lunes, 14 de junio de 2010

Las mentiras sobre el Siglo de Oro o los antecedentes del marketing


Existía en la España del siglo XVII un hombre que escribía vertiginosamente un caudal descomunal de obras de teatro. Cobraba buen dinero por su trabajo y no era el único. El teatro se había convertido en un fenómeno de masas y las obras de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca , no sólo eran representadas por las distintas compañías sino que muchos espectadores que asistían a los corrales de comedia, eran posibles compradores de esos textos convertidos en libro impreso.

El libro se había transformado en mercancía.

Un actor acostumbrado a representar los textos de Lope de Vega y que era además un excelente improvisador de textos y rimas era Andrés de Claramonte. Al igual que Shakespeare, Claramonte unía a su práctica actoral la escritura dramática pero su nombre no había llegado a convertirse en una marca, dueña de la popularidad y la garantía de ventas de un Tirso, un Lope, un Calderón. El talentoso Claramonte sufrió los problemas de marketing en pleno Siglo de Oro español.

Cuando a las manos de un editor del 1600 llegaba un texto dramático, por desconocimiento o astucia, elegía para su firma a un autor que le resultaba rentable sin hacer mucho caso al verdadero creador de la peripecia.

Así ocurrió con “El burlador de Sevilla”, esa obra que presenta el mito del Don Juan, atribuida a un fraile y cronista de la Orden de la Merced que se conoce bajo el seudónimo de Tirso de Molina, cuando en realidad estaba más afín a la vida sevillana y a los personajes, escenas y versos que Claramonte ya exponía en otras obras.

“Hay muchísimas vías documentales y críticas que relacionan a Claramonte con esta obra”, explica el catedrático de la Universidad de la Coruña , Alfredo Rodríguez López Vázquez. “Hasta el punto que, ya desde Menéndez y Pelayo, hay que recurrir a Claramonte para explicar las dos versiones de la obra, sosteniendo que es el autor de una de ellas, a partir de un texto original que se le atribuye a Tirso, pese a no corresponder a su estilo teatral. Por otra parte, Claramonte escribe bajo el mecenazgo de la importante familia sevillana Ulloa, que es el apellido del comendador que ejerce la venganza castigando a Don Juan. Don Fernando de Ulloa era, además, el responsable de la Mancebía sevillana. Es decir, el control sobre el negocio de la prostitución. Francamente, es complicado situar a Tirso de Molina en estos ambientes. Por otra parte, en una fecha como 1617, la misma compañía que representa la primera versión de “El burlador…”, representa también dos obras de Claramonte, que vive desde hace muchos años en Sevilla. Y en ese año Tirso de Molina se encuentra en la Isla de Santo Domingo.”

En bambalinas algunos escritores borraban su nombre para convertirse en colaboradores o negros de aquellos autores que no podían enfrentar por sí solos la demanda y avidez de obras teatrales. En esos talleres donde se completaban y producían ideas y textos de los dramaturgos estrella, el oficio de escritor se pulía y perfeccionaba y daba sus frutos en autores que hacían un camino propio.

“Es una hipótesis interesante el plantearse una primera época de Claramonte como colaborador de Lope. Yo mismo he señalado que “El burlador de Sevilla”, siendo obra de Claramonte, le debe mucho a Lope de Vega. Digamos que había mucha porosidad, porque al estar los temas y las historias dramáticas al alcance de cualquiera, cada dramaturgo debe tratarlas combinando dos aspectos: Su calidad técnica, dramatúrgica y el interés del público que es quien paga”, afirma López Vázquez.

Don Juan hace de las suyas en otro texto que suma datos a la pesquisa académica en torno a la recuperación de la figura de Claramonte pero que ha sido atribuido a Calderón de La Barca : “Tan largo me la fiáis” es, de forma muy clara, la versión original de “El burlador de Sevilla” y consta su representación en Córdoba en 1617. En ese año Calderón tenía 17 años, estaba estudiando en Alcalá de Henares y no hay documentación de que hubiera escrito nada antes del 1620. El que se haya editado la obra a su nombre en 1644-5 en Sevilla se debe a que en esos años era el autor más famoso. Además Calderón, en 1680, meses antes de morir, escribió una carta al duque de Veragua precisando qué obras eran suyas y no la incluye.”

Podría tratarse de una comedia de enredos, similar a las que Tirso de Molina representaba en los corrales pero seguramente debió tener un tono más exasperante para aquellos dramaturgos obligados a ser meros actores de reparto en la gran compañía del Siglo de Oro.

“Los autores estaban artos de que publicaran obras suyas a nombre de otros y obras de otros a nombre suyo. Y algunos lo denunciaban, precisando detalles o de forma general. En su segunda parte de comedias, publicada sin su permiso, pero que Tirso llega a tiempo de conocer y ponerle una introducción, él mismo señala que sólo son suyas cuatro de las doce comedias que van en ese volumen”, relata López Vázquez.

