domingo, 13 de marzo de 2011

Vuelven los 70


Desde su discurso de asunción, Néstor Kirchner recuperó el mito de los setenta como un recurso para asignarle sentido a la política. Desde ese comienzo, en el año 2003 fue duramente cuestionado por el modo en que instauró ese pasado en el presente.

Las criticas eran diversas . Por un lado se acusaba a los Kirchner de asentarse en una historia de la que no habían formado parte, pero, contradictoriamente, quienes intentaban validar una acción del presente en relación a hechos pasados también sostenían que la política de derechos humanos era una estrategia cómoda que les servía para eludir las demandas de la coyuntura.

En realidad, si causa tanta irritación el modo en que el kirchnerismo recupera el mito de los setenta y su manera de institucionalizar la política de derechos humanos es, justamente, porque logró darle un fuerte valor de presente. Mientras que en los noventa toda enunciación de ese pasado setentista generaba una política meramente rememorativa, el kirchnerismo supo pensar ese pasado para interpelar el presente. Tuvo tanta actualidad el modo en que articuló esa gesta setentista que le trajo más problemas que beneficios. No creo que le haya sumado votos, lo que si generó fue un mayor nivel de conflictividad, de polémica, características de una sociedad activa y pensante que asume posicionamientos. Las decisiones del kirchnerismo siempre fueron riesgosas.

Si el progresismo se enemistó con el kirchnerismo por su modo de reinstalar el mito setentista no fue porque se quedó en la fachada, o la superficie, sino porque pudo darle fuerza y vigencia a partir de su articulación de lo coyuntural con lo histórico. Eso fue lo imperdonable, que aquello que debía quedar en el pasado se convirtiera en un presente activo, variado, diferente a ese tiempo histórico pero con la capacidad de reelaborar una discusión en la propia acción política.

La vuelta a la política que se celebra a partir del gobierno de Néstor Kirchner está totalmente relacionada con el modo en que supo darle vigencia a esa experiencia frustrada, inconclusa de los setenta. Lo que había sido rememoración de una política de la derrota, lo que se evocaba con dolor se convirtió, gracias al kirchnerismo en un motor apasionado de lucha, en la apuesta a la acción,a la militancia y el protagonismo de los jóvenes.

Casi como si se tratara de una película, de una narración planeada por un novelista, tal vez en ese café literario en el que Kirchner había manifestado refugiarse el día en que Cristina Fernández asumió la presidencia, todo terminó de hacer síntesis los días de las exequias de Néstor.

La realidad es así de elocuente, a veces. La presencia de una sociedad conmovida e invisibilizada que se plantó como un sujeto histórico imprescindible para seguir adelante con este proyecto, mostró su punto más alto en la aparición de la juventud. No porque la política tenga que pensarse en términos generaciones, en lo personal no me interesa la discusión en términos etarios, creo que es imprescindible la presencia de variadas generaciones. Pero hay un dato que me parece fundamental: esos jóvenes remiten a la juventud de los setenta y su presencia destacada a nivel numérico en cada acto demuestra la efectividad de esa política que diseño Kirchner el día que manifestó estar emocionado porque hacía treinta años él estaba en esa misma plaza con Cristina festejando la asunción de Cámpora. Yo lo miraba con desconfianza en ese momento pero lo que me sorprendió fue que los padres de mis amigos que militaron en los setenta dejaron su sillón y se fueron corriendo a la plaza de mayo.

La nueva estrategia de la derecha (para ser generosa porque estrategia no tienen) es tratar de socavar ese mito de los setenta. Ahora lo que hacen es demonizar esos años a partir de argumentos cada vez más groseros.

La Cámpora no es una agrupación que reivindique la figura de Héctor Cámpora, personaje menor de la historia, lo que toma es esa euforia de la primavera camporista. Esa felicidad ante el fin de la proscripción del peronismo, esa sensación de triunfo que se respiró con la amnistía, ese sueño cumplido de la vuelta de Perón. En esos días esos jóvenes creyeron que tenían la historia en sus manos. Esa sensación que para los que nacimos a finales de los setenta parecía imposible la podemos vivir hoy con una idea de futuro más auspiciosa. Resulta increíble pero la continuidad entre ese discurso de Néstor de 2003 con este presente parece perfecta. Entonces la derecha se vale del recuerdo doloroso de lo que vino después. Quieren comparar los conflictos de este peronismo con las batallas sangrientas entre López Rega y los Montoneros. Aquí no hay listas negras, ni organizaciones armadas, ni grupos de tareas. Aparece Lanata diciendo que el gobierno manda al frente a los jóvenes y él teme que mueran sus hijos. Periodistas de cotillón quieren ver un lenguaje belicoso en ese león herbívoro que es Horacio González. El plan es: destruyamos el mito de los setenta a partir del miedo.

La inteligencia de Kirchner fue la de recuperar la figura del militante porque esa figura no se queda en el pasado, para existir tiene que tener un fuerte arraigo en el presente. Le ganó a la izquierda porque su construcción en relación al setentismo siempre tuvo que ver con la figura del héroe mártir. Ser militante era caer preso, ser reprimido por la policía, su identidad se asentaba en el padecimiento. Kirchner se afirmó en el lugar más vital de esa generación y pudo impregnar de entusiasmo a una sociedad como pocas veces se ha visto en nuestra historia.

Como la derecha no sabe muy bien como enfrentarse a este presente intenta disputar una vez más la interpretación sobre el pasado con la esperanza de cambiar el sentido de lo real. La discusión en torno a la presencia de Mario Vargas Llosa en la feria del libro (aunque ese es tema para otro post) debe ser leída en el marco de esta disputa. González busca recuperar la figura del polemista que está lejos de toda censura y autoritarismo, que es una voz que se planta para buscar la confrontación, la disidencia como motor del pensamiento y toda una derecha de pocos reflejos intenta encontrar allí una carga belicosa, intolerante, una lucha armada en potencia.

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