sábado, 6 de noviembre de 2010

La escritura cartonera


Una versión de esta nota se publicó el viernes 29 de octubre en el diario Página/12

Por Alejandra Varela
Hundir la mano en una montaña de hojas y sacar de allí la palabra enterrada que delata un amor homosexual oculto y reprimido entre Kracauer y T. W Adorno, sólo posible en el no lugar del lenguaje. O descubrir como una perla la ambigüedad sexual de un icono del cine mudo, Conrad Veid, quien interpretara a César en“El gabinete del doctor calegari.“ Este ejercicio de hurgar en lo lateral con pretensiones de maldito, palpita en el libro“Cuadernos”que por estos días vuelve a ubicar el nombre de Juan José Sebreli en las mesas de novedades .
Una escritura de borrador, plagada de historias prescindibles. Bocetos de un flänuer que ha decidido cambiar la calle por las hojas manuables de una libreta, fácil de llevar a un café y registrar el fluir de una conciencia maligna que rastrea en las comunidades masculinas de la Alemania de principios de siglo, para cruzar un apunte nada azaroso sobre los escasos amores perdurables de Carlos Gardel en tensión con sus amistades varoniles eternas.
Si existiera un hilo conductor entre las anotaciones casuales que Sebreli impone al amparo de un estilo benjaminiano, sería esa capacidad de reconocer la homosexualidad como un modo de mirar, de iluminar aquellas relaciones que durante mucho tiempo fueron apenas insinuadas en el cine y la literatura. Allí está su ojo, narrando desde la complicidad de quien sabe reconocerse en ese tono decadentista en el que se escuda Thomas Mann para escribir su“Muerte en Venecia”
En la acumulación de notas, en el modo conflictivo de unir sus devaneos, Sebreli intenta plantar otra idea de la que se desentiende cómo si evitara el combate. Se la tira al lector para que comparta ese delicioso morbo de escarbar en el deshecho de papeles, de disfrutar de una escritura sin argumentación, sin investigación, sólo afirmada en el placer ocioso de escribir.
Pero se asoma otra capa en este libro de editorial Sudamericana.“Cuadernos” podría ser un intento autobiográfico de Sebreli, construido a partir de las escenas abandonadas para“El tiempo de una vida”. Sin embargo el autor surge como un personaje de sus relatos pero a la vez se esconde. Luce amistades de apellidos ilustres, piezas de una aristocracia perdida ,como alguien que espía contra el vidrio a una clase social a la que no pertenece pero que utiliza para construir crónicas donde ciertos personajes extirpados de su linaje se convierten en la expresión de su decadencia.
Dialoga todo el tiempo con un texto al que pareciera querer imitar, el voluminoso diario que escribió Adolfo Bioy Casares sobre sus domésticas conversaciones con Borges pero Sebreli no se anima a dar ese paso, prefiere quedarse en la indeterminación de quien se evade y hace de la fuga una estética .
Su estilográfica ata al cuaderno de apuntes un catálogo de raros donde la homosexualidad y la andrógina son también una pose que se ostenta, una culpa nunca resuelta para Oscar Masotta, un recurso trasgresor para Osvaldo Lamborghini. Sebreli deconstruye sus disfraces, desnuda lo que otros trasvisten. La escritura siempre es ficción, aunque sea el testimonio de un recuerdo. Sebreli recupera esa forma extrema de la crítica que aprendió en sus amistades juveniles con Carlos Correas y Masotta, al transcribir la vieja costumbre de hablar mal del otro. El fantasma de Correas lo aplasta porque “Cuadernos” no llega a ser un ensayo negro como lo fue“Operación Masotta”. Sebreli se presenta como un escritor marginal pero ya nadie puede creerse la invensión de su personaje.
En sus descripciones traza islotes que hacen evidente las grandes ausencias. Los trazos que reducen la experiencia homosexual actual a la agrupación “Putos peronistas”, que para Sebreli expresa una imposibilitada histórica, o la manera en que el sistema vuelve en objeto de consumo el cuerpo de un joven taxi boy ,encandilan el silencio de Sebreli hacia los últimos derechos conquistados.
Tal vez exista una nostalgia no asumida por aquellas épocas donde ser gay implicaba un lenguaje enmarañado, intrincado y perciba la visibilidad de estos tiempos como una simplificación a la que observa sin entusiasmos.

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