lunes, 31 de enero de 2011

Un hombre partido en dos


Una versión de esta nota fue publicada en el diario Página/12 el pasado 23 de enero

Cuentos Completos - Thomas Mann

Por Alejandra Varela

Como si un rayo misterioso lo hubiera partido en dos, Thomas Mann fue un ser marcado por la idea del doble.
Construye su narrativa en el trazo que forma la mirada de sus personajes solitarios. Como en Bernard Marie-Koltès la mirada es un código del amor entre los hombres, no un mero regodeo de vouyer. Mirar implica imaginar, prolongar al extremo todo lo que queda suspendido en ese encuentro casual de Aschenbach con su presa. Mann escribe en La Muerte en Venecia una crónica de la homosexualidad destinada al secreto, al silencio y al rechazo, no sólo de la sociedad que vigila cada gesto, sino del propio ser amado. La homosexualidad es una instancia íntima, casi existencial, que se resigna a la contemplación porque es exclusiva del amante. La concreción de ese amor es trágicamente imposible.
La lectura de los Cuentos Completos, que presenta la editorial Edhasa, permite sumergirse en un film expresionista de los años veinte. Escenarios hospitalarios, como los del cuento Tristán, muestran una medicina del laboratorio humano donde en esos seres frágiles puede imaginarse el laborioso entramado que construyó Mann para hacer de su matrimonio burgués un refugio frente a sus ambigüedades sexuales. El juego del doble se extiende en sombras alargadas donde las verdaderas pasiones no pueden siquiera sospecharse, la represión es la estética que controla las acciones de los personajes.
Hay una conciencia que asume la pose atildada del padre de familia, el marido con una bella mujer de la aristocracia alemana pero existe un cuerpo “la única forma de lo espiritual que podemos aprehender y tolerar con los sentidos” y es ese cuerpo el que le señala a Mann que el mayor enemigo de la homosexualidad es la burguesía. A ella dirigirá sus burlas, su humor elegante.
La escritura es el germen de la homosexualidad que distancia a Tonio Kroger del mundo de las diversiones y los deportes. No se trata sólo del amor desmedido que el adolescente Tonio siente hacia su compañero de escuela, el verdadero drama se encuentra en que Tonio lee Don Carlos de Schiller y escribe poemas mientras que su amado Hans de catorce años toma lecciones de equitación y “piensa en las cosas en las que todo el mundo piensa y de las que se puede hablar en voz alta.” La narrativa de Mann es el espacio confesional del susurro donde encontrará el permiso de contar aquello que en la vida debe ser sacrificado.
La literatura es la palabra clave para nombrar la homosexualidad como una maldición que inquieta y subleva la vida en común. El personaje del cuento se vuelve incomprensible, anhela y envidia esa normalidad de los rubios y esbeltos, como una anticipación de la figura dominante del ario, pero disfruta de cierta superioridad como el Albatros de Baudelaire, castigado por el virtuosismo de su diferencia.
El lector de hoy podrá encontrar algo de esa tensión que invade los films de Lucrecia Martel donde flota, como un tema lateral, casi al descuido, un deseo entre mujeres que nunca se consuma ante las cámaras pero que espesa el ambiente a tal punto que las imágenes parecen el resultado de una fantasía, del estado mental de los personajes atenazados en una pasión que engendra culpas.
Mann podría ser también un personaje de Antonin Artaud.“Usted se queda señor; el mal no le da miedo”, le dice el peluquero a Aschenbach. No, el mal le causa fascinación, delira al imaginar que la peste que llega con la fuerza del mar va a destruirlo todo y podrá quedarse a solas con Tadzio. Para consumar ese amor entre hombres, pareciera afirmar Mann, es necesario que la sociedad entera desaparezca. Así como Artaud veía en la peste la posibilidad de que los sujetos se despojaran de su máscara diaria y mostraran el costado más irracional y salvaje, todo aquello que la cultura reprime y que la peste ilumina para darle lugar a lo incontenible, Aschenbach es el extranjero que está fuera de sí “y nada aborrece tanto como volver a sí mismo”
En la estrategia del doble que funciona como germen del expresionismo alemán, esos dos que conviven en un mismo cuerpo, negándose y odiándose uno a otro, no pueden llegar a una síntesis que permita la calma espiritual. Es una manifestación antisocial propia de un mundo donde el huevo de la serpiente está por romper la cáscara. El drama estallará en ese cuerpo donde el doctor Jekyll terminará tragándose Mister Hyde.

domingo, 23 de enero de 2011

Los parricidas


Esta nota obtuvo el Primer Premio en el concurso de periodismo que todos los años organiza la UBA, en la categoría Mejor trabajo en Periodismo Cultural en Gráfica. Con el título de “No necesitamos nuevos héroes” se publicó en la revista La Mujer de mi Vida en mayo de 2007.