Pero parece que el tiempo transcurrido no ha sido muy útil para que los nuevos lectores abandonen las costumbres escolares y se enteren de que gran parte de ese pasado debe ser puesto en discusión. Entonces surge una trama un poco más conspirativa porque la tradición literaria que protagoniza Menéndez y Pelayo ha contribuido con gran intencionalidad para que la verdad no sea conocida: “Menéndez y Pelayo, que se ufanaba de ser “católico a machamartillo” y que creía que la inquisición era un magnifico invento, poseía una erudición pasmosa, pero era alérgico al método crítico y al estilo poético gongorino, que es típico de unos cuantos autores (Claramonte, Calderón) de los que abomina”, sentencia López Vázquez y agrega: “Sus planteamientos son escolásticos no sólo en el método (cotejo de autoridades) sino también en el fondo doctrinal que sustenta ese método. Se trata de crear la imagen del gran poeta nacional (Lope de Vega), por el procedimiento de imponer el principio de que si las obras de autoría dudosa son buenas, es que son de Lope, y si son deficientes, es que son de otro autor. Lo que hay en ese planteamiento es el rechazo al debate crítico basado en propuestas distintas de la escolástica.”

Recuadros:

Dedicarse a esclarecer ese pasado alterado por la astucia económica y las tradiciones literarias ha sido la tarea de Alfredo Rodríguez López Vázquez, quien enumera algunos de los textos más importantes del Siglo de Oro que están en discusión. Se trata sólo de una muestra. Se supone que un tercio de los textos dramáticos de esa época estarían mal asignados.

“Del Rey abajo, ninguno”. Editado a nombre de Rojas Zorrilla, pero que puede ser de Vélez de Guevara, él solo o en colaboración.

“El alcalde de Zalamea”, versión anterior a la de Calderón. Editada a nombre de “Lope, pero que debe ser de Vélez de Guevara.

“ La Ninfa del cielo”. Editada a nombre de Tirso de Molina, pero que es de Vélez de Guevara, documentado por manuscrito.

“El condenado por desconfiado”. Editado de a nombre de Tirso de Molina, que sin duda es de Claramonte.

“El rey Don Pedro en Madrid”. Editado a nombre de Tirso, Lope y Calderón, pero que es de Claramonte, según dos manuscritos.

“Dineros son calidad”. Editada a nombre de Lope de Vega, pero que es de Claramonte por muchos indicios.

“El niño diablo”. Editado a nombre de Lope de Vega, pero que es de Vélez de Guevara.

“La venganza de Tamar”, editada a nombre de Tirso de Molina y también de Felipe Godínez, pero que seguramente es colaboración entre tres autores, uno de ellos, Calderón.

“El médico de su honra”. Versión anterior a la de Calderón, editada a nombre de Lope de Vega, que puede ser un texto en colaboración de Calderón y otros.

“El tejedor de Segovia” (1ª parte) editada a nombre de Ruiz de Alarcón pero que sin duda es de Claramonte

Modos de lectura:
El lector que ha construido la imagen de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca asociada a ciertos textos que hoy se muestran de dudosa autoría, ¿deberá replantearse el lugar que estos autores ocupan en el Siglo de Oro?

-El aporte de Lope y de Calderón sufre muy poco con la revisión de atribuciones, porque sus grandes textos no están en discusión, salvo” La estrella de Sevilla”, que se atribuía a Lope considerándola como una de sus obras de mayor altura y es de Claramonte. Pero la visión que tenemos de Lope después de suprimir estas obras discutidas mejora en nitidez. En el corpus anterior había incongruencias (defendidas por Menéndez Pelayo como ejemplo del genio contradictorio) que ahora desaparecen y nos permiten fijar una imagen más precisa de su importancia y de su evolución. En cuanto a Tirso, las consecuencias son de dos tipos: al igual que Lope, al dejar fuera de su catálogo obras que no encajan con su estilo, conocemos ahora mejor en qué consiste su arte dramática: se trata de un magnífico autor de comedias de enredo, dotado de un notable ingenio para la comicidad lingüística; pero al descartar de su corpus esos tres o cuatro dramas históricos, que eran las obras por las que se le conocía (supuestamente había creado el mito de Don Juan, y en ello se basaba su consideración), hay que resituar su importancia dramática en otra esfera diferente: como el mejor continuador de la comedia de enredo creada por Lope: es el precedente del teatro de Moratín o de Arniches. Tirso pierde prestigio pero recupera claridad estética

¿Qué pasa con el lector no especializado que ve desvanecerse sus conocimientos escolares?

-El lector que aprendió en la escuela que Tirso había escrito “El burlador de Sevilla” debe plantearse ahora por qué se le habían transmitido unas creencias que ni eran solventes ni estaban avaladas.

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