domingo, 12 de septiembre de 2010
El fin de la transparencia
La idea de transparencia que guió al periodismo de los noventa, suponía que la revelación, la exposición de una evidencia volvía la realidad absolutamente abarcable. El descubrimiento que entrañaba una cámara sorpresa, donde se develaban las peores fechorías de personajes menores de la escena pública, permitía imaginar que la realidad era tan plana como esa imagen, que todo estaba claro y la contundencia de la situación hablaba por sí misma. Lo que faltaba en ese discurso era la consideración de que el poder es la capacidad de quitarle el sentido a lo evidente. El ciudadano se indignaba desde su sillón por la corrupción estatal pero jamás veía que esas revelaciones tuvieran consecuencias en el plano de la justicia. Esta frustración alimentaba su pasividad, su desaliento y su desprecio hacia la clase política. Presentar al funcionario como un ladrón fue la estrategia que encontró el periodismo para despolitizar la política y ubicar a ciertos periodistas estrella en el lugar de salvadores de la patria (el caso más abusivo fue el de Santos Biazzatti).El periodismo de denuncia era posible porque la impunidad estaba garantizada. Esto explica que se haya convertido en una moda televisiva y editorial.
Jean Baudrillad, que teorizó mucho sobre la transparencia sostenía que “La obscenidad es la pérdida de una escena, de una ilusión escénica y por lo tanto del secreto que preside una acción (…) Esta cultura de la información es pornográfica es decir, una cultura sin secreto”.Justamente el periodismo de fiscales de los noventa quería anular el secreto, se construía bajo la idea de que su ojo avizor podía descubrirlo y revelarlo todo, de que esa exposición mediática era la verdad. Eliminaba esa escena que hablaba ni más ni menos de la trama política, del devenir histórico que hacía posible que un personaje de reparto ,que alardeaba de sus coimas y favores, pudiera ser totalizado como la prueba irrefutable de la corrupción.
La transparencia suponía que el develamiento que habilitaba la cámara sorpresa del delito eliminaba el secreto y acercaba al espectador a la verdad, a la posibilidad de espiar por el ojo de la cerradura al poder (que en realidad era un poder de poca monta) La escena que faltaba allí era la política, la construcción del entramado que hacía posible no sólo la corrupción sino el uso de esa corrupción como negocio periodístico.
En el momento en que la Presidenta decidió convertir en cuestión de estado la investigación sobre Papel Prensa puso ,de manera contundente ,en crisis ese discurso de la transparencia. Hoy el gobierno nacional permite la aparición de la escena que faltaba. El secreto que le sirvió de cómplice al delito hoy tensiona la mirada sobre los medios y la política, le da espesura al conflicto. Desbaratar la idea de transparencia es la mayor herida de muerte al discurso dominante de la corporación mediática.
Desde esta interpretación se podría leer la respuesta cínica de algunos periodistas que sufrieron en carne propia la dictadura de Papel Prensa. A Jorge Lanata, tal vez le preocupa el protagonismo de la política porque frente a la densidad de la argumentación oficial,se evidencia la levedad de la palabra del ex director de Crítica.. Entonces tiene que decir que está podrido de los setenta y reducir un drama histórico a un capricho, a la frivolidad del mero aburrimiento. El problema es que en este contexto defender los derechos humanos tiene consecuencias y esas consecuencias implican aceptar que esa forma de hacer periodismo que volvió exitoso a Lanata tal vez esté llegando a su fin. Esos periodistas existen en la medida que se opongan al gobierno de turno y debiliten sus credibilidad. Nada lastima más a ese periodismo que una política como la que lleva adelante Cristina Fernández. Al convertir una decisión de estado en una acto de historiografía, al plantarse frente al pasado desde una lectura de los hechos y darle un valor de presente, destroza la deshistorización del periodismo posmoderno que en Argentina encuentra su bastión en Lanata.
Lo que nos viene a decir la Presidenta es que ese periodismo de querellas era posible gracias a un pacto de silencio del que personajes como Lanata o Martín Caparrós se asumen como cómplices. No hace falta un análisis minucioso de sus discursos para comprobar que ellos instalan la duda y la sospecha sobre las víctimas, mientras se declaran críticos de Clarín. Ellos nos llevan al pasado, a esa época donde los sobrevivientes debían demostrar la veracidad de sus denuncias, de sus torturas, de sus martirios, donde se los presumía culpables. Hoy escucho a Lanata decir que los montoneros eran personas capaces de matar a un tipo maniatado e indefenso en un sótano. Esa frase incrustada en una opinión sobre un discurso presidencial que todavía no había tenido lugar, sostenido en suposiciones que se demostraron como falsas, me lleva a pensar que Lanata está afirmando: se merecían lo que les pasó, ellos no eran santos.
Nunca escuché que se preguntara de dónde había sacado la plata un empresario, salvo que se llame David Graiver, entonces hay que investigar hasta sus calzoncillos.
“Nuestra propia parte maldita tal vez sea la indiferencia, el rechazo de la política, el pacto sellado en el silencio de las mayorías, en una resistencia sorda e irracional en la que deambulan otras complicidades.” Esta reflexión arrima Baudrillard y Elías Canetti imaginaba que la decepción de la democracia derivaba de su ausencia de secreto. Los medios se ocuparon de borrar el secreto. Ese periodismo no tenía historia, era un ente salvador que hablaba desde una objetividad incuestionable. En el discurso de Cristina Fernández se reconoce que allí donde se suponía que había transparencia existía un secreto y a ese secreto negado la corporación periodística la debe su éxito. Porque si se sospecha de uno, quien sabe,tal vez se puedan descubrir secretos de algún otro.
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Un gran artículo. Felicitaciones.
ResponderEliminarYo creo que la gran reacción corporativa que muestra el periodismo, desde la Ley de SCA para acá, también tiene que ver con que está siendo cuestionada esa posición que asumieron a partir del Lanatismo o del CQCecismo: ese de ser los fiscales de la República. Asumían el papel de la Justicia, ya que la Justicia "no funcionaba" y el castigo era así inmediato y mediático.
Saludos.
Gracias, Ricardo. Comparto tus comentarios
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