El motivo fue la edición del libro “Traiciones” de Ana Longoni
Es una adolescente pero está en ese momento crucial donde, inesperadamente, puede dejar de serlo. Es, además, una princesa, una privilegiada. Un día se entera que su tío, el rey, ha decidido sepultar a uno de sus hermanos, muerto en una guerra anterior pero al otro, Polinice, el traidor, va a dejarlo sin sepultura para que se convierta en alimento de los cuervos. La joven no puede aceptar que su tío, por más poderoso que sea, quiebre una norma ligada a los dioses, a los valores religiosos de su pueblo, entonces trasgredí la prohibición y, aún sabiendo que su vida está en juego, entierra a su hermano. Creonte, su tío, que jamás imaginó que existiera un ser capaz de poner su vida en riesgo por una causa tan poco conveniente, se descoloca frente al desafío. No está en sus planes matar a nadie y menos a su sobrina, entonces le propone negociar, arrepentirse, buscar una solución por la vía del diálogo. Pero Antífona es un héroe y para los héroes no hay negociación posible. Su deber es realizar una acción cargada de sentido y cuando en algún momento de la tragedia deben elegir entre sostener su acción o borrarla y vivir, ellos siempre eligen sacrificar su vida para que algo en el orden de lo real se modifique.
Si el héroe puede construirse como tal es porque tiene como principal aliada a la muerte. Lo que Antífona descubre a lo largo de la charla con su tío Creonte (que se disfruta más en la versión que Jean Anouilh hace de la tragedia de Sófocles) es que el pasaje a la adultez, la continuidad de la vida, vuelve imposible la permanencia impecable en los ideales más extremos. Entender que la vida no es lo que se sueña en la adolescencia es lo que no soporta Antífona, por eso elige la muerte. Para sobrevivir, para adaptarse, todo sujeto necesita de la traición, o de pequeñas traiciones que delatan sus imperfecciones. También para asumir una voz personal y no se una continuación acrítica de las generaciones anteriores.
En el libro “Traiciones”, Ana Longoni describe el halo de sospechas con el que deben cargar los sobrevivientes de los campos de concentración en la Argentina. La elección o el azar los llevaron a que su necesidad de preservación se impusiera ante la idea de sacrificio en la que habían sido formados desde su militancia de izquierda. Son traidores porque no son héroes. En ellos se cuenta otra vida posible más allá de la revolución.
El sujeto sometido a la tortura, despojado de toda idea de libertad, ya perdido en su condición humana, es cuestionado por buscar estrategias para aliviar el dolor físico. Longoni se pregunta (y es imposible no sumarse a ese cuestionamiento) ¿desde qué lugar, con qué autoridad se puede enjuiciar a quien deja de ser ante el martirio? La pregunta tiene una respuesta: La izquierda de los setenta construyó un sujeto imposible, un héroe capaz de sacrificarlo todo por un valor absoluto. En base a esta idea de sujeto se cuestiona al militante real que no puede cumplir con este mandato porque en el escenario de la acción ve las debilidades, las fisuras, las dudas. Se busca que el sujeto sea ese suplemento que es el héroe, ese ser impensado que se sale de los cálculos del poder y se encuentra con sujetos que no siempre pueden serlo, a los que la militancia no les ha dado esa carga de excepcionalidad, se encuentran con la máxima de Spinoza: “¿Cuánto puede un cuerpo?” y descubren, una vez más, que nadie sabe de cuánto un cuerpo es capaz.
En “Galileo Galilei”, Bertolt Brecht se preocupa por hacer trizas cualquier idea de heroísmo. Brecha discute con la tragedia griega, con la clase de héroe que expresa Antífona, modelo de la política burguesa. Al querer depositar en una persona todo el valor heroico, lo que hace una sociedad es delegar en ella su capacidad de acción. Galileo es a los ojos de su discípulo Andrea, un científico genial, imprescindible para derrocar la ignorancia de la iglesia y un hombre que no teme a la muerte, que puede soportar la tortura más bestial porque ama a la ciencia más que a su cuerpo. Pero Galileo lo desilusiona. Adjunta de sus investigaciones, traiciona sus ideas para salvarse del tormento, aunque continúa con su tarea en secreto, en la casa que le da la iglesia en recompensa por haber claudicado. “Pobre del país que no tiene héroes”, dice Andrea acusando a su maestro. “No, pobre el país que necesita héroes”, le contesta Galileo.
La izquierda argentina ha construido la identidad militante más en el padecimiento que en la acción. Los años de cárcel y la resistencia a la tortura parecen ser la escuela política imprescindible y no pasar por ella genera vergüenza. Autores como Ernst Bloch y Tony Negri llaman a construir una política que se ocupe de la felicidad y del presente. Andrés Rivera deja como advertencia hacia el final de “La Revolución es un sueño eterno” la pregunta: “¿Qué revolución compensará la angustia de los hombres?”
Por supuesto que cansa y es tristemente vacío ese hedonismo Light que especula y que ve la preservación como única guía. Un sujeto que acepta el riesgo y la implicancia sabe que tendrá que ponerle el cuerpo al dolor y construir con él una vida que no tiene por qué estar alejada de la plenitud. El problema surge cuando los deseos del sujeto quedan anulados y éste se vuelve un ser plano, cuyo único objetivo es el asignado por la organización a la que pertenece.
