domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuando todo lo humano se convierte en líquido


Por Alejandra Varela



Frente a la reedición de “El frasquito”, la nouvele que Luis Guzmán publicara en los años setenta, presento aquí este texto que funciona como un capitulo de un libro en preparación llamado “Escribir en la intemperie”



Ya está. Luis Guzmán nos obliga a dar un salto, a entrar sin reparos en los años noventa cuando todavía eran impensables. Un policía le pega a un joven. Suena conocido. Comienza la década del setenta y el chico no es un militante político, es un hijo del pueblo que anda a la deriva. El gatillo fácil en los años del compromiso político, de la lucha armada. El joven asume con naturalidad que la policía le pegue. No hay gesto de denuncia sino la aceptación de lo habitual.

Y es también ese tono costumbrista, burdo, que se desprende del protagonista, el que completa un cuadro del conurbano, un paisaje bonaerense donde es común que la víctima y el victimario se crucen, se conozcan, sepan sus nombres y el de sus esposas.

Después se apodera del relato un tono surrealista. Porque el mellizo al que aluden ha muerto al nacer, no hay crimen, hay fatalidad. El cuerpo se acerca cada vez más a una forma animal, la sexualidad es primaria y líquida. El hombre es un mamífero que mata por una teta. Una oveja o una mujer dan casi lo mismo.

Esa naturalización en el modo de relatar los hechos da cuenta de un conocimiento popular sobre todo lo que ocurre en la comisaría. “Y esperó en la puerta del pesebre que el policía de provincia terminara de violar” ¿Qué otra cosa puede estar haciendo un policía?

Lo humano disuelto, el cuerpo cortado, transformado en cenizas, metido en un frasquito. Todo lo humano se convierte en líquido .Así se puede hacer desaparecer a un hombre.

Después de todo, el origen del hombre también es líquido.

Pero el muerto es un espíritu que vuelve, se impone.

El cuerpo está abierto. Ya no hay secretos. Ahora son otros los territorios a narrar, órganos que adquieren protagonismo. ¿Tal vez los sujetos sean sólo eso? Seres sexuados y sexuales que se ubican en el mundo según su lugar de deseados o deseantes. Seres destinados a reproducir, a soltar líquidos, seres que han perdido misterio, cuerpos tajeados que nada ocultan.

Entonces contar un aborto se convierte en una experiencia onírica. Aquí la cercanía con Osvaldo Lamborghini y ese lenguaje cruzado para trabajar lo crudo. Fantasmales son cada uno de los personajes que intervienen en la operación quirúrgica, ropas chillonas, espiritismo y una vagina abierta y sangrante como el dato objetivo, concreto.

Los gatos que lamen la barriga, la mujer revuelta entre animales, tajeada, dejando charcos de sangre. Esa mezcla es el gran basural que componen los personajes de “El Frasquito”.

El chico que narra no puede ver la película fantástica que los otros están representando ante sus ojos y entonces el encuentro espiritual con el mellizo es el encuentro carnal con el bisturí, para encontrar al muerto hay que internarse en ese vientre materno y hacer de él un resto fósil.

El sujeto cosificado, convertido en algo que puede empeñarse como una cadenita o un anillo.

Esa iconografía, ese modo de convertir en santuario cada espacio doméstico propicia la alucinación y la locura .Borra los límites entre un realismo descarnado y un mundo de magia y supersticiones.

Es la mirada infantil la que pone el dato real en un mundo adulto cargado de espíritus. No es fácil deshacerse de los vivos, parece decir Guzmán. Como el padre de Hamlet que se negaba a morir, el mellizo quiere el cuerpo de su hermano vivo. La culpa convertida en un fantasma. Una representación vulnerable a la mirada de un niño que desea convencerse pero que no puede disculpar los errores.

Todo se vuelve grotesco, gracioso.

El cuerpo del otro se avasalla, no hay límites. El sujeto que sólo posee un cuerpo sabe que ya no le pertenece. El conflicto no está en los personajes sino en el lenguaje. No hay reparos ni dilemas al reconocer el abuso, la virilidad perdida en el debilidad de ser poseído o ganada en la audacia de poseer. No. Los personajes no pueden sorprenderse de lo que es habitual, esperable pero el autor construye un lenguaje que carga las acciones, las rescata del dato periodístico y las instala en zonas poco realistas. El modo de narrar introduce el conflicto que está ausente en la historia.

