
Tantos años rechazando esa palabra. Tantas discusiones donde la reconciliación era la palabra maldita, la peor de las claudicaciones. Se había convertido en un deseo casi exclusivo de la Iglesia y de la peor derecha argentina. Un modo de borrar el pasado, de negar la responsabilidad de los hechos, de eludir la consecuencias.
Puede sonar exagerado pero durante los festejos del Bicentenario tuve la sensación de que estábamos viviendo algo parecido a la reconciliación.
El sábado me sorprendió el desfile militar, fundamentalmente los aplausos del público. Era una escena que desmoronaba las expresiones de Eduardo Duhalde donde afirmaba que el gobierno humillaba a las fuerzas armadas. Ese momento hubiera sido imposible sin la depuración que se hizo hacia el interior de las tres fuerzas donde se separó la paja del trigo y donde se comenzó a formar a las nuevas generaciones de otra manera. Sin esos cambios, sin la decisión de bajar el cuadro de Videla, ese desfile hubiera sido muy diferente y esos aplausos no hubieran sido posibles. Es algo que las fuerzas armadas le deben a Néstor Kirchner, mal que les pese.
Pero el momento donde esta sensación puede encontrar mayores fundamentos fácticos es aquel que tuvo lugar el mismo 25 de mayo en el desfile de Fuerza Bruta. En la escena del cruce de los andes una multitud a la que se sumó la Presidenta entonó la “Marcha de San Lorenzo” como si se tratará de la hinchada de un partido de futbol. Cuando le tocó el turno al carromato donde se homenajeaba a las Madres de Plaza de Mayo, se mostró un respeto supremo. Hubo un silencio acompañando el dramatismo, hubo aplausos, se escuchó el ya mítico “Madres de la Plaza…” El pueblo argentino pudo integrar dos momentos de la historia que parecían imposibles. Logró repensar a sus fuerzas armadas recuperando ciertos mitos, como el cruce de los andes pero para darle una gran fuerza de presente. Se dirá que allí se evocó a un ejército que poco tiene que ver con el actual y es claramente cierto, pero también es verdad que las fuerzas armadas fueron integradas a una dimensión compartida de la historia donde se las reconoce como gestoras de acciones que tienen que ver con nuestra realidad y se las interpeló desde los conflictos actuales. El protagonismo que tuvieron las Madres, algo que se observaba en la cantidad de personas que desbordaban su stand y en la cantidad de homenajes que merecía cada aparición de un pañuelo blanco, demuestran que la recuperación de ciertas figuras militares no se realizó desde el olvido ni desde la negación de una parte dolorosa de nuestra historia. Por el contrario, porque pudimos procesar ese pasado, porque existen los juicios y las Madres, y los Hijos recuperados, tenemos menos desconfianza hacia esos uniformados y su fanfarria, porque hay una Comandante en Jefe de las tres fuerzas que los exhorta a recuperar esa gloria , que les señala que el ejército perdió el rumbo justamente cuando se separó de su pueblo, es que hoy miramos a los militares con otros ojos, porque es otra mujer la Ministro de Defensa y no cualquier mujer sino alguien que militó activamente en el bando contrario, que formó parte de la generación de desaparecidos y compartió sus ideas ,es que sabemos que podemos cantar la “Marcha de san Lorenzo “ sin culpas.
Parafraseando a los Redonditos de Ricota, la reconciliación llegó como no la esperábamos, a tal punto que creo que nadie lo notó. Tuvo una forma que jamás pudo predecirse. Estábamos tan convencidos de que la reconciliación era la pálida consecuencia de la derrota, del abandono de la batalla, del silencio cobarde que jamás se nos ocurrió imaginar que la reconciliación sólo era posible se se discutía, se peleaba, se ponía todo afuera (disculpen mi excesiva cita al cancionero popular) si profundizábamos el conflicto. Enfrentar las dificultades, las tensiones que la vida política nos plantea es una gran fuente de pacificación. Nos han querido engañar al propagandizar la crispación como la forma distorsionada de la expresión de las propias convicciones. Ser apasionado no significa ser crispado, significa ponerle el cuerpo a las batallas que es necesario atravesar para que nuestro país sea un poquito más justo.
Lo que a mi me crispa es esa desesperación por frenar toda discusión, ese modo de presentar el conflicto como caos, como violencia. Para existir como sujetos y como singularidades tenemos que hacer oír nuestra voz. Nuestro país sería menos democrático si las Madres no hubieran insistido en reclamar justicia, ellas no sólo fueron crispadas, fueron locas. Sin la furia de Hebe seríamos un poquito menos de lo que somos. Nuestra realidad cínica, machista, calumniadora, violenta nos obliga a crear estrategias para combatir.
Nuestros conflictos de los dos últimos años nos permitieron ver con claridad muchas cosas que antes eran borrosas. Esos matices se expresaron en esa capacidad de un pueblo de integrar momentos antagónicos de su historia, no para homogeneizarlos, sino para encontrar en ellos nuevos sentidos, para particularizarlos y darles una dimensión de futuro. Gracias a las discusiones donde negociar no significó ceder ni ni bajar los brazos , pudimos lograr esa convivencia eufórica y distendida de cuatro días de festejos que no hubiera sido posible si el conflicto hubiera quedado atragantado o si los de siempre ganaban con facilidad.
Para mi la paz y la reconciliación (palabras que siempre me parecieron grandilocuentes, cursis, ajenas a mi vocabulario) se parecen mucho a esos festejos patrios del Bicentenario .