Y este es el tema en el que Longoni no profundiza: La aniquilación de la subjetividad que se realizó hacia el interior de las organizaciones armadas durante los años setenta. Por supuesto que el sujeto surge la destrucción implacable de la tortura pero antes fue armado como un robot par entrar en la lógica de la guerra porque, como dice Oscar Del Barco (otro “traidor”) la militancia revolucionaria se enrolaba en una ilógica asesina. Del Barco no simplifica la experiencia de los setenta, ni la reduce a la lucha armada sino que afirma que, al elegir las armas todo lo demás pasa a un segundo plano, la mecánica asesina devora cualquier ansia de liberación.
Borges piensa al traidor como a un converso, alguien que puede descubrir su identidad en la traición, como le ocurre a Tadeo Isidoro Cruz frente a Martín Fierro. También piensa al traidor y al héroe como los dos extremos de un mismo personaje. Esa posibilidad de descubrir lo mejor y lo peor en una misma persona. Cada uno puede ser aquello que detesta.
La palabra más siniestra que ha encontrado la izquierda para definir al traidor ha sido “quebrado”. Un quebrado es una persona que entra en crisis con ese discurso totalizador, sin fisuras, necesario para el combate, que por su carácter esquemático no puede transitar la duda sin debilitarse, sin resquebrajarse. El héroe griego es, también, un personaje que no tolera la duda. Edipo y Antífona van como una flecha hacia su objetivo, nunca dudan en su búsqueda de la verdad, en el riesgo que asumen. Nacieron para ser héroes. Con el Iluminismo y la tragedia isabelina el héroe, pensado en esos términos, no tienen muchas posibilidades de subsistir. No es un dato secundario que el héroe tenga poder. Su capacidad de acción es más contundente y gráfica. Para que alguien sea un héroe y no un mártir o un chivo expiatorio, se requiere de una permeabilidad del entorno para entender el sentido de su acción. Cuando el sujeto vive la derrota es la realidad la que dicta las reglas, por eso en el realismo no hay héroes.
Longoni plantea que la incorporación de la pastilla de cianuro fue una manera de protegerse de la delación y de tomar en cuenta los límites humanos de los militantes. Como no se podía alardear de la voluntad de hierro ante el dolor, el sujeto se inmolaba. La muerte elimina a los posibles traidores.
Pero también podría pensarse como una forma de manifestar la prescindibilidad del sujeto. Decir que es más importante la causa que las personas, puede ser muy noble o muy nazi. Suena a lógica del exterminio.
La joven busca en su hermana una aliada para enterrar a su hermano. Ismena, absolutamente racional y política, dice que es verdad: hay que enterrar a los muertos pero que al hacerlo van a ser asesinadas por lo tanto, no tiene sentido realizar una acción cuando el fracaso está asegurado. No están dadas las condiciones, diría un marxista. Antífona le responde que a ella no le interesa ganar sino hacer lo que es justo. Es una guevarista. Hacia el final de la obra, la muerte de Antífona crea otras condiciones. Se ha despejado la bruma y el pueblo puede ver con claridad quien ha hecho lo correcto. Ya nadie se animará a afirmar que un muerto no merece sepultura.
Tal vez Longoni asuma el discurso de Ismena cuando reproduce las frases de los militantes que servían de justificación para seguir adelante en el combate, aún cuando la derrota era una evidencia, pero lo que puede observarse es que esos discursos, que podrían haber tenido sustento, se convirtieron, por el devenir de los hechos, en frases vacía. Hay algo que parece insustancial para la mirada setentista: Las muertes que se podrían haber evitado no son un dato menor. Al propiciar una conducta de mártires, la izquierda se encuadraba en la política del número: el militante resulta útil para realizar una acción de choque que sirve como recurso propagandístico, si se muere es reemplazado por otro. Desde este lugar se reproduce la ideología del sistema que se está intentando cambiar.
Roberto Artl pensó en “El Juguete Rabioso” la figuradle traidor como una construcción literaria. Silvio Astier es un escritor que narra los hechos cuando actúa. Desde su mirada de autor decide que traicionar a un amigo es más interesante dramáticamente que acompañarlo o no en un robo. El escritor le gana al sujeto real que tendrá que cargar con el estigma. Creonte también reconoce que tanto Polinice como Enteocles eran igualmente traidores pero él, como rey, necesita asignarle a uno de ellos ese papel para mantener el orden. La marca de traidor en el nombre de muchos sobrevivientes es también una construcción ficcional. Lo que Longoni no hace es rastrear qué estrategia se esconde en el armado de este relato.
El padre de Hamlet era tan malvado como su hermano Claudio. Hamlet lo sabe, por eso no se preocupa en ser un hijo obediente como Antífona, más interesada por los muertos que por los vivos, continuadora de la tradición trágica de su familia. Tal vez haya llegado el momento de olvidar, de encontrar la poesía en el porvenir, no en el pasado, de traicionar, como hizo Hamlet a su padre muerto (al fantasma de su padre) y decirles de una buena vez: Nosotros no queremos ser como ustedes.