El esperma encerrado en un frasco. La sangre es la forma líquida de una pérdida: la del hijo muerto, aquel que jamás nació. El esperma en un frasco es la prueba de fidelidad. Ese frasquito que después se estrella contra el piso para convertirse en una mancha pegajosa. En el imaginario de estos personajes se recurre al delirio con la mayor espontaneidad. La masturbación convertida en una evidencia policíaca, el semen perdido como una vida que no fue y también como una sexualidad entre dos que no puede consumarse. Señal de culpa. La mujer en el quirófano por quedar embarazada del hombre incorrecto, alguien que ya tiene una familia. El hombre que debe hacer algo para cambiar su lugar en la tragedia. Y todo es tan gracioso, tan ridículo y, a su vez, es el modo de mostrar sujetos que no están hechos para transitar ningún conflicto sino que dejan que los sucesos los usen como sus actores pero desconocen los motivos, las causas y efectos de su acción. Siempre estarán lejos de entender, nunca podrán alcanzar el sentido de lo que ocurre, siempre hablarán tan bajo que la realidad les tapará la voz.

Un cuerpo lleno de orificios. La “madrecita” debe romperse el culo (literalmente) para que sus hijos coman. Los chicos tragan y no preguntan y ella se queja porque no oculta, porque no es un secreto lo que hace con su trasero. Todos quieren el culo del otro. La carne es mercancía. Guzmán convierte el cuerpo en materia política y lo recorre como un científico positivista. Espejos, lupas, lentes, escarbar en ese cuerpo, nada nos es ajeno porque el cuerpo es el escenario.

El drama se ubica siempre en un lugar secundario, se menciona como al pasar pero ya es costumbre.

Como en “La Narración de la Historia” de Carlos Correas , la sexualidad es un ejercicio mecánico que produce cansancio. Existe como una posibilidad más en el trato cotidiano, no hay deseo ni atracción que la justifique. Es una necesidad tanto para subsistir como para no enloquecer. Es algo que se hace cuando todavía no se comprende muy bien de qué se trata. Tal vez el modo de vincularse por excelencia que encuentran estos personajes tan descarados.

El frasquito es una cosa que pasa de mano en mano. Un mundo alucinado es ese territorio de la marginalidad. Nada de crudeza documental. Objetos animados, expresionismo social, si vale el rótulo. Se trata de un mundo donde abundan los rituales, las creencias desesperadas, donde se inventan dioses y santos, donde se consume de todo ¿por qué no recurrir, entonces, a ese lenguaje lisérgico de los bajos fondos, a ese tono fantasmal que adquiere la realidad cuando se vuelve insoportable?

II

El dinero que todo lo convierte en mercancía. A diferencia de “La Narración de la Historia” en “El Frasquito”, la sexualidad entra en el intercambio mercantil de un modo descarado e inevitable.

Mostrar la evidencia, guardar la plata debajo de la almohada donde minutos antes la “madrecita” se ganó el pan. Que los hijos sepan lo que cuesta llenar la heladera.

Y el hijo usa la plata para ir a un prostíbulo, para acostarse con una prostituta que tiene el cuerpo quemado. Lo desagradable le gana al deseo. En la descripción de Guzmán la sensualidad está ausente, nada acerca al lector al disfrute. Lo que se cuenta y el modo de contar arman el conflicto. Nuevamente las prácticas se convierten en una forma social, lo político está en el estilo.

Todo es una mezcla, y una descripción desapasionada. Lo pornográfico está en el fragmento. Es sólo una parte del cuerpo la que se comparte, aquella que resulta imprescindible para que el sexo se consume. Una buena parte del cuerpo permanece intransitable, escondida eternamente a ese otro que es un extraño, un visitante. La práctica iguala a todos los sujetos que pasaron por ella, puede ser la madre, el hijo, un hombre, una mujer, no hay diferencias porque no hay sujetos. La sexualidad es una tarea escatológica, el involucrado suelta líquidos, el desenlace puede ser un vómito, sangre, muerte. Lo importante es mostrar cierta descomposición. Se trata de un cuerpo vulnerable. Degradado.

En el cuerpo está el deterioro. En la sangre, la leche, se vuelve inconsistencia,. La putrefacción, toda pulsión sexual se trueca en una manifestación de asco.

