domingo, 20 de diciembre de 2009

Muerta la Crítica: una sociedad domesticada



Una sensación recorre el mundo del arte. Una sensación que se transforma en certeza: no existen las críticas negativas, demoledoras, punzantes.
La complacencia nos hace pertenecer. La mayor aspiración de un crítico es ser querido. Partiendo de este diagnóstico todo se vuelve aburrido y falso porque, si se reseña un libro para recibir el agradecimiento del autor y editores, ¿adónde se encuentra la verdadera crítica? ¿En las reuniones entre intelectuales amigos donde se despelleja al autor de moda? ¿En los pasillos y cotorreos de las redacciones?
Escribí para dos medios desigualmente importantes: El diario Clarín y la revista la Mujer de mi Vida. En esos dos espacios intenté experimentar con la crítica. En la Mujer de mi Vida fui lapidaria, durísima. María Moreno me calificó como terrorista, concepto que, me aclaró más tarde, en su boca era un elogio. Fernando Martin Peña me envió un mail donde me deseaba que me cayera de una escalera después de cuestionar los lugares comunes del Nuevo Cine Argentino. Por una nota de similares características en Ñ me gané el odio de Daniel Hedller. También tuve mis adherentes, mis felicitaciones y cierta identificación de algunos lectores que sostenían que esas observaciones puestas en palabras estaban en el pensamiento de muchos. Igualmente no es la mejor receta para asegurarse la permanencia en los medios.
El universo de los espacios independientes no es garantía de crítica y desenfado. Por el contrario creo que en ese rubro existen más condicionantes que en los medios masivos. Pongo como ejemplo la revista de teatro Funámbulos. No hace otra cosa que escribir notas serviles sobre la dramaturgia de los noventa. ¿La razón? Allí tienen sus lectores y financistas. Están para consolidar una estética teatral. Los alumnos, el público, los aspirantes a teatristas y los teatristas consagrados necesitan saber que ese espacio los afirma en sus certezas. Por otro lado hay que ser sinceros: Si se enemistan con ellos ¿de dónde sacan lectores? Un bodrio.
En la Argentina no se publican libros malos de autores nacionales. Si alguien encuentra una crítica negativa hacia un autor de moda por favor que me la acerque. Igual hay modos de inferir que el libro es malo. Si se hace mucho énfasis en la cuestión generacional y se habla de fluidez, de una estética ligada a las nuevas tecnologías, lo más probable es que sea un pastiche frívolo. Algo parecido ocurre con el cine nacional. Si se destacan los climas, la fotografía, algunas actuaciones espontáneas, es porque no hay una historia sino el cómodo minimalismo que nos lleva a no correr riesgos.
El mayor miedo de un crítico es que no lo inviten a los eventos culturales, que no lo saluden, que lo incluyan en el aburridísimo mundillo artístico donde ya hay un libreto escrito sobre lo que hay que decir y adular. Es triste.
El crítico podría construir su propia independencia recuperando ese lugar creativo que tuvo y a veces tiene la teoría, como un texto aparte, autónomo, como un ser creador de nuevos pensamientos y nuevas posibilidades artísticas.
Hoy su rol principal es el de legitimar estéticas, bloquear la producción de lo nuevo. Guía la mirada del espectador para forzarlo a aceptar una poética que le garantice el lugar del entendido. Si esto no te gusta, parece decirle, sos un tonto. No se puede dejar el consumo estético en manos de ese impensable que es el espectador, el lector. Cuando Alain Badiou soñaba con un crítico que trabajara sobre el azar del público intentaba lastimar la matriz del crítico capitalista. Lo que se consume debe ser predeterminado. Si a todos les gustan cosas distintas entonces nadie podría hacer negocios con el arte. Hay que monopolizar el gusto.
Se me podrá decir que también está, del otro lado, el artista desesperado por la nota en el suplemento cultural. Por supuesto, pero justamente por esta razón creo que la crítica está desaprovechando su propio poder. No el de ensañarse sino el de exigir. Estoy convencida de que si la crítica fuera más intensa, más personal la producción artística sería mucho mejor.
Pero vuelvo a la pregunta del comienzo. Si todo el arte nacional es bueno ¿a dónde está la crítica? ¿En las conversaciones privadas? ¿En los hombres y mujeres del subsuelo? ¿La crítica se ha convertido en una actividad casera? De ser así ha perdido su razón de ser, su sentido. La crítica debe ser un hecho social, una intervención. ¿Por qué no se puede cuestionar la producción estética? ¿Por la intolerancia de los artistas? ¿Por miedo al ostracismo? Somos entonces una sociedad intolerante que les pide a sus políticos democracia, diálogo cuando cualquier minusválido cineasta o novelista de moda se ofende irremediablemente ante un comentario adverso.
Este fenómeno de la búsqueda de la aceptación poco tiene que ver con el arte. ¿Adónde quedó el regodeo del artista incomprendido? ¿A dónde esas ansias de malditismo? Les recomiendo leer “Operación Masotta” de Carlos Correas donde el autor observa y describe como su amigo se institucionaliza como intelectual desde la complacencia. El rol de Masotta en el Di Tella fue el de obligar a la sociedad a asimilar esa propuesta estética. El sarcasmo de Correas no era redituable.
Somos una sociedad domesticada que no se anima a hacer aquello que los demás no hacen. Sí, hay una pretensión de originalidad en el arte pero es absolutamente superflua, se la piensa como el pasaporte para convertirse en el artista de moda pero en el fondo hay una desesperación por ser iguales, por pertenecer a algo que no se sabe muy bien que es y, una vez que se está allí dentro, pocos son capaces de reconocer que es una reverenda mierda.

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