domingo, 16 de enero de 2011

"Esto" en Mar del Plata


Ayer se reestrenó “Esto” en la ciudad de Mar del Plata, la primera obra de teatro que escribí hace más de una década. Se seguirá presentando a la misma hora, el mismo día y en el mismo lugar por lo que resta del verano.
El próximo SABADO 15 de enero a las 22 hs
En EA! Escena Abierta
Córdoba 2365 tel 493 2429
Se presentará la Obra Teatral
ESTO de Alejandra Varela
“Esto” es el pretexto para mencionar lo que no se quiere decir.
Hay un intento permanente de encontrar respuestas a cuestiones que subyacen en un clima de tensión y apariencias
Cuando el mensaje se desintegra, la información se distorsiona y lo central pierde el sentido para escabullirse en una búsqueda estéril.
Lo que importa es encontrar un culpable, un chivo expiatorio para perseguirlo, acosarlo, interrogarlo hasta las consecuencias más impensadas, con el solo objeto de permanecer protegidos detrás de una máscara
cobarde e hipócrita.-
Actúan:
Armando González - Mónica Miceli
Daniela Suarez – Patricia Viglianchino
Partitura de Sonidos: Santi Lesca
Asistencia: Ricardo Peterseim
Dirección
Daniela Suárez

domingo, 9 de enero de 2011

El desaparecido y su lugar en el sacrificio


Según George Baitalle, la orgía, el sacrificio y la guerra no se explican por un sentido en sí mismos sino que su sentido se encuentra en la prohibición. Su realización es posible porque son la transgresión de una prohibición.
El trabajo es una manifestación del rechazo del hombre a la naturaleza. La acción racional tiene una eficacia análoga al trabajo.
La violencia de los sujetos es una acción a la que se le confiere eficacia. Se diferencia de la violencia animal que es irracional.
“Cuando se convierten en transgresiones adquieren la entidad de explosiones organizadas, actos cuya eficacia sólo se aprecia más tarde “ “El efecto de la acción que fue la guerra pertenecía al mismo orden que el efecto del trabajo. En el sacrifico se ponía en juego una fuerza a la cual, arbitrariamente, se le atribuían consecuencias”
La transgresión es una violencia calculada, estratégica que busca decir algo más con su acción, provocar transformaciones.
“Esa violencia se había convertido en religiosa pero, en su mismo impulso, adquirió un sentido humano; se integró en el ordenamiento de causas y efectos que, sobre el principio del trabajo, había construido la comunidad de las obras.”
En un primer momento tuvo cierto carácter ritualístico pero sobre esos rituales se construyó un orden social. Es decir que el destino de la transgresión es convertirse en norma.
La violencia humana se integra a un ordenamiento de causas y efectos.
Los sujetos pasamos a estar constituidos en esa violencia y a pensar en esos términos.



Al negar la transgresión del sacrificio fundacional, el cristianismo naturaliza el mal
“La religiosidad primitiva extrajo de las prohibiciones el espíritu de la transgresión. Pero, en su conjunto, la religiosidad cristiana se opuso a la transgresión.”
En la religiosidad primitiva lo prohibido y la transgresión formaban parte de la misma consideración religiosa.
En la Grecia del siglo V a de C, vemos como en la Orestíada, Apolo le da un sustento moral al asesinato que va a cometer Orestes. Antes de matar a su madre el joven necesita de la protección de Apolo para justificar el crimen. Pero Las Furias lo persiguen. Lo que demuestra que los dioses griegos tenían sentimientos encontrados y hacían convivir, dentro de una misma religión, ideas absolutamente opuestas, incluso incompatibles. Su idea de la religiosidad era altamente conflictiva y esto se plasmaba en el modo de vida griego. El cristianismo, por el contrario, sostiene una vida donde el conflicto siempre tiene connotaciones negativas. Su ideología propagandiza la resignación.
