menos de someterse excesivamente a ella) y creo que las propuestas más interesantes son las que se animan a desafiarlas, también desconfío de una obra que se preocupe por justificar al extremo casa decisión estética. “El secreto de sus ojos” no se siente obligada a la denuncia sino que asume la temática política con naturalidad, como parte de un escenario donde se enlazan lo privado y lo público y, por otro lado, logra hacer convincente la figura del detective, que pareciera imposible dentro de la ficción nacional.

Los personajes de este film tienen mucho de la inventiva del tango .Alan Pauls señala el anacronismo de “El secreto de sus ojos” . En realidad se respira una estética del cine argentino de los años cincuenta pero Pauls se manifiesta en contra del extremado pudor con que Benjamín e Irene viven su amor y considera que no se mide con la vara de los años setenta. Pauls parte de una lectura totalizadora de una época donde todos los sujetos deberían habitarla del mismo modo. La revolución sexual de los sesenta no fue una experiencia universal, fueron muchos los que siguieron viviendo bajo los conceptos de los cuarenta o los treinta, de hecho hoy mismo no todas las personas viven su amor desenfadadamente. Los personajes que muestra Campanella se sostienen bajo una lógica que no necesariamente tiene que ver con una cuestión epocal. Benjamín Espósito es un tanguero, un hombre tan fascinado con el personaje que encarna Soledad Villamil que no puede abordarla porque la ve inalcanzable y porque tal vez prefiera dejarla en ese lugar. Tiene mucho del porteño melancólico que se ha acostumbrado a ser un perdedor y tal vez quiera seguir siéndolo. Si bien Irene le demuestra de muchas maneras que lo corresponde en su amor, él pareciera elegir verla como un ser sublime. Irene por su parte es una joven abogada que pretende escalar en la carrera judicial, perteneciente a una familia tradicional y formal.

No se trata de diferencias de edad, clase social o rango jerárquico como supone Pauls que el film explica (algo que en realidad nunca hace) sino de una característica de los personajes que dentro del film funciona como un contrapunto de la acción social. Mientras se narra un policial donde los hechos se suceden, donde hay un delito y sucesos políticos, impunidad y venganza, Irene y Benjamín están paralizados por su propia historia. La mirada de Alan Pauls supone que en la ficción todo tiene que ocurrir, desarrollarse, como si en la vida no existieran un montón de situaciones que quedan truncas. Lo extraño, una vez más, es que estos cuestionamientos llegan de boca de un intelectual que se delita con el cine argentino de los tiempos muertos donde ninguna narratividad convierte a ese “no hacer nada” en un hecho estético.

Disfruto de los films de Lucrecia Martel donde la acción dramática queda suspendida y todo lo que no ocurre no hace más que acentuar la tensión entre esa pasividad de los personajes y su verdadero conflicto ,que toma dimensiones gigantescas al no ser asumido por los personajes. De ese modo las escenas se despojan de su literalidad y exigen un ejercicio en la mirada del espectador. Pero muchos cineastas se apresuraron a copiar este estilo sin construir la compleja trama que lo sostiene. Pauls juega a ver profundidad donde hay pereza, a considerar que una obra de Vivi Tellas donde lleva a su mamá y su tía a charlotear arriba de un escenario es experimentación, pero se pone extremadamente exigente frente a un film de Campanella.

El problema de fondo aquí es que un director popular se haya atrevido con una temática política. “El secreto de sus ojos” es una excelente película de industria, no un film de cine- arte, que logra construir una historia mucho más compleja de la que pueden trazar Caetano o Trapero. Alan Pauls que escribió el ¿guión? de un film como “Los Rubios” que carece de elaboración, que es un postulado de la despolitización frente a un tema absolutamente político, donde hay escenas de mujeres gritando en el campo y en una plaza que son absolutamente vergonzosas y donde se llega al extremo de convertir lo simbólico en explicitación banal, saca a relucir (al igual que Horacio González)una destreza crítica que durante años había abandonado en relación al cine argentino.

domingo, 7 de marzo de 2010

Batalla perpetua, conflicto constante


Cuando en el año 2006 tomé conocimiento de la polémica que había desatado la carta de lectores que Oscar del Barco envió a la revista “La Intemperie” de la ciudad de Córdoba, me sentí absolutamente atraída por la profundidad y originalidad de los argumentos de Del Barco y me puse rápidamente de su lado.