Las tetas se convierten en un frasco. Un cuerpo herido que suelta una “leche humillante”. El cuerpo hecho cosa pierde su calidez y es igual a chupar un frasco de vidrio. Y hay algo de regresión, para nada simbólica, todos se aferran a esa teta: el hijo, el padre. Ella es siempre la madre. Algo bíblico, Y un tatuaje (en la época donde no estaban de moda) que marca la carne para decir: Yo soy el dueño.

La sexualidad como un acto higiénico, de descarga. Todo remite al pasado, a una historia de repeticiones, la prostituta es también la madre porque su madre es una puta y porque en la prostituta busca un útero protector. El narrador asocia todo el tiempo, no puede dejar de pensar, es un ser frenético que sabe del destino de esos cuerpos sin comprender, realmente. Identifica, observa pero no piensa, Es absolutamente precario.

Piensa la escritura de Guzmán.

La muerte todo el tiempo. Ese cuerpo de la madre es un gran devorador de muertos, de hijos que no tuvo convertidos en sangre, una sangre que se derrama en la cocina de la casa. Tragedias domesticas que el personaje narrador carga todo el tiempo, no puede dejar de decírselas al lector porque para el chico nada está vedado. “El debe ver el feto capturado por la abuela, envuelto en diarios, destinado a morir sin tumba, como una cosa más que va al basural: “Junto a una silla vieja y una lata de cocinero.” También podría jugar con él a la pelota, como en el comienzo de “Orlando”, la novela de Virginia Woolf.

Guzmán vuelve el aborto una zona intransitable donde los discursos no son posibles. Puebla el relato de abortos y todos son la forma cruda, carnicera de la muerte. No los suaviza ni los enjuicia, no los convierte en una tarea liviana.

Es violenta la sexualidad de “El frasquito”, masculina porque es directa, ejecutiva, desligada de otro valor que no sea la vitalidad, una impronta que atraviesa tanto a los hombres como a las mujeres del relato. Nada atenúa la sordidez y nada sirve mejor para delatar ese mundo impiadoso con el que los personajes se identifican al extremo.

Entonces el relato se convierte en “El fiord” de Osvaldo Lamborghini. En una orgía. Esa orgía que era la versión sexual de “El Matadero”, entonces está todo claro: La sangre, la carne que es la de ese ganado sometido a la tortura, el sacrificio. Una orgía en la que se puede morir o quedar mutilado. La forma doméstica de la guerra. Eso eran todos los cuerpos sangrantes que vimos hasta ahora. Guzmán entra en la tradición, asume, también, un destino literario.

Una orgía es, tal vez, un modo incomprensible de sumergirse en la sexualidad. Una sexualidad donde todo es posible. Un modo indiscriminado de perder el cuerpo y de entender el deseo como algo despersonalizado, un placer que no tiene nombre ni rostro.

Un mundo sin secretos.

Un diafragma que se busca como la prueba del delito. Fotos pornográficas que pueden ser, en realidad, seres perdidos en el Once, retratados en poses obscenas y el narrador los busca, sabe que va a reconocerlos. Todos son las mismas personas: Los que se mueren, los que están vivos, los que aparecen en las revistas, los que caminan por la calle. Lo que se cuenta es una obsesión. El narrador vive en un mundo donde todos se cogen a todos (literalmente) y él no puede dejar de pensar en eso. Reproduce esa práctica y entiende que todas las escenas son calcadas, idénticas, como si a nadie se le ocurriera otra cosa pero no puede entender, realmente, que hay detrás de todo eso. Pareciera que él sigue esa práctica como una pesquisa esperando que al fin, la razón esencial, se evidencie.

III

Un espacio que no puede separarse. La fantasía de una convivencia que elimina los conflictos. Todos mezclados, una familia que lo contenga todo para no estar partido. Dividido. Y es otro el narrador que se queja porque no puede con dos mujeres, porque no acepta que las dos le exijan exclusividad.

Ese hombre que parece un extraño, ajeno a ese territorio, que trae comida y viste bien, que es todo derroche como un Papá Noel de carne y hueso que llega con exigencias, para poner orden y recibir algo a cambio y esa madre que parece hecha sólo para la cama, un cuerpo que se deja consumir al extremo en todas sus sustancias. Carlos Montana que estaba muerto aparece otra vez en la escena como si nada hubiera pasado porque los cambios temporales no buscan ser claros y porque nada es consecuencia de lo que ocurrió. Montana siempre parece ser un asesino, ellos sospechan, intuyen que viene a asesinar a la madrecita. Encerrarse en la pieza con una mujer que puede despertar los deseos de matarla.

