lunes, 21 de junio de 2010

La inteligencia de Beatriz Sarlo


Nos estamos acostumbrando al debate. Por más que el lugar común se desespera por convencernos de la pobreza del discurso político, nos encontramos con varios buenos ejemplos que lo refutan.El debate existe aunque el deporte nacional de desmerecer cada uno de nuestros logros nos ciegue y nos lleve a minimizar estas pequeñas joyas como el debate entre Beatriz Sarlo y Horacio González que tuvo lugar el domingo pasado en el programa “Argentina para armar”.

Sarlo demostró que además de inteligente es muy astuta. Buscó con gran habilidad formular sus ideas de modo tal que González no pudiera oponerse. Todos estamos de acuerdo en sostener una consigna que proclame la desaparición de las villas miseria, todos queremos volver con la política a las villas como se hacía en los años setenta y no con los mecanismos de hoy . Pero hubiera sido interesante decirle a Sarlo que ninguna propuesta de la oposición podría recuperar ese espacio ni cumplir con esa consigna, mucho menos los sectores a los que ella asesora ideológicamente.

Sarlo es la ideóloga de la derecha, tal vez su exponente más lúcido. Sarlo transformó su discurso frente a González, no fue la mujer de La Nación porque si hubiera ido con esos argumentos al programa de TN hubiera sido muy sencillo para González refutarla. El error del director de la Biblioteca Nacional fue no desenmascarar el verdadero juego de Sarlo. En ese mecanismo las consignas del campo de lo nacional y popular se vacían en el terreno de las buenas intenciones. Que no existan los pobres, que todos tengan trabajo, que haya libertad de expresión. Todo muy lindo pero ¿cómo propone Sarlo alcanzar estos supremos objetivos?, ¿sosteniendo la política de Mauricio Macri? ¿Por qué fue tan complaciente al analizar el desempeño de Chacho Álvarez,( que, más allá de ser un personaje bastante rescatable participó del gobierno que generó la mayor crisis institucional de la historia Argentina) y es tan dura con el kirchnerismo que hizo mucho par acercarse a esas consignas?

Por otro lado Sarlo sostiene que nada ocurrió durante los festejos del Bicentenario, sólo se observó un patrioterismo por default que no es más que la rememoración de la experiencia escolar. Norberto Galasso se encargó de explicar que aquello que conocimos en el colegio como patriotismo estaba totalmente vaciado de contenido. La experiencia del Bicentenario es valiosa porque le dio nuevo significados a los lugares comunes de la historia que convivieron con nuevas formulaciones a las que se les dio un rango de identidad. Todo tuvo el valor del aquí y ahora, del presente, que es el modo más auténtico de mirar la historia. Pero Sarlo persiste en mostrarse como una persona que sale a la calle a mezclarse con la gente ( recurrió a la misma imagen para contar el primer cacerolazo a Cristina Fernández el 25 de marzo de 2008) se trata de un modo de situarse como un personaje que no le teme a lo popular y a lo masivo, que se documenta, que busca en el “trabajo de campo” un modo de validar lo que dice. Claramente corrió a González por izquierda, y es allí donde resplandece su inteligencia porque González cedió a esa estrategia, la aceptó caballerescamente. Allí se vio a un hombre al que le importan los acuerdos, un hombre no muy afecto a la confrontación, como un modo de romper el estereotipo que se ha creado en torno al kirchnerismo.