Sintetizar aquí los postulados de su carta y de su voluminoso libro sobre el “No Matarás” no sólo excede a este post sino que desviaría al texto de mi propósito. Lo menciono sencillamente para explicar que en ese “No Mataras” (que pretendía ser un modo sorprendentemente valiente, inesperado y arriesgado de pensar la militancia de los setenta de parte de uno de sus integrantes) yo vi un modo definitivo de asumir las consecuencias de una acción, un arrojo al momento de reconocer errores y entender que esa aceptación equivalía a una supresión de sí mismo y un modo de pensar ciertas ideas más allá de la relatividad de las coyunturas, que me subyugaron porque nunca pude sentirme cómoda en ese mundo de las responsabilidades diluidas, del “crepúsculo del deber” y de la relativización de todo acto, que expresaba el menemismo.

Pero una de las cosas más sorprendentes y bellas que tienen las lecturas es que nos atrapan en determinados momentos de nuestras vidas y que podemos pensarlas de maneras diferentes cuando nuestra realidad cambia y ponemos a prueba nuestras creencias .

El “no mataras” de Del Barco suponía un respeto y una sensibilidad hacía mi enemigo político que me inhibía frente a cualquier daño que pudiera realizarle. La muerte, pensada dentro de la lógica de los años setenta, era un camino extremo pero rápidamente accesible para el militante de izquierda que quería destruir a la oligarquía, a la derecha, al poder militar. La reflexión de Del Barco ( que aquí estoy minimizando) nos llevaba a ver a nuestro enemigo desde un lugar tan humanista, tan respetuoso de su integridad como sujeto, que yo debía superponer su humanidad por encima de cualquier contienda que pudiera llevar adelante, a tal punto que la noción misma de enemigo desaparecía. Este razonamiento se alejaba de la idea de política pensada como guerra, ya que, aunque se trate de una guerra simbólica, la lógica del asesino siempre está presente.

Cuando irrumpió el conflicto con el sector agropecuario supe que el pensamiento de Del Barco había sido desmoronado por la propia realidad.

“Una revolución es el acto mas violento que existe”, proclamaba Marx. En la Argentina del año 2008 no había tenido lugar ninguna revolución sino un hecho mínimo (aplicar retenciones a las exportaciones) que había despertado una reacción comparable a la implementación de la reforma agraria. Traduzco la frase de Marx: Cualquier cambio político, por minusválido que sea, es un acto violento o , al menos, un acto que es leído como violento por los medios, por los sectores que se verían afectados y que responden de un modo también violento.

Lo que más me hacia ruido en la exposición de Del Barco es que terminaba realzando la figura de la mansedumbre. El futuro estaba en manos de los hombres ( y supongo que mujeres aunque el machismo del filósofo cordobés merecería un post aparte) que no están dispuesto a pelearse con nadie porque toda pelea, todo conflicto puede derivar en la violencia. Del Barco construía una idea de sujeto imposible. Al menos plasma una idea de sujeto manso que yo no elijo ser porque la mansedumbre allana el camino a los predadores que quieren un mundo para pocos. La mansedumbre parece decirnos que como las revoluciones matan mejor seguir siendo un explotado como si los sistemas que no tienen resistencia no fueran cada vez más asesinos, como si quienes matan lo hicieran sólo porque hay otros que están dispuestos a matarlos y no por preservar su poder.

Vamos a bajar un poquito los decibeles porque tanto hablar de muerte puede llevar a algún distraído o apresurado a hacer alguna interpretación maliciosa, mucho más en estos días donde las susceptibilidades ya no se disimulan. Yo tampoco estoy de acuerdo con la violencia, ni con la represión, ni con tomar las armas para las causas más nobles. Yo también creo como Del Barco que cuando una idea política se militariza se reduce a la lucha armada y todas sus ideas y complejidades pasan a un segundo plano. También estoy convencida de que primero se mata al enemigo político y después al disidente que hizo la revolución con nosotros. Pero también creo, y este era el propósito de mi post, que el consenso es imposible. Al menos en la Argentina actual, sencillamente porque estamos atravesados por el odio.

