domingo, 9 de mayo de 2010

Horacio González, un hombre cordial


Vivimos un momento donde las biografías de los personajes públicos se convierten en un tema de análisis y reflexión política. La dimensión de la subjetividad, como pocas veces, se ve enlazada en el devenir histórico y descubrimos, una vez más, que nuestra identidad como sujetos no puede limitarse a los actos privados.

Hace una semana escuchaba a Horacio González soltar algunas advertencias sobre este modo directo de cruzar biografías en una discusión política. Entiendo que toda vida es compleja, que existen cambios, transformaciones, conflictos a veces difíciles de resolver, todos tenemos derecho a equivocarnos y sería demasiado cruel que se nos limitara a nuestros errores. Pero más allá de la comprensión, absolutamente imprescindible para darle a esta discusión cierta profundidad y justicia, me permito disentir con el director de la Biblioteca Nacional.

Hay momentos donde nos enfrentamos a situaciones definitorias. Sería mucho más fácil para todos transitar una vida donde nuestras elecciones no generaran consecuencias. Muchas veces nos engañamos pensando que nuestras pequeñas decisiones no van a hacer historia. Siempre existen buenas excusas para no comprometerse. Cuando por estos días se buscan explicaciones a los actos y declaraciones de algunos periodistas o políticos, ciertas personas sufren un estado de pudor. Tienen miedo de quedar como los acusadores que le están exigiendo coherencia a Magdalena Ruiz Guiñazú, por poner un ejemplo. La indulgencia que noté en González durante su visita al programa “6,7,8” me pareció inmerecida. Escuchar ese tono afable y complaciente de una joven Magdalena frente a un genocida como Videla y compararlo con el tono guerrero y agresivo que usa para entrevistar a Aníbal Fernández, merecen una severa crítica. Al menos, merecen que la misma Magdalena se haga cargo de sus cambios y transformaciones, que entienda que ese tono afable frente a un asesino le quita la posibilidad de exaltarse y acusar al gobierno de Cristina Fernández de ser una dictadura. A los dictadores se les habla candorosamente por miedo, nadie prepotea a un dictador como hace Magdalena con Aníbal Fernández, en su propio comportamiento está la revelación de la mentira.

Podría aceptar a una Magdalena temerosa ante Videla si ella fuera capaz de entender que ese acto implica consecuencias, autocrítica y un mínimo cuidado con las palabras y las acusaciones. Decir que el uso reiterado de la cadena nacional por parte de la Presidenta “es cosa de milicos”, no sólo es una absurda mentira sino que es una manera muy fácil de desligarse del pasado. ¿Tiene autoridad realmente Magdalena para lanzar esa acusación?

Comparto con González la idea de refinar los argumentos. No se trata de exponer biografías exigiendo una coherencia imposible. Se trata de revalorizar la importancia de las acciones, de saber que hay instancias donde nuestra responsabilidad es suprema y donde si llegamos a un lugar de jerarquía y autoridad profesional tenemos además un mayor nivel de exigencia en cuanto a la verdad y el compromiso.

Porque aquí ocurre algo más importante. Cuando se disculpa a quienes no se animaron,cuando se justifica el silencio de varios periodistas porque “necesitan sobrevivir ” . Cuando se es complaciente con quienes hoy escriben mentiras y se vuelven cómplices de los oscuros negocios de las corporaciones mediáticas, se desmerece a quienes si se animaron. Se trata de un discurso que parece afirmarse en las generalidades y no en las excepciones. Yo creo que la verdad está en la excepción, en esos actos que revelan todo aquello de lo que el ser humano es capaz. Rodolfo Walsh podrá ser un lugar común pero nuestro esfuerzo tiene que estar centrado en comprender a un Walsh . El hombre que se rebela es inexplicable, decía Michel Foucault pero también puede ser inexplicable que muchos periodistas asalariados del grupo Clarín sigan participando de esta gran estrategia de sus dueños para no perder poder.

