viernes, 2 de abril de 2010

Nuestras historias


Hay encuentros que son esclarecedores. Una generación puede intentar construir sobre el drama, sobre la tragedia de sus padres, una experiencia nueva. Cuando conocí a los hijos de los ex combatientes de Malvinas que viven en La Plata descubrí que estos jóvenes que nacieron después de la guerra (la generación que me sigue) no negaba la historia de sus padres como la sociedad, el poder militar y los sucesivos gobiernos democráticos se habían propuesto silenciosamente, sino que convertían la derrota de una guerra en un motivo de lucha y en un modo de singularizarse frente a una sociedad que sólo reconoce el éxito, que no tiene la fortaleza suficiente para mirar de frente los estragos que supo cometer o permitir.

El viento del sur nos trajo una nueva etapa política. También hizo posible la existencia de una generación más auténtica. Sera una parte de esa generación, será una experiencia atípica. Entonces habrá que sostenerse en las excepciones.

El recuerdo de esas dos entrevistas que les hice (una para Ñ y otra para el suplemento Si de Clarín) sirve como homenaje a sus padres y a todos los caídos. Para que nunca más seamos capaces de negar nuestra historia


Nuestras historias. Una película de los hijos. Cuentan, los que estuvieron allí, que primero hay que atravesar una muralla de niebla, sumergirse en ella. Después las islas toman forma pero esa bruma nunca deja de estar presente para los ex combatientes de Malvinas.
Si ese frío del fin del mundo y el humo blanco que lo vuelve más helado no se disuelven frente al calor del regreso y del tiempo transcurrido es, entre muchas otras cosas, por el silencio. Ese silencio impuesto al final de la guerra y el abandono social que transformó el combate en un hecho privado. Desde ese mundo íntimo nace el film “Nuestras Historias. Una película de los hijos” Sus directores son nueve jóvenes, hijos de los excombatientes que crearon el CECIM-La Plata en los años ochenta. Ellos, ahora, tienen la edad de sus padres al momento de pelear en las islas. Sus padres, al verlos, recuerdan a los caídos, a los que no volvieron. Los chicos viven sus años como un factor determinante para convertir Malvinas en una causa política, involucrar a la sociedad en su conjunto y romper desprejuiciadamente con todos los pudores que el tema Malvinas generó desde siempre.
El film que tuvo su primera exhibición en abril en el Teatro Argentino de La Plata, abre la posibilidad de escuchar las voces de los familiares de los excombatientes. El modo en que vivieron la guerra desde la espera, la ausencia casi total de noticias, el desentendimiento absoluto de las autoridades militares. Testimonios que funcionan como otro dato para contar el terror de la dictadura. Cuando la palabra la toman los hijos los hechos son pensados desde la posguerra. “Nacimos en la posguerra”, repiten con una naturalidad que sorprende porque parecen ser los únicos que definen los últimos 25 años de la vida política del país desde este lugar. Ellos y sus padres, sus tíos, sus abuelos. Malvinas ha sido durante muchos años un drama familiar.
Pero los chicos pelean, como sus padres, por convertir esta historia que está en ellos desde los juegos de la infancia, que conocen y defienden desde un lugar inimaginable, en un relato que vaya más allá del homenaje de tono piadoso para entrar en una zona donde el compromiso se mezcla con el orgullo.La entereza y madurez que demuestran, habla de una nueva política, la que une el afecto con la apuesta apasionada por lo que parecía olvidado: “Vos vas el 2 de abril a un acto y son nada más que familiares, un amigo, uno que otro allegado y esto a mi me duele. Un 24 de marzo, en cambio ves una plaza que revienta de gente y está bien que sea así, nosotros vamos siempre. Pero Malvinas parece estar sólo en la conciencia de los familiares”, dice Martín Carrizo, uno de los directores.
Lo privado adquiere las formas complejas de la guerra vista con un microscopio. El padre de Gastón Marano cuenta que después de festejar y agradecer el regreso de su hijo de Malvinas, tiene que reconocer que “me cambiaron el hijo. De un chico muy alegre volvió un hombre muy serio.” Y su esposa agrega: “Yo creo que todos se quedaron allá, con sus compañeros”.
Tan demoledora como la confesión de Francisco Marano, otro de los directores del film: “Me di cuenta que a mi papá no lo conozco como creí que lo conocía”
Hay algo de esa experiencia que es imposible decir, que se vuelve intransmisible. Allí se interna el film, en una dimensión existencial que lo libera de sus lugares comunes porque quien habla es la experiencia particular que no pretende ser representativa de nada ni de nadie.
La historia argentina está minada de cruces entre el drama íntimo y la forma política de esa ausencia. Por eso cada vez se vuelven más llamativos los resquemores que impiden unificar la lucha de los organismos de derechos humanos y la militancia en trono a Malvinas. En una ciudad como La Plata esta distancia se vuelve escandalosa. Los chicos reconocen, en ellos también la falta de iniciativa pero se muestran tolerantes y pacientes. Es mucho lo que admiran y lo que han aprendido de los familiares de desaparecidos.
“Malvinas es una consecuencia de la dictadura militar”, afirma Martín. “A veces te ponés a pensar por qué los organismos de derechos humanos no lo toman .Lo ven como una causa militar y no como parte de la dictadura y nosotros queremos que la gente entienda que entre los desaparecidos de la dictadura están los caídos en Malvinas” y agrega, para sostener su argumentación: “En el cementerio de Malvinas, en la tumba de los soldados no identificados, hay una lápida que dice: “Soldado argentino sólo conocido por Dios” ¿Eso es o no es un desaparecido?”
Entre mujeres que describen el modo incondicional y silencioso de hacer posible la vida de su familia después de la guerra, soldados obligados a regresar a escondidas, en un micro sin luces, que deben dar la noticia de la muerte de un compañero a padres que esperan en la oscuridad de una calle de La Plata el regreso imposible, la película ilumina, de un modo tal vez inesperado para los propios realizadores esa dimensión descomunal a la que puede llegar el sujeto. “Mi papá siempre me dice: Yo no soy un héroe. Soy un hombre que lucha todos los días para que los que murieron sean nuestros héroes”, declara Alejo Robert. Hijos que descubren su diferencia al recuperar el pasado y hombres que tienen una lealtad inalterable hacia los muertos y hacia los que sobrevivieron y nunca más pudieron salir de la niebla.

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