En la Grecia clásica convivía la prohibición y la transgresión de esa prohibición. La vida griega se sostenía en una tensión permanente.
“Lo divino es la esencia de la continuidad”. Siguiendo esta afirmación de Bataille ¿cuál es el acceso a la continuidad del cristianismo?. La respuesta: El amor de los unos para con los otros. Bataille la considera demasiado amplia para tomársela en serio.
“El impulso inicial hacia la transgresión fue derivando así, en el cristianismo, hacia la visión de un rebajamiento de la violencia, convertida en su contrario.”
Si el camino hacia lo sagrado es la transgresión, ¿dónde ubica el cristianismo su transgresión? En convertir la violencia en amor pero la violencia es una de las principales transgresiones.
El amor se piensa como una de las formas que crea el ser humano para diferenciarse del animal. La transgresión es el modo de volver a esa animalidad pero con una estrategia que le daría cierta racionalidad a lo instintivo.
. El amor del que habla el cristianismo tiene que ver con la sumisión. Es un amor que niega la violencia. Por lo tanto no puede ser una estrategia para enfrentar una prohibición.
“El amor divino hubo de sumergirse en un mundo de cosas”
“El Dios cristiano es la forma más construida a partir del sentimiento más deletéreo: el de continuidad. La continuidad se da en la superación de los límites. Pero el efecto más contundente del impulso al que doy el nombre de transgresión es el de organizar lo que por esencia es el desorden”
“Esta organización, fundada en el trabajo, se fundamenta en la discontinuidad del ser”
Porque somos discontinuos, es decir, mortales, nos planteamos la posibilidad de transgredir. Tenemos un límite y la transgresión es la posibilidad de tensar ese límite. La paradoja es que gracias a la transgresión llegamos a la continuidad (la inmortalidad)
Al darle tanta centralidad a la continuidad, el cristianismo obstruye el camino del ser discontinuo a la continuidad. Esto está muy vinculado al pecado de Hibris, que es el pecado de la soberbia. La palabra soberbia significa, querer ser dios. En el mito de Adán y Eva queda claro que querer acceder a lo trascendente a partir de una prohibición se convierte en caída. El pecado original es, en realidad, una transgresión que tendría que haber provocado la continuidad del sujeto.
“El mundo organizado del trabajo y el mundo de la discontinuidad son un solo y único mundo”
“Ante la precaria discontinuidad del ser personal, el espíritu humano reacciona de dos maneras que, en el cristianismo, contemporizan:
Encontrar esa continuidad perdida
Abandonar los límites de la discontinuidad personal
“Redijo lo sagrado, lo divino, a la persona discontinua de un dios creador”
Lo sagrado ,el dios creador, se hace hombre (discontinuo) y muere en la cruz, ese sacrificio es el que lo devuelve a la continuidad.
“El momento del arranque, del vuelco, era sustituido, mientras aún perduraba el recuerdo de la crueldad primera, por una búsqueda de acuerdo de conciliación en el amor y en la sumisión”
Se pierde la idea de transgresión, la violencia inicial, para pensar en la reconciliación que sería la negación de esa violencia. Un mecanismo que la iglesia católica reproduce permanentemente.
El desaparecido fue un ser sacrificado. La violencia ejercida sobre él tuvo la bendición de la iglesia católica que defiende la tortura como un modo de castigar el cuerpo de quienes no acatan la sumisión. Pero para el cristianismo el sacrificio no es ya un modo de alcanzar la santidad, entonces niegan la violencia ocultando el cuerpo y silenciando los hechos cometidos. Si el testimonio sobre el martirio tenía lugar era para propagandizar el terror.
La sociedad le cambió el sentido a estas acciones devolviéndole su carácter arcaico. El sacrificio fue un camino hacia la continuidad. La imagen del desaparecido alcanzó un lugar trascendente.

