domingo, 24 de enero de 2010

La vedetización de la política



Si algo me preocupa por estos días es que la necesidad de llamar la atención de los políticos es más importante que la política misma.
Julio Cobos aprovecho el momento en que todos los reflectores lo enfocaban para tomar una decisión que responde a intereses políticos sobre los que ya hablé en su oportunidad, pero también por una razón más superflua. Sabía que de ese modo lograría un protagonismo que jamás hubiera conseguido si su voto hubiera sido a favor de la 125.
Pino Solanas cuando tuvo la oportunidad de debatir en TN con los otros candidatos a diputados por la ciudad de Buenos Aires eligió golpear más duramente a Carlos Heller con quien tenía más cercanía política. La estrategia de Solanas fue disputar el voto progresista. De ese modo estableció una discusión mezquina en la que se encolumna toda la izquierda. Si el kiosco del progresismo K esta por fundirse vamos a aprovechar para acaparar a sus clientes, piensa Solanas con una lógica más de comerciante que de estadista. Luis Zamora explicó su participación en las últimas elecciones desde el mismo razonamiento: nos presentamos porque el kirchnerismo está en crisis. No dijo porque le tememos al avance de la derecha, su planteo es: solamente podemos conseguir votos si el kirchnerismo pierde adherentes.
Elisa Carrió es la abanderada de este recurso. Existe políticamente en la medida que puede producir escándalos y su intervención es exclusivamente mediática. Los periodistas que lanzan suspiros extasiados al observar la vida política chilena y uruguaya se ocupan de invitar a sus programas, de darle prensa, micrófono y cámara a estos políticos del escándalo y no a los personajes moderados que busca crear acuerdos y apoyar las medidas de gobierno que les parecen favorables para la ciudadanía. Estoy segura de que Martín Sabatella mide mucho menos que Pino o que Margarita Stolbizer, ahora bastante tranquilizada después de su alejamiento de Carrió, ha recibido menos invitaciones a los programas. El cinismo que ya ha dejado de lado pudores, exalta la convivencia democrática, la integración y el consenso pero recurre propagandísticamente a los apologistas del caos, el desastre y la crisis. Cuanto más se critica al gobierno, cuanta más virulencia se usa para calificar a la presidenta más tiempo de pantalla se obtiene.
Todos hemos sido testigos de las acusaciones que tienen que sufrir políticos como Macaluse, Raimundi o Sabatella de parte de los periodistas de TN, después de haber acompañado una política de gobierno, ni que hablar del mecanismo de desgaste psicológico que sufre Daniel Scioli al escuchar varias veces al día que es sumiso y servil a Néstor Kirchner. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta de que lo que están buscando es que un día el gobernador de la provincia de Buenos Aires se levante con los pájaros volados y se subleve contra el supuesto tirano.
Aquí ocurren dos cosas que me interesaría señalar. Por un lado la oposición (entre la que se encuentra el grupo mediático más importante del país) sabe que no tienen una propuesta superadora al kirchnerismo y que si el kirchnerismo, pese a todo, sigue concretando logros imperfectos pero logros al fin que mejoran la vida cotidiana de la ciudadanía, ellos tienen que resignarse a mirar la película desde afuera. Lo único que les queda es destruir, ningunear y tratar de cambiarle el sentido a lo evidente a través del discurso. Decirle al pueblo argentino: ustedes creen que están mejor pero todo es un desastre ¿o acaso piensan que vamos a salvarnos de la crisis mundial? ¿O son tan tontos que no se dan cuenta de que nosotros no podemos estar en el G20, que no podemos ser un país emergente?
Pero ocurre algo tal vez más preocupante ideológicamente que es el imperio del individualismo. Cuando Pino Solanas decidió confrontar con Heller para lograr su segundo puesto como diputado eligió el camino que más le convenía a él pero no el más conveniente para el país. Pensó en términos individualistas y dejó de lado la idea de nación, camino idéntico al de Cobos. Cuando un político ocupa un cargo al que llega por el voto popular está representando a ese colectivo, no es una individualidad. Es un ser autónomo, por supuesto, porque la autonomía es una condición esencial de la subjetividad, pero su cargo lo inviste de una entidad que lo convierte en un colectivo. Hoy leí en el diario Miradas al Sur que Marcos Novaro argumentaba que Cobos no era un traidor porque representaba a ese sector de la ciudadanía que había votado al Kirchnerismo y que después se desilusionó. Es una justificación más inteligente que la que suele escucharse pero no es válida. Los que votamos a Cristina Fernández sabíamos muy bien cuál era la política que el gobierno venía implementando hacia el sector agropecuario. Además el razonamiento de Novaro supone que el político debe ir con la corriente que le dictan las masas sin pensar que estas pueden estar equivocadas o, suponiendo que esos sectores sociales piensan con total independencia, no están siendo inducidos por sectores políticos que quieren perjudicarlos.
Estas decisiones aportan a la desideologización, aún cuando sus principales actores sean personas como Solanas, con una fuerte formación política, aunque parezca increíble se comporta como un menemista porque justamente, fue el menemismo el que nos dio la libertad de ser individualistas sin culpa, la irreverencia para poner nuestros intereses más mezquinos por encima de las causa más nobles y eso es lo que mucha gente festeja tanto en Cobos como en Pino, esa ausencia de culpa para desentenderse por el otro, por lo social, por el país, porque todo eso pesa, es una carga que molesta y es mucho más fácil andar más livianos por la vida. El otro siempre es un problema.
Hace unos días leí una vieja entrevista a Nicolás Casullo donde proponía una tesis que a mí me resultó muy inspiradora. Casullo consideraba que la sociedad argentina sentía culpa por los años de la dictadura, por haber sido permisiva, por haber mirado para otro lado y que le molestaba que el kirchnerismo volviera a instalar el tema porque no dejaba de sentirse juzgada, de tener que empezar a preguntarse ¿qué hice yo en esa época? Nunca lo había pensado pero creo que parte del odio hacia el Kirchnerismo tiene que ver con haber vuelto la vida más densa, más real, más compleja, cargada de conflictos, de sentidos, de realidad, de épica. Algunos quieren, como en la obra de teatro “Calígula” seguir con su vida mediocre pero sin ser consientes de su mediocridad. No pensar, detestan a esas personas que los obligan a tomar conciencia, a hacerse cargo del pasado. No se quiere ni siquiera recordar que hubo una crisis aplastante y que salimos de ella gracias al kirchnerismo, hay personas de a pie que hacen un gesto de fastidio cuando uno les señala este dato irrefutable y hay muchos políticos y periodistas que dicen: No hablemos del pasado sino del presente. ¿En la política nueve años son el pasado? Tener una historia es algo molesto, mejor creer que somos recién nacidos, que somos esos personajes de las series que viven en un presente permanente y todo lo pueden, que el otro no es un límite ni un problema, que podemos hacer lo que se nos da la gana.

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