lunes, 15 de marzo de 2010

El triunfo imperdonable


Una mirada novedosa de la historia es un componente que suele faltar en el cine argentino de los últimos años. La hegemonía del (así llamado) Nuevo Cine Argentino partía de la necesidad de legitimarse en una ilustración de la realidad. Pero esa realidad a la que hacía referencia, no era de materialidad dudosa, inasible, cuestionable, sino una realidad aceptada convencionalmente bajo el discurso periodístico. El arquetipo que los medios podían construir sobre un desocupado, un inmigrante boliviano en la argentina, un joven marginal o un policía bonaerense, jamás era puesto en cuestión en el celuloide, los jóvenes cineastas se rendían hacia una realidad en la que fundamentaban su autoridad. La validez de su obra se medía en relación a su cercanía, a su fidelidad con lo real.

“El secreto de sus ojos”, por el contrario, decide arriesgarse en relación a los parámetros de verosimilitud. En primer lugar realiza una lectura bastante novedosa sobre los años de la Triple A, supone la utilización de delincuentes comunes para realizar ciertas tareas, para aportar su “conocimiento” en ese pasaje del estado a la ilegalidad. Más allá de la capacitación de las Fuerzas Armadas para la represión, Juan José Campanella nos habla de una sociedad delictiva que asimila a sus asesinos y les da rango institucional. Un estado terrorista que se hermana con la delincuencia común y que debe aprender también de ella (no sólo de las escuelas de contrainsurgencia) la frialdad necesaria para torturar, matar y violar.

El domingo pasado leía en el suplemento Radar una frase desafortunada del sociólogo Horacio González: “El film trata de un crimen de los llamados pasionales, un asesinato que brota de la locura amorosa”. Definir como crimen pasional a una violación seguida de muerte no es sólo la prueba de un pensamiento machista bastante vergonzante, sino una incomprensión, de parte del notable director de la Biblioteca Nacional, de la peripecia del film. Isidoro Gómez no es un hombre enamorado que mata por despecho, es un ser frío, que puede actuar el desconcierto en un interrogatorio judicial pero que se deshace frente a la belleza de la abogada Irene Menéndez Hastings, como pudo hacerlo frente a su jovencísima víctima. Cuando Irene lo descubre en la lascividad de sorprender el escote que deja ver una camisa apenas desabrochada, Isidoro Gómez reproduce la misma conducta que pudo tener ante su víctima. No es un ser que ama sino un ser que cosifica, como puede hacerlo un torturador. No es un hombre que ,dominado por la pasión puede matar y arrepentirse y tal vez no volver a matar a nadie en su vida. Lo que muestra el film de Campanella es que el torturador no es sólo un ser preparado racionalmente para esa tarea sino que también (sin negar lo anterior) puede ser alguien que sin instrucción alguna, sea capaz reproducir esas formas del mal. Es decir, el torturador puede ser un sujeto cualquiera no sólo un militar o un policía, lo que nos lleva a pensar en la capacidad de reproducción de seres de estas características que tiene una sociedad .

Pero yo no estoy aquí discutiendo las capacidades analíticas de Horacio González (de quien fui una fervorosa alumna) sino me interesa destacar la cautela que muchos intelectuales han expresado en estos días al momento de reconocer los méritos del film. Se trata de sostener (casi al unísono) que la lectura que se hace sobre los años previos al golpe de estado del 76 es simplista. Me llama la atención que quienes defendieron la obviedad del Nuevo cine Argentino se pongan tan críticos con una película que es mucho más compleja que “Mundo Grúa”. En el film de Pablo Trapero el retrato que se hace del desocupado es casi idéntico al que podría trazar un encuestador en cualquier matutino , el film no puede salir de su literalidad porque la anécdota está totalizada, la mirada del director es exactamente la misma que la de los personajes. Se supone que no opinar es una manera de evitar el maniqueísmo y la película elimina toda discusión porque quien se anima a cuestionarla recibirá esta contundente respuesta: “La realidad es así”. Cualquiera de los films argentinos enrolados bajo el rótulo de Nuevo cine Argentino son sumisos a estos postulados, si elijo “Mundo Grúa” es, simplemente porque sé que alguna vez González la seleccionó como parte de la bibliografía de sus clases. Pobres, tiempos muertos y no actores eran la clave para hacer un cine aceptable. Un cortejo de críticos e intelectuales (muchos de ellos seres que siempre se preocuparon por propiciar la crítica) se encargaban de agregar todo aquello que los cineastas no se habían tomado el trabajo de construir en la pantalla ,pero ahora estas mismas personas se han vuelto intransigentes frente a un film de Campanella. Tal vez porque la masividad, la popularidad que logran sus películas siempre serán sospechosas.