“6, 7, 8” está corriendo un riesgo al hacer periodismo de periodistas, al escarbar en el pasado de los personajes mediáticos y preguntarse qué hicieron y qué hacen ahora, imaginando que uno puede encontrar una explicación en las numerosas conductas que sostienen una vida. Puede ser cruel, puede generar un poquito de miedo y de introspección pero a mi me parece fabuloso correr ese riesgo porque el menemismo fue, entre otras cosas, una experiencia política que llenaba de liviandad nuestras vidas. No había consecuencias, el pasado se borraba, uno podía desprenderse de su historia sin contradicciones y desdecirse de sus actos. Volver a una mirada donde las acciones tienen un valor es el gran salto histórico al que se enfrenta nuestra subjetividad y será doloroso porque la vida se vuelve más difícil y definitiva. Me parece que no todos los sujetos tienen la frialdad para mentir frente a a una cámara o para adular a un asesino. Creo también que ciertos títulos como los que se publicaban en la dictadura, o más cerquita en el tiempo como los que vemos todos los días,son puntos de no retorno. Que Julio Blank diga ante una cámara que un título como “La crisis causó dos nuevas muertes” está mal, es mentiroso, no dice toda la verdad. Tendría que ser motivo suficiente para que no se dedicara más al periodismo. Nos acostumbramos durante mucho tiempo a naturalizar el desastre, a aceptar lo inadmisible y yo no quiero que un intelectual como González ocupe el tiempo televisivo en decir que la historia de la redacción de Clarín es la historia de los grandes fracasos argentinos porque a toda esa historia ellos la trituran todos los días, la rifan, la historia de las derrotas de nuestro país hoy está en otro lado y la lectura que hace clarín hoy de todos sus resabios históricos no sólo es banal sino que atenta contra la historia que hoy se está construyendo.

Insisto, existen muchas personas que no son ni fueron capaces de decir con estridencia que todo es un desastre o que estamos ganando una guerra canalla. Algo le tiene que estar ocurriendo a un sujeto para manejar ese cinismo y esa absoluta falta de solidaridad.No estoy dispuesta ni a aceptarlo ni a comprenderlo, prefiero gastar mi indulgencia en causas con más sustento.

No se trata de condenar o reducir a una persona a sus tropiezos y debilidades sino de asumir la magnitud de nuestros actos y procurar repararlos.También de tener la dignidad de llamarse a silencio, de retirarse antes de hacer papelones como defender a una apropiadora.

Disiento con González porque no creo que se complejicen los argumentos siendo indulgente, tratando de entender, sino reconociendo el peso que tiene cada acto. Magdalena participó del informe de la Conadep, más allá de las discrepancias y limitaciones de esa comisión tuvo un valor muy reconocido en un contexto sumamente delicado. Pero ese acto no la disculpa de su silencio frente a la declaración de Duhalde de “construir una sociedad para los que quieren a Videla”, ni del modo banal en el que redujo la investigación sobre la apropiación de menores a una mera elección de hacerse o no un ADN como si se tratara de degustar un vino. Nuestro pasado no nos salva de nuestros errores o complicidades del presente, mucho menos si nosotros decidimos dilapidar nuestro capital histórico.

Estos razonamientos dejan muy solos a aquellos que han optado por decir que no, sacrificando carreras brillantes y protagonismo mediático. Hay muchas personas desconocidas que persisten en su verdad pero son figuras secundarias en este relato porque todavía seguimos pensando bajo la lógica menemista del éxito. Somos vulnerables al éxito y justificamos a aquellos que dicen que si para no perderlo.

2 comentarios:

  1. Alejandra, me gustó mucho tu reflexión, que comparto desde la primera hasta la última letra. No vi el programa donde estuvo González, a quien admiro, pero creo adivinar a través de lo que escribiste que su indulgencia es la de un hombre esperanzado, ilusionado con que la condición humana esconde siempre resabios de virtud, aún allí donde la evidencia se empeña en demostrar lo contrario. Un planteo como el suyo me parece correcto en términos generales, y siempre que se hable de personas que hicieron alguna autocrítica y, sobre todo, que reservan a los que no piensan como ellos un trato respetuoso y tolerante. No creo que sea éste el caso de Ruiz Guiñazú, a quien escuché entrevistar por radio al embajador Timerman con una agresividad y un sarcasmo impropios en una persona indulgente. Y eso que Timerman no es uno que tenga nada de que avergonzarse. Creo que algunas personas que se equivocaron en el pasado y saben íntimamente que eso no tiene remedio, tratan de crear monstruos parecidos a los que los persiguen en sus pesadillas para poder, esta vez, hacerles frente. Pero deberían saber que no es lo mismo. Lo único que les queda es la humildad, sería bueno que empezaran a practicarla. Un afectuoso saludo.

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  2. Dr. Gonzo:

    Diste en el clavo cuando hablaste de aquellos periodistas que no son indulgentes pero reclaman indulgencia para sus comportamientos. Después de todo habría que empezar cuestionando a ese periodismo que fundó su razón de ser en asumir el rol de maestro ciruela frente a los políticos. Ellos fueron los que comenzaron a levantar el dedo y a implementar esa práctica.

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