domingo, 5 de mayo de 2013

1. ¿Quién es Faustina?

Comienzo esta historia por entregas sobre Faustina, la escritora.

Faustina quiere ser escritora, quiera vivir de lo que escribe. Lo intenta y tiene algunos buenos resultados.

Faustina quiere todo su tiempo para sí. No piensa en tener hijos ni en vivir con nadie. Puede enamorarse pero necesita pasar mucho tiempo sola, para leer, para escribir, para pensar.

Mira The Big Bang Theory y piensa que le gustaría ser como esos jóvenes científicos entrampados en su propio mundo y siempre risueños y extraños al afuera. Sospecha que puede parecerse un poco a ellos pero que en otras cosas es perfectamente normal. De hecho cuando conoce a alguien no se imaginan que es escritora. Aunque no sabe exactamente porque ha tenido amigos frívolos que la veían como una intelectual y ella se adaptó a medias. Ahora quisiera ser un aparato total y vivir para los libros y no entender nada del mundo. Es extraño porque toda su vida se negó a ser así. De hecho buscó muchas experiencias y las encontró pero ahora sólo piensa en escribir y en conocer a gente que escriba.

Ella es feliz cuando su editor le dice que lo que escribe está perfecto. Todos los días brotan escritores de las piedras y ella es una minúscula parte de algo enorme.

Ella tiene alumnos. Varias personas pagan por sus clases porque sabe bastante y es muy buena enseñando. Se ha pasado años dando clases, es un oficio muy propio, se brinda buena parte del recorrido personal que uno ha trazado con sus libros.

A Faustina no le gusta que la interrumpan un feriado cuando está escribiendo. Los feriados se han hecho para quedarse en casa, dormir hasta el mediodía y escribir. Pero siempre hay algún amigo que no sabe que hacer con su tiempo. Faustina prefiere no abrir. No siempre fue así. La soledad de la escritura no fue algo fácil para ella. Cuando era más chica la detestaba y combatía pero después entendió que el mundo puede ser poderosamente aburrido para alguien que escribe. Especialmente si uno quiere tragárselo todo de golpe, si es angurrienta como buena veinteañera. Llega un momento que agobia, que se ven las hilachas con demasiada rapidez. Faustina corría el riesgo de ser demasiado inteligente o demasiado tonta. Según la conveniencia y el gusto de quien la miraba. Según el grado de bronca que sus opiniones o su aburrimiento generaran en los muchachotes y muchachitas que conocía, en los grandulones y señoronas.

Faustina se hizo escritora a fuerza de enojarse bastante con las costumbres. ¿Tenía que ser una madre de veinte años? ¿Tenía que casarse? ¿Cuántas veces por semana debía salir de noche? Faustina salía mucho y se empeñaba por ser normal pero siempre era la chica rara.

Faustina se pasa la noche del feriado llorando. Hace mucha filosofía pero la verdad es que está por indisponerse.

Faustina piensa que tendría que tener más dinero. No vive mal ni mucho menos pero siente que es una chica que necesita más plata. Cuanta más plata mayor independencia.

No le gustan las típicas conversaciones de mujeres. No es una chica a la que le guste hablar de los demás. Ella siempre tiene ideas en la cabeza. Siempre está en otro mundo porque le importa bastante poco si el novio de su amiga, o el flaco de la esquina o si la invitaron o la llamaron. No le importa. Está de paso. Salvo excepciones. Faustina identifica muy bien las excepciones, tiene un filtro casi perfecto. Si no son excepciones son literatura.

Faustina vive en el centro y a veces no puede caminar de tanto grupo de pendejos que no les importa nada y se mueven como si estuvieran solos. Faustina ama el centro y todo lo que tiene que ver con ese mundo. Mucho bar, mucho negocio, mucho ruido. Vuelve de hacer las compras a las ocho de la noche. Siempre hay gente. Detesta al cieguito que se la pasa contando temas de Arjona pero no viviría en un barrio por nada del mundo. No es una chica de barrio.

Pensándolo bien el centro es el mejor lugar de la ciudad para Faustina. Pasa mucho tiempo sola. En un barrio estaría al borde de la locura.

domingo, 10 de marzo de 2013

Liderazgo, pedagogía y oratoria en Hugo Chávez

La muerte nunca dejó de ser un problema.

En esta parte de la historia contemporánea de la que nos toca ser testigos y protagonistas, la muerte se presenta como una reiteración inquietante. Dos líderes latinoamericanos murieron prematuramente y en la plenitud de su tarea, en un momento donde todavía tenían mucho por hacer y eran imprescindibles. La muerte de Hugo Chávez como la de Néstor Kirchner no sólo despiertan la pregunta por la continuidad del proceso político que crearon sino que permite entrar en el detalle de las particularidades que vinieron a instalar en el campo de lo político.