Quiero aclarar que jamás me gustó Campanella. Vi fragmentos de “Luna de Avellaneda” y “El hijo de la novia” por televisión y me parecieron intragables. No soporto ni a Ricardo Darín ni a Guillermo Franccella, por lo tanto me negaba a ver “El secreto de sus ojos”, hasta que me pasaron el DVD y su historia me llevó a olvidar ciertas actuaciones un tanto caricaturescas. Es muy enriquecedor darse la posibilidad de cambiar.

La sola imagen de Isidoro Gómez como custodio de Isabel Perón traza el recorrido político de la película. Del mismo modo que la escena donde los empleados judiciales comparten un viaje en ascensor con el ahora impune asesino, marcan un recurso altamente valorado en el arte: la síntesis. Quien fuera puesto en evidencia como violador y asesino es, en escenas subsiguientes, custodio de la Presidenta y personaje atemorizante, capaz de jugar con un arma para marcarles su poder. Si antes Irene podía interrogarlo y humillarlo ahora se le comprime el corazón pensando que podrá asesinarla. Así han cambiado las cosas, la ley está en otro lado, las figuras jurídicas son decorativas o cómplices .

Desde esa misma lógica es mostrado el universo de finales de los años noventa en el que los protagonistas vuelven a encontrarse. La venganza que lleva a cabo el personaje de Pablo Rago, es el resultado de un tiempo de impunidad, del desencanto que se vivía en el año 99. Esa época está bien descripta en ese clima de vacío que menciona constantemente Benjamín Espósito. son vidas grises de personajes que no están atravesados por ninguna pasión aunque la buscan en la venganza, como es el caso de Morales, o en la escritura, como lo hace Espósito.

En el diálogo final entre el aspirante a novelista y el marido recluido en una casona de los suburbios , Morales no deja de reconocer que la venganza no hace más que mantener a los sujetos atrapados en lo peor del pasado. Es imposible olvidar y se vive sólo para vengarse, entonces Morales se convierte en un ser casi idéntico a Isidoro Gómez, a quien encierra en un lugar que se parece a un centro clandestino de detención. Como en una imagen similar a la que presenta Griselda Gámbaro en “El campo”, cualquier lugar se ha convertido en un campo de concentración. El vínculo que une a Morales y Gómez es eterno. El estado no le ha brindado una salida al dolor de Morales y él ha buscado la justicia por mano propia.

Cuando Horacio González lee en el film una sentencia del estilo: “La salvación no la tiene la historia pública sino el amor”, parece subestimar una narración que, si hubiera sido fruto de la imaginación de Adrián Caetano no hubiera sido desacreditada. Benjamín Espósito se identifica con Morales porque ve en él un amor similar al que Espósito siente por Irene pero este componente narrativo no resuelve el drama político sino que le da otro espesor. La historia pública del año 1999 excluía a los sujetos,no les daba ni contención ni salida, se trataba de un mundo individualista, desencantado. Morales arma un universo propio con sus leyes y sus castigos que es lo peor de esa sociedad argentina, asimila la lógica del enemigo. Benjamín lo disculpa en su venganza, no lo delata sino que deja las cosas como están pero se ve impulsado a resolver el amor inconcluso que tiene con Irene. La motivación parte del horror a quedar detenido en el pasado (la escritura de una novela es un ejercicio que nos sitúa siempre frente al pasado) y entonces elige saltar hacia lo que está porvenir .