Aunque las multitudes alegres y distendidas festejando no significan nada para Sarlo, ella se propone discutir cada uno de los hechos estéticos ocurridos durante esos días de mayo como obras de arte. En el mapping faltaron Alberdi y Sarmiento ( y resuena aquí la intervención de Hernán Lombardi en el debate con Jorge Coscia ,como una prueba más de quién le da letra al macrismo). Es válido el reclamo de Sarlo, Alberdi y Sarmiento son dos personajes esenciales de nuestra historia y excluirlos tiene un alto significado. El gobierno asume estas consecuencias porque eligió hacer un recorte, dar su visión de la historia. Siguió una línea y dejó de lado otras. Lo que yo rescato de esta decisión es la claridad para posicionarse. La mirada de Sarlo que proponía integrar a todos los historiadores destacados habría llevado a una mezcla amorfa que nada hubiera aportado al Bicentenario. A mi modo de ver González tendría que haber defendido con más énfasis esa mirada histórica. Sarlo reclamó la participación de Hilda Sábato y Luis Alberto Romero en el asesoramiento historiográfico que tuvo a cargo Felipe Pignia. Me cuesta un poco imaginar que Romero pueda tener algún punto de coincidencia con la mirada histórica del gobierno nacional. Pero lo que aquí está planteando Sarlo es un modo falso de consenso que sólo sirve para manifestar diferencias con el gobierno, para ejercer el rol de opositor full time pero que está basado claramente en una imposibilidad.

Lo importante no es discutir lo que se logró, no es reconocer que nadie se imaginó un Bicentenario tan bien organizado, tan participativo, tan original y tan elaborado a nivel conceptos y mirada histórica, sino señalar como podría haber sido mejor. Sarlo ve lo que faltó pero no es capaz de reconocer desde una mirada realista que ninguna otra expresión política podría haber materializado un bicentenario mejor. Su mecanismo ideológico consiste en contraponer a lo real una situación ideal absolutamente imposible. De ese modo siempre se instala una sensación de frustración.

Pensar el espectáculo de Fuerza Bruta como una obra de arte encierra una trampa. En lo personal no me gusta ese estilo teatral pero en el marco del desfile del Bicentenario me pareció una excelente decisión recurrir a este grupo. Al trabajar una estética ligada fundamentalmente a la construcción de imágenes, al ser una teatralidad que no está sostenida en un texto, se ajusta fácilmente al valor simbólico que debe tener un desfile de carrosas. Allí los distintos momentos históricos se sintetizan en imágenes que deben ser comprendidas claramente por una inmensa cantidad de gente y deben lograr un impacto inmediato. Para los demás presidentes de Latinoamérica que asistieron al festejo fue difícil de entender, algo que habla del alto nivel de complejidad que encierra el teatro argentino si se lo compara con los modos teatrales de Latinoamérica. Es decir. No se trató de una obra de arte sino de un modo de hacer visible dramáticamente 19 escenas de la historia argentina de un modo sencillo, directo y atractivo.

Si la derecha se apropió del sentido común, Sarlo se propuso claramente recurrir a aquellos temas de fácil asimilación para el ciudadano medio: las líneas de subte, la corrupción, como un modo de entrarle al discurso de la despolitización. Allí González tenía el trabajoso desafío de desarmar esas muletillas que se repiten con tanta facilidad porque reemplazan al pensamiento. La corrupción es el gran argumento para desmontar cualquier convicción. Siempre habrá un corrupto, es más siempre habrá algo o alguien que ponga en crisis un proyecto, que muestre sus fisuras, sus limitaciones, sus zonas oscuras pero la mirada de Sarlo busca darle a esa arista un lugar totalizador, una forma absoluta que desmiente todos los componentes positivos.

En el programa se pudo realizar un diagnóstico sobre el estado de nuestra capacidad de debatir. Existe un discurso muy arraigado en nuestra cultura cotidiana que es el de Sarlo. Su mérito ha sido convertirse en el sentido común de la mayoría de la población. En Sarlo encuentra sus formas más elaboradas pero no pierde efectividad y llegada. González expone una forma de debatir más criptica, del intelectual peronista (suena raro escribir esto) que está a mitad de camino entre la originalidad de un discurso académico y un modo militante de disputar esos argumentos del sentido común. La tarea de González es más difícil que la de Sarlo, necesita todavía de algunos recursos que, sin simplificar el discurso, lo vuelvan un poco más comprensible para las mayorías pero lo bueno de esta hermosa época que nos toca vivir es que el discurso del sentido común de la derecha empieza a resquebrajarse.

Dejo para otro post la tarea pendiente de la creación del intelectual peronista.

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