domingo, 2 de enero de 2011

Decir la verdad


La verdad, el decir la verdad en el espacio público, sea en representación del estado o en la tribuna mediática, se ha vuelto un tema cada vez más importante. En especial porque en nuestros días decir la verdad implica consecuencias pero también porque vivimos una época donde todos los discursos no son tolerables y la identificación de la verdad se vuelve una necesidad definitoria en nuestra conformación como país.

En los noventa preguntarse cuál era la verdad parecía un ejercicio inútil. La posmodernidad nos hablaba de interpretaciones absolutamente relativas donde la verdad, como efecto totalizador no sólo era imposible sino ridículo. Esta ideología volvía aceptable cualquier discurso y nos acostumbró a un alto nivel de permisividad frente a la mentira.

En el decir la verdad lo que importa es lo que esa verdad genera en quien la escucha. Su efecto de realidad. Hoy se trata de decir la verdad sobre el país para convertirnos en lo que queremos ser. Numerosos discursos de finales de 2009 hablaban de recesión, caída del empleo, muchos decían que el gobierno no enfrentaba la crisis. Esa insistencia en el desastre, ese deseo de volver a las malas épocas encierra una estrategia, desde diferentes sectores de poder, de convencer a la ciudadanía de que cualquier prosperidad es ilusoria.

La suspensión de tecnópolisis va en este sentido. Mostrar el desarrollo tecnológico que alcanzó nuestro país en estos últimos siete años es demasiado peligroso para alguien como Mauricio Macri y las ideas que él representa torpemente. Es una demostración de capacidad que se habría difundido de forma masiva. Es mucho lo que se oculta sobre la inversión y el desarrollo tecnológico que viene realizando el kirchnerismo ¿qué pasaría si un público tan numeroso como el que salió a festejar el Bicentenario se encontrara con semejante sorpresa?

Pero también me interesa pensar al receptor de la verdad porque no todas las personas aceptan la verdad o se animan a hacer algo con ella.