Así como desconfío de la verosimilitud en el arte ( o al menos de someterse excesivamente a ella) y creo que las propuestas más interesantes son las que se animan a desafiarlas, también desconfío de una obra que se preocupe por justificar al extremo casa decisión estética. “El secreto de sus ojos” no se siente obligada a la denuncia sino que asume la temática política con naturalidad, como parte de un escenario donde se enlazan lo privado y lo público y, por otro lado, logra hacer convincente la figura del detective, que pareciera imposible dentro de la ficción nacional.

Los personajes de este film tienen mucho de la inventiva del tango .Alan Pauls señala el anacronismo de “El secreto de sus ojos” . En realidad se respira una estética del cine argentino de los años cincuenta pero Pauls se manifiesta en contra del extremado pudor con que Benjamín e Irene viven su amor y considera que no se mide con la vara de los años setenta. Pauls parte de una lectura totalizadora de una época donde todos los sujetos deberían habitarla del mismo modo. La revolución sexual de los sesenta no fue una experiencia universal, fueron muchos los que siguieron viviendo bajo los conceptos de los cuarenta o los treinta, de hecho hoy mismo no todas las personas viven su amor desenfadadamente. Los personajes que muestra Campanella se sostienen bajo una lógica que no necesariamente tiene que ver con una cuestión epocal. Benjamín Espósito es un tanguero, un hombre tan fascinado con el personaje que encarna Soledad Villamil que no puede abordarla porque la ve inalcanzable y porque tal vez prefiera dejarla en ese lugar. Tiene mucho del porteño melancólico que se ha acostumbrado a ser un perdedor y tal vez quiera seguir siéndolo. Si bien Irene le demuestra de muchas maneras que lo corresponde en su amor, él pareciera elegir verla como un ser sublime. Irene por su parte es una joven abogada que pretende escalar en la carrera judicial, perteneciente a una familia tradicional y formal.

No se trata de diferencias de edad, clase social o rango jerárquico como supone Pauls que el film explica (algo que en realidad nunca hace) sino de una característica de los personajes que dentro del film funciona como un contrapunto de la acción social. Mientras se narra un policial donde los hechos se suceden, donde hay un delito y sucesos políticos, impunidad y venganza, Irene y Benjamín están paralizados por su propia historia. La mirada de Alan Pauls supone que en la ficción todo tiene que ocurrir, desarrollarse, como si en la vida no existieran un montón de situaciones que quedan truncas. Lo extraño, una vez más, es que estos cuestionamientos llegan de boca de un intelectual que se delita con el cine argentino de los tiempos muertos donde ninguna narratividad convierte a ese “no hacer nada” en un hecho estético.

Disfruto de los films de Lucrecia Martel donde la acción dramática queda suspendida y todo lo que no ocurre no hace más que acentuar la tensión entre esa pasividad de los personajes y su verdadero conflicto ,que toma dimensiones gigantescas al no ser asumido por los personajes. De ese modo las escenas se despojan de su literalidad y exigen un ejercicio en la mirada del espectador. Pero muchos cineastas se apresuraron a copiar este estilo sin construir la compleja trama que lo sostiene. Pauls juega a ver profundidad donde hay pereza, a considerar que una obra de Vivi Tellas donde lleva a su mamá y su tía a charlotear arriba de un escenario es experimentación, pero se pone extremadamente exigente frente a un film de Campanella.

El problema de fondo aquí es que un director popular se haya atrevido con una temática política. “El secreto de sus ojos” es una excelente película de industria, no un film de cine- arte, que logra construir una historia mucho más compleja de la que pueden trazar Caetano o Trapero. Alan Pauls que escribió el ¿guión? de un film como “Los Rubios” que carece de elaboración, que es un postulado de la despolitización frente a un tema absolutamente político, donde hay escenas de mujeres gritando en el campo y en una plaza que son absolutamente vergonzosas y donde se llega al extremo de convertir lo simbólico en explicitación banal, saca a relucir (al igual que Horacio González)una destreza crítica que durante años había abandonado en relación al cine argentino.

1 comentario:

  1. Muy interesante tu análisis!

    Para leerlo detenidamente y sacar propias conclusiones.

    Emmmm... no sería bueno que aclararas que tu comentario contiene spoilers?

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