Chávez se presentó como un líder carismático en una época donde esa figura parecía haber entrado en desuso. Si bien a comienzos de este siglo el fracaso del neoliberalismo había demostrado lo infecunda que podía ser la imagen de un político creada por publicistas, la presencia de un líder también era sospechada. El líder no es una figura del individualismo, rasgo que se utiliza para desmerecer esta cualidad, sino que es alguien que contiene la potencia de los histórico y que habla de las posibilidades de los sujetos. El líder podrá ser un ser excepcional pero también recupera esa singularidad oculta en cada persona, lejos de masificar, estos líderes han interpelado a su ciudadanía , han despertado sus capacidades. Kirchner solía hablar de sujetos comunes con responsabilidades importantes y esa frase da cuenta de una idea de cercanía, de un contagio que puede reproducirse aún en el ser más desprotegido. El poder de la trasformación que genera innumerables sismos, mareas humanas, presencias que nadie puede detener.

Los liderazgos latinoamericanos se sostienen en la posibilidad de transformar la vida de la gente, de plasmar sus ideas en logros concretos.

El año pasado tuve la oportunidad de entrevistar a Alain Badiou para la revista Debate y me atreví a preguntarle si el líder, en vez de estar encasillado en la figura del Uno, como él buscaba ubicarlo, no podía ser la expresión de un múltiple y si el acontecimiento amoroso al que él hace referencia en su obra, no podía expresarse en ese amor al líder. Si bien Badiou se permitía reconocer que estas características tenían lugar, se negaba a ver a los gobiernos latinoamericanos como acontecimientos políticos, que en sus palabras, y dicho rápidamente, correspondería a sucesos que presentan algo del orden de la novedad, de la creación política. Para él se trataba de experiencia bastante parecidas a los gobiernos de Roosevelt o de Gaulle. Es decir, Latinoamérica no le estaba diciendo nada demasiado novedoso al mundo ni estaba aprendiendo de su historia para pensarse y parirse por fuera de los modelos imperialistas sino que estaba transitando por una etapa de la que Badiou ya conocía el final.

La pedagogía es otra característica de estos liderazgos. Los larguísimos” Aló Presidente” y las cadenas nacionales que tanto molestan a la oposición y que son presentadas como prueba contundente de autoritarismo, tienen como finalidad educar a la mayoría de la población en las transformaciones que se están viviendo. La remanida toma de conciencia es un ejercicio de desnaturalizar y correr la maleza. De evidenciar cuales eran los mecanismos que servían para sostener un orden de cosas y que es lo que buscan transformar a partir de cada una de las decisiones que se toman. Son esfuerzos de recuperación de la autoestima, actos que buscan construir fortalezas morales. Se presentan como épocas donde todo debe ser repensado.

La épica es otra característica, entendida como la posibilidad de tomar dimensión del valor histórico de las acciones que se llevan a cabo y del nivel de conflictividad que presentan, determinados por la presencia y el vigor con que dan la batalla sus enemigos. Porque estos enemigos se vuelven más visibles e intentan también sostener su identidad. Pero la épica le da un nuevo lugar al pueblo, lo obliga a tomar partido y le da espesura a ese líder. Son vidas individuales las que se sienten llamadas, las que se reclaman como imprescindibles para dar la batalla. Ya no se construye una historia excluyendo, generando en ese ciudadano de a pie la ingrata percepción de su inexistencia. A ese pueblo hay que hablarle a los ojos, hay que recorrer hasta el rincón más escondido y comprenderlo.

La presencia concreta y la puesta en escena, dato que la derecha suele usar para descalificar o destacar un carácter ficcional de los líderes latinoamericanos cuando hasta la más ingenua ceremonia social encierra una puesta en escena, señalan también esa voluntad inclusiva en el espacio político. La espectacularidad de un Chávez o de una Cristina Fernández habla de una política que no se propone sustentarse en un detrás de la escena sino que abre el gran escenario político a todas las contiendas que sus decisiones despierten y le pone el cuerpo a las batallas. Son cuerpos que se desgastan más y se vuelven más frágiles porque están mucho más humanizados, no son el resultado de un ceremonial o de un spot publicitario sino de una realidad cotidiana donde los autores del libreto son ellos mismos. De su capacidad para hablar, para expresar esas ideas que sostienen sus actos, dependerán también sus adhesiones y odios.

La oratoria de Chávez que lo vuelve distinto, una continuación de Fidel pero también el exponente de una política que se creía añeja y olvidada, es una demostración de su fortaleza. De la capacidad de plantarse con todo su pasado y con todo lo que hace día a día y demostrar que cada una de sus ideas y sus actos están en su cabeza y pueden acontecer en cualquier lugar y en cualquier momento gracias a la potencialidad de su voz.

La experiencia de escucharlos (a Chávez y a Cristina y a Lula y a Correas) es una experiencia transformadora y riesgosa porque allí están también sus contradicciones y la terrible posibilidad de equivocarse, la frase que funciona como un traspié y que será atrapada por la oposición para reducir tres horas de discurso a una palabra inadecuada. Pero esta mezquindad ocurre porque ellos saben que las palabras de estos políticos son acciones, que determinan tanto como cualquier decisión de gobierno porque ya no se trata de llenar el tiempo o cumplir con formalidades, de instaurar un discurso vacío donde todo suena aceptable pero se desliga lastimosamente de la realidad, sino de ponerse a prueba en cada palabra, de sostener, como creía Aristóteles que en la respiración está el alma.