Lo inédito de estos últimos años es que las personas que asumieron el riesgo de decir la verdad ocuparon el rol de presidentes. Especialmente en el caso de Cristina Fernández a partir del conflicto con la patronal rural, su decisión de persistir en la verdad se convirtió en un esfuerzo de maduración para toda la sociedad argentina que recién ahora está dando sus frutos. Ese parto por cesárea del que habla siempre Elisa Carrió tal vez haya ocurrido en esa primera mitad de 2008, cuando la Presidenta toma una decisión crucial: hace prevalecer las convicciones por encima de la conveniencia y el pragmatismo (recordemos que la cadena de medios privados le ordenaba las veinticuatro horas del día que cediera ante la mesa de enlace) y por otro lado asume con determinación y con todas las dificultades que eso conlleva, una larga travesía hacia la defensa de la verdad que se abre como un rizoma en la ley de medios y el caso papel prensa, para florecer con contundencia el día de las exequias de Néstor Kirchner. La muerte de Kirchner tiene ese valor real y simbólico de lo costoso que resulta llegar a la verdad. Cuesta la vida. Ese momento donde el director de la sociedad de morteros le dice a Cristina y a todo el pueblo argentino esa frase que estallo en el llanto de la presidenta y de muchos de nosotros: “Desde que llegó Néstor Kirchner a la Rosada no se remataron más campos en la Argentina”, sintetiza de una manera tan perfecta como a veces lo logra el azar de la historia, ese camino hacia la verdad que se vuelve más empinado porque muchas personas de a pie, se resisten a transitarlo.Escribí por ese entonces, y lo repito ahora que no sólo estaba en juego la renta agraria sino nuestras subjetividades.

El discurso de los medios apela a una idea de transparencia sostenida en la simplificación. Ellos buscan un discurso cerrado que no dé espacio a la duda, donde todo tenga un nombre. De ese modo se vuelve fácil de asimilar y repetir para el sujeto que ha desechado la posibilidad de pensar. La verdad, por el contrario, es compleja y conflictiva. No siempre es sencilla de comprender a primera vista.

Elisa Carrió busca asumir un lugar similar al que ocupaban los adivinos en la Grecia Clásica:Estar entre aquellos que descifraban el oráculo pero, al señalar las calamidades que nadie quería escuchar, eran odiados por los reyes y ciudadanos. En realidad se podría hacer otra interpretación: al ser el oráculo tan oscuro las lecturas tenían poca argumentación. Lo que ocurría en realidad era que los dioses, que envidiaban a los hombres, buscaban adjudicarles destinos espantosos. En “Prometeo encadenado”, Prometeo juega a convertirse en oráculo prediciendo la caída en desgracia de Zeus. Aunque Prometeo está sufriendo la tortura se anima a desafiar al dios todopoderoso. Zeus manda a un mensajero para interrogarlo sobre la veracidad de sus predicciones. Lo que demuestra que cualquiera podía jugar al oráculo, que más que anticiparse al destino , lo que buscaban los adivinos era convencer, crear una desgracia que no estaba escrita en ningún texto sagrado.

La verdad implica un compromiso en la acción de quien la enuncia. Para un político en el ejercicio del poder decir la verdad y no sostenerla con la acción hasta las últimas consecuencias es casi suicida. Cuando se expone a la verdad queda entrampado en la necesidad de hacerla coincidir con su acción. Por eso es cínico el discurso que intenta convencer a la ciudadanía de que los Kirchner dicen una cosa y hacen otra. El político que sostiene una verdad está asumiendo un riesgo altísimo. Si la abandona toda su credibilidad se derrumba. El vínculo es hasta las últimas consecuencias. Nadie le pedía coherencia a Carlos Menem porque todos sabíamos que mentía. Como nadie esperaba nada de él, evitaba todo riesgo.

La verdad exaspera a quien la escucha. La verdad suele ser insoportable. Pero no es solo eso. A veces resulta insoportable que la verdad surja de la voz de aquel que ocupa el lugar desde donde siempre nos han mentido. Muchos intelectuales no soportan, por ejemplo, que las freses inteligentes vengan del gobierno .

Persistir en la verdad pudo llevar a Cristina Fernández a su derrocamiento. Pudo llegar ha destruir la condición de posibilidad de su propio poder.

Nosotros estábamos acostumbrados a la figura del retórico. Aquel que usa la palabra para persuadir, para convencer, para incitar actos, sin preocuparse por la veracidad que encierra. El retórico piensa en términos estratégicos, pragmáticos y deshecha las convicciones porque sólo se rige por la efectividad de su discurso. No siempre se puede unir la retórica con la verdad. A veces la verdad necesita de un discurso descarnado.

Me interesa exponer aquí otra idea de seducción. La seducción no es engañar, no es prometer y no cumplir, no es jugar al misterio sino arriesgarse. ¿Existe algo más atractivo que una persona que se juega, que asume hasta las últimas consecuencias una verdad?