domingo, 27 de junio de 2010

Entrevista inédita a Pedro Lemebel


Su lugar no es el escritorio, sino la calle. Es un flanêur que disfruta descubriendo las historias que la realidad regala a los ojos atentos del cronista. Pedro Lemebel es de esos escritores que se ubican en un segundo plano para iluminar el colorido urbano. Tal
vez por esta razón, cuando su amiga Verónica Quense se decidió a filmar el documental “Pedro Lemebel: corazón en fuga”, le pareció que lo más apropiado era “salir a callejear con él”. Así fue como lo siguió por Santiago, La Habana, Cartagena y Pisagua.
El vértigo de su estilo barroco se desangra en las horas de los chicos del bloque “desaguando la borrachera en la misma escala donde sus padres bleatlemaníacos me hicieron a lo perrito” y pasa de la irreverencia a la arenga política casi febril
de “Las campanas del once”: “Cada año las ancianas pinocheras llegan con su banderita a cantarle el Happy Birthday para Augusto que cada día está más joven, repiten dobladas y roñosas cuando el patriarca sale a la calle a saludarlas una por una”. La voz de las crónicas de Lemebel reemplaza su biografía. No se tratará, exactamente, de contar la intimidad del autor, vedada en sus públicos relatos, sino demostrar que él ha hecho de su cotidianidad una instancia colectiva. Su figura es la que propicia la aparición de personajes: “Las crónicas son su consecuencia. No se puede separar su cotidiano de su narración”, explica Quense. “Un cronista tiene relación directa con su entorno, con su historia y de su capacidad de leer la calle nace su narrativa. “
Pero a Lemebel no le gustan los rótulos, prefiere definir su “quehacer escritural” como “ficción, magia, milagro, espejismo. A veces se enciende esa parte periodística tan urgida por contar la absoluta verdad”. Y al momento de polemizar con Tom Woolf sobre la falta de sorpresas que presenta la ficción y la esperanza que el escritor norteamericano deposita en la crónica, Lemebel se
muestra displicente: “No me creo la letrada de la crónica, te digo que si míster Woolf dice seso, allá él bien allá. Los gringos tienen esa fantasía morbosa de que el buen salvaje trae lo nuevo. Debe ser porque los cronistas, en el nuevo periodismo, salen como conejos de sombrero de mago”.
Para Lemebel escribir implica aventurarse en esos territorios de los que no se sale ileso para darle a lo marginal el tono crispado de su barroquismo. Hizo de su homosexualidad un tema de reflexión y una forma performática que se repetía en cada intervención de “Las Yeguas del Apocalipsis”, el grupo de videastas, plásticos y escritores que creó junto a Francisco Casas en los años ochenta, entre los últimos estertores de
la dictadura de Pinochet, para después replegarse en el comienzo de la democracia. “Con “Las Yeguas del Apocalipsis”, mi dúo performancero, fuimos frontales, no cabía dudas que éramos dos maricas travestonas, rabiosas, izquierdosas y feas, que nos creíamos infinitamente bellas. Conocíamos las prácticas de la oblicuidad y esos zigzagueos del pensar conceptual pero preferíamos estar expuestas en la calle a todo culo desplumado. Después, las producciones culturales en los noventa democráticos se pusieron tetonas, siliconeadas y sin deseos.”
Tal vez hacer un documental que lo tenga como protagonista podría ser un modo de devolverlo a la vida pública chilena pero Verónica Quense relativiza esta suposición: “Su libros están pirateados en cada cuneta o feria libre. Caminar con él por la calle es como andar con una estrella de rock. El pueblo lo conoce y reconoce.”
La cámara de Verónica Quense se convierte en una figura invisible que documenta a Lemebel en contacto con ese entorno que hizo posible sus crónicas. Las historias surgen del relato de Lemebel a partir de las grabaciones que hizo
para su programa de Radio Tierra, en la difícil tarea de llevar la escritura al cine. “Mostrar la literatura dentro del audiovisual es extraño”, sostiene Quense, “no tiene sentido desde el punto de vista de la escritura. Pero también pueden las imágenes y los sonidos conversar con las palabras y creo que en el documental lo hacen”.
El relato político se une al deambular de Lemebel durante los tres años que duró el rodaje de “Corazón en fuga”. Él camina por los bordes, como sus personajes. Lo marginal que se asoma y se instala en su escritura no es un rasgo estético sino una respiración con la que Lemebel convive: “Eso de estética de lo marginal me suena a museo de la pobreza, es un insulto disfrazado de
cultura. Recién en Finlandia, con (Washington) Cucurto, nos preguntaron en una universidad: ¿Ustedes son marginales? Y Cucu contestó: No, soy un trabajador y yo agregué: Cuando me conviene.”
Ha sabido de prohibiciones y censuras. Ha renunciado a ser el escritor emblemático del Chile oficial: “Lemebel es un personaje controvertido porque la sociedad de mi país es homofóbica (y lesbofóbica y misógina y racista y clasista) por lo tanto una voz que venga desde una minoría discriminada será para controversia de los que arman la estructura dominante, y con mayor razón con Pedro que no tiene pelo en la lengua
para decir”, declara Quense.
Tal vez su amistad con Lemebel se haya adaptado perfectamente a su estilo como documentalista. Verónica Quense se define como alguien buena para conversar, que no hace entrevistas y se ocupa de los temas vinculados con su entorno. “No hago una investigación periodística de por qué las personas están allí. Simplemente están ahí y viven. Si ellos me hablan de su historia esa es la historia. Es la única manera que se me ocurre”.
Filmar a Lemebel fue una continuidad de sus encuentros como amigos, donde acordaban en lo que podía o no mostrarse. La espontaneidad llevó a Lemebel a lanzar alguna que otra vez la frase: “¡Ya niña, apaga esa huevá!” En Lemebel hay algo de ese vómito, de ese hip hop callejero que no soporta el encierro.

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