sábado, 13 de noviembre de 2010

La memoria


Días antes de la muerte de Néstor Kirchner( de esa dolorosa fatalidad que nos sorprendió cuando muchos creíamos que esta vez íbamos a poder eludir nuestro destino) cierto progresismo estaba atacando, tal vez el aporte menos discutible de su gobierno:la política de derechos humanos.

Mucho se ha dicho sobre este tema pero hoy, a modo de homenaje y también como una manera de mitigar el dolor por su muerte, quiero agregar un aspecto menos comentado.

Durante los años noventa la militancia en derechos humanos funcionaba, en la mayoría de los casos, como una fuga hacia el pasado. Por estos días Martín Caparrós recordaba una frase que en su momento observé como una señal de lucidez: Hay que olvidar los 70, dijo después de sacar el segundo tomo de “La Voluntad”. Ese gesto era mucho más complejo de lo que parece. Por un lado investigaba sobre la militancia setentista (es decir convertía el ejercicio de la memoria en un volumen histórico) pero por otro lado señalaba algo que estaba ocurriendo en ese momento. Los derechos humanos funcionaban como un desvío para refugiarse frente a las frustraciones de ese presente. Mientras vivíamos en una época que nos expulsaba como protagonistas, donde no podíamos intervenir en la realidad para transformarla, los años setenta se idealizaban cada vez más. La memoria se convertía en un ejercicio regresivo.Pero pasaba algo mucho más importante: la discusión sobre los setenta y la militancia en derechos humanos se volvían tareas inofensivas. El poder parecía exclamar : déjenlos conformarse con el recuerdo. Muchos progresistas adherían a esas causas porque las consideraban perdidas, es decir con poca posibilidad de incidir sobre la realidad.

En una charla en el Foro Gandhi, un prestigioso intelectual del campo nacional y popular (no recuerdo si era Dardo Scavino o Nicolás Casullo) advirtió que la frase “No se olviden de Cabezas” la podíamos estar diciendo cualquiera de nosotros o sus asesinos. Es decir, los asesinos también quieren que recordemos.

La gran transformación que realizó Néstor Kirchner fue convertir esa política de derechos humanos y esa discusión sobre los setenta en presente. Todavía muchos progresistas, unidos sin quererlo a la peor derecha, no le perdonan que haya convertido el fracaso en una posibilidad de justicia, que haya trocado la derrota en una forma impensada de la victoria.

Lejos de la crítica más trillada de ese progresismo donde se alista Caparrós al sostener que “el kirchnerismo se ocupa de los derechos humanos de los setenta y no de los derechos humanos del presente”, el verdadero cambio de Kirchner, el dato novedoso, fue que esa política de los derechos humanos se articuló con la coyuntura y se convirtió en una intervención historiográfica. El error de Caparrós es no haberse permitido cambiar y reconocer que esa formulación de los noventa perdía sentido a partir de las decisiones concretas tomadas por los gobiernos kirchneristas. Cuando lo escuché hace unos meses recurrir a esa frase sin la menor posibilidad de admitir la variable histórica a la que había sido sometida, comprobé una vez más que su soberbia reside en exigirle a los otros acciones que él es incapaz de realizar.

Por un lado están los juicios con todos sus riesgos. La desaparición de Julio López es la prueba más dolorosa de la vigencia de ese poder militar sobre el presente.

También está el conflicto con el diario Clarín, el modo en que se apropiaron de Papel Prensa y de los bebés que eran por ese entonces Marcela y Felipe. ¿Por qué el progresismo de Lanata y Caparrós rechazan esta contienda? No sólo por narcisismo, por la pose superficial de querer llevar siempre la contra, sino porque eran justamente ellos los que, contrariando su discurso, se ocupaban de esos temas cuando estaban cautelosamente destinados a formar parte del pasado. Cuando el gobierno decide traerlos a nuestro presente, cuando funcionan como el disparador para cuestionarnos el relato de Clarín, cuando se exponen pruebas, acusaciones, testimonios que delatan torturas, robos, apropiaciones, defender los derechos humanos implica asumir las consecuencias que se hacen carne en esta palpable actualidad.