La derecha antiperonista que pudo escribir “Viva el cáncer” odia desde esos días y ha enseñado el odio a sus descendientes. A Cristina Fernández se la odia. La enfermedad de Néstor Kirchner encendió de felicidad a sus enemigos. Prendemos la televisión, leemos el diario y allí hay odio. Yo no creo que nadie de la oposición se merezca la pasión del odio pero como kirchnerista no puedo ver a Elisa Carrió como a un sujeto que merece respeto, cuidado y consideración. La veo como a una persona que está cegada por el odio y la envidia. Veo a Julio Cobos asintiendo y aplaudiendo durante el discurso de Cristina Fernández en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso y me impresiona su cinismo. No me imagino un mundo donde podamos estar todos juntos en una actitud de acuerdo, de conciliación.

Es muy difícil darle la mano al que mancilló el cadáver de Eva o a la mujer que dijo “Los hijos de Ernestina de Noble son nuestros hijos”

El odio es irracional y es casi inimaginable suponer que puede ser atenuado alrededor de una mesa, usando buenos o malos términos porque, directamente, es imposible sentarse a hablar con alguien que envió cartas a las embajadas diciendo que vivíamos bajo un régimen de facto. Cuando se realizan esos actos y se los propagandiza y aplaude desde los medios se está realizando una acción casi idéntica a tomar un fusil. La respuesta jamás deberá ser violenta desde lo físico pero sí lo será desde lo simbólico, desde la contundencia de los triunfos o los fracasos, desde el lugar irreconciliable en el que ese sujeto queda en relación a la barrera que se animó a cruzar. Que la oposición desee el fracaso del país por un encono hacia el matrimonio Kirchner los ubica en un lugar donde el suelo se quiebra y nos observamos como seres que representan países, territorios, naciones, símbolos ,pasados que nos son ajenos.

Porque aquí entramos en otra versión de la consigna “Ni olvido ni perdón” yo no me puedo olvidar de quien es Gerardo Morales y no voy a perdonarle lo que está haciendo ahora. Las Madres y las Abuelas nos enseñaron por donde pasa la batalla y adhiero a sus métodos pero eso implica una nueva contienda: perseguirlos, recordar lo que pasó y buscar justicia. Carrió pedirá juicio político para la presidenta pero algún día muchos de nosotros vamos pedir que se enjuicie a Carrió, a Aguad, a Macri. Así se van a definir los conflictos en la Argentina, como nos denostaron Abel y Francisco Madariaga por estos días, restituyendo lo que nos sacaron, la identidad, la memoria, la historia el saber quienes somos.

Seré pesimista pero la solución al conflicto llegará cuando la balanza se estrelle con su metálico ruido hacia uno u otro lado . Algunos ganarán y otros perderán, algunos impondrán su proyecto de país a los otros, con fuerza, con contundencia, de un modo autoritario porque la derecha argentina no quiere un país para todos quiere un país donde pueda disfrutar de forma exclusiva y excluyente y permita que se derrame algún bienestar para los que no pertenecen a su clase. Porque nuestra supervivencia (la de los trabajadores, la de quienes vivimos del alquiler de nuestra fuerza de trabajo, sea intelectual o manual) depende del fracaso del proyecto de la derecha. No del acuerdo, de la conciliación, de la negociación con ella (hay que ser muy ciego para no aceptar que no quiere negociar sino imponer) sino de su fracaso.

Cristina Fernández lo entiende de ese modo por eso redobla una apuesta que le vale bastantes críticas.El problema es que el kirchnerismo no se tomó verdaderamente en serio esta idea (tal vez porque no es políticamente correcta) Para vencer a la derecha hay que crear un poder que sea más fuerte que el que ella posee. Queda claro, no estoy hablando de poder militar sino de haber trabajado en concientizar al pueblo en el proyecto que se estaba llevando a cabo, en haber puesto más energía e inteligencia para dar la batalla cultural que creará sujetos autónomos a los que no se les pueda vender una ideología que no responde ni a sus intereses ni a su felicidad.

Michel Hardt y Antonio Negri afirman en “Multitud”que “Una guerra dirigida a crear y mantener el orden social no tiene fin” Esto es lo que la derecha mundial viene haciendo desde los comienzos de la historia. Ellos nunca ceden, nunca descansan en su batalla cultural, económica, simbólica, material, existencial, se la toman en serio, no son mansos. Se trata entonces de entender que el bienestar del pueblo también es una batalla cuya preservación no termina nunca.