Entonces el empeño por quitarle verdad a una política que en su institucionalización instala un piso común de reconocimiento a una serie de reclamos básicos que esos mismos progresistas defendían. Se dirá que jamás los Kirchner se ocuparon de los derechos humanos, que sacan ventaja política, que hacen demagogia, cuando en realidad vuelven a iluminar conflictos que incomodan a una sociedad que, como decía Casullo, siente una culpa no asumida por su comportamiento durante los años del terrorismo de estado. Hablar de los setenta es hoy una incomodidad porque nos reclama un cuestionamiento sobre nuestra propia historia y sobre nuestras acciones del presente, más allá de que hayamos o no vivido esa época.

Ya comenté en un post escrito en pleno conflicto con la patronal rural, ese texto de Beatriz Sarlo donde le reprochaba a Cristina Fernández, vincular a esa sociedad rural que presidía Luciano Miguenz, con aquella que había apoyado numerosos golpes de estado. ¿Por qué ? , me preguntaba en ese entonces. Porque al articular lo coyuntural con lo histórico la discusión toma otra envergadura y el conflicto se profundiza. Si olvidamos, si dejamos de medir a nuestro contrincantes desde su devenir histórico, podemos eludir con más facilidad el conflicto.

La crispación de Néstor Kirchner no era más que un modo de hacer palpable en un cuerpo la voluntad de justicia. Porque el tema de los derechos humanos recuperó su dimensión histórica y su presente, exacerbó el conflicto. Hacer del pasado presente para resolverlo y efectivizar una forma de justicia es abrir el espacio para que los hechos de ese pasado tengan consecuencias. Y las consecuencias nos salpican a todos. Vivir en un país donde las acciones producen consecuencias fue el gran logro que facilitó Kirchner. La impunidad implicaba que el pasado dejaba de ser peligroso.

Dije sobre ese texto de Sarlo que la prestigiosa intelectual argentina realizaba una apología del olvido al pedirle a la Presidenta desligar a la sociedad rural de su trama histórica.

Junto a la cureña, en plena capilla ardiente, se vio otro modo de hacer presente los derechos humanos. Vimos explotar por las calles la ciudadanía. Ir a llorar a Kirchner fue revelarse sobre la sentencia que decía que nombrarlo era en sí mismo una infamia. Esos gritos, esa necesidad de expresarse, de decir “Fuerza Cristina”, eran un modo de manifestar un sentimiento que estaba condenado a permanecer oculto. Éramos mirados de costado si defendíamos al gobierno, frases macartistas negaban nuestra existencia. Se daba por descontado que todos pensaban igual. Tantos aceptaron que el kirchnerismo estaba agonizando que decenas de miles tuvieron que salir a mostrar su deseo de que no terminara.

La muerte de Kirchner nos duele y lloramos frente a todos, perdimos la vergüenza. Él nos enseñó a dejar de lado los modales cuando tenemos que pelear por nuestros derechos. La historia no se construye con prolijidad, sino despeinados y desalineados.

De todas las frases que escuché por estos días me quedo con una: “Fue el político que me sacó la venda de los ojos”, dijo un señor cercano a los sesenta. Me resulta difícil encontrar un ejemplo que señale con más evidencia el modo en que Kirchner convirtió la discusión sobre el pasado en presente.

3 comentarios:

  1. Hola Alejandra
    Lo que no se le va a perdonar a Néstor Kirchner, ni obviamente, tampoco a Cristina, es el haber puesto en acto, haber llevado al plano de la realización, las declamaciones que eran tan funcionales para, entre otras cosas, señalar el condicionamiento de la impotencia: el No se puede.
    Muy buen escrito, profundo.
    Saludos

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  2. Exactamente. Existía una concepción de la política, que es la que hoy vemos en la oposición, de llegar al poder para generarle problemas al pueblo y el kirchnerismo vino a crear soluciones

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  3. las soluciones creadas por el kirchnerismo han dado como resultado la apropiacion de tierras por parte de pobladores del gran córdoba.el costo en el pasaje de un transporte subsidiado tambien forma parte de la metafísica kirchnerista.
    probablemente uno de los problemas acuciantes dentro del espectro mental de quienes adhieren y adhirieran al planteo kirchnerista es no reconocer la importancia gravitacional del ¨ex presidente¨eduardo duhalde en la conformación ¨moral¨del ¨estadista¨ néstor kirchner.

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