Todo espacio íntimo es invadido porque todo, todo debe saberse. El narrador es un personaje que se inmiscuye en cada una de las situaciones que ocurren, que quisiera no saber pero que se entera, contra su voluntad porque siempre alguien se encarga de mostrarle la miseria de su vida.

Es que ella es la otra, entonces se hace puta por venganza porque él tiene otra familia y otras mujeres y ella no quiere ser sólo una amante para él porque han tenido hijos juntos y el hijo parece el hombre de la casa y el padre es un visitante más. Las escenas ocurren de un modo intempestivo, sin razones, nada es convincente, el lector no cree en lo que ocurre y se ríe porque los personajes, en su brutalidad, son ingenuos. La piedad que no tienen entre ellos se despierta en el lector. No pueden comprenderse quienes están sumergidos en el mismo barro. Sí aquel que cree estar afuera.

Esa sexualidad es posible con todos, con cualquiera. Allí esta lo primario. No hay límites para los personajes, no hay pudores, todo puede hacerse.

Los cuerpos se describen con crudeza. Nadie puede disimular sus defectos. Son cuerpos no erotizados donde el deseo parece imposible.

La sexualidad se convierte en antropofagia. Tal vez su fin último. Comerse al otro, tenerlo dentro, tragárselo. No poseerlo sino ser el otro. Una posesión entera pero también el sueño de volver al útero materno, que ella lo trague y no salir más de esa zona de protección infinita.

Esta es una sexualidad sin reparos pero que se parece más a un estado de ensoñación, de fantasía que a una realidad.

Violencia desmedida, el cuchillo tiene que destrozar la carne, que nunca vuelva a ser lo que fue. Mujeres expuestas, como colgadas de un gancho de carnicería, cuerpos tajeados que ya no se quejan.

Guzmán habla desde el montaje de textos, aquello que hace convivir en el lenguaje, en el espacio de la página, es el pensar frenético del personaje que no puede desligarse de su drama, el dolor es un modo de regresión, de echar atrás a los sujetos. Un modo de retroceder.

Provocar fascinación en el otro, hacerle creer que es diferente, tratar de ejercer un pequeño poder que se desvanece al instante porque todos forman parte de lo mismo. Nadie se salvará.

Rodar, descender, ese es el destino: caer.

IV

Él es un espectador. Narrar equivale a mirar. A Él le quedan las migajas de lo que los otros tiene de su madre. Él no puede conocer a esa mujer como la conocen sus amantes, entonces sólo le queda escuchar, espiar, imaginar. Así se construye un escritor, narrando todo lo que no puede hacer. Revancha por no poder ocupar el lugar protagónico.

“Matarme por la boca”. El narrador será, seguramente, un ser callado que para el lector no puede parar de hablar. Silencioso dentro de la historia pero constructor de una estructura verborragica. Todo se conocerá por su voz.

¿Cuál es la carne que se come? ¿La que puede consumirse o la del muerto? La madre robada por otros hombres. Los hijos que quieren matar a esos hombres para que la madre sea de ellos. Nuevamente la carnicería. Matarlo es comérselo, descuartizarlo, matarlo con tenedores y cuchillos. Ella como una res de carne. Llevarla y colgarla.

Cuando el texto parece acercarse a zonas de normalidad no tarda en revelar su fidelidad a esa forma macabra a la que pertenece. Caen en el pozo, se hunden, la madrecita les tira una soga, dicen que ya no quieren luchar por la posesión de nada y, en realidad, todo fue una fantasía, ellos no pelearon porque no tienen estrategias.

El punto de vista se altera. Se trata de un mundo extremo, sin olvido, plagado de obsesiones, Donde es el cuerpo el que llama todo el tiempo al que se fue. Cuerpos expuestos, impúdicos. Cuerpos que emanan un olor que el lector puede sentir. Algo podrido, algo sudoroso, algo primario que se escapa. Fluidos, sujetos que no están vivos pero que respiran. Sujetos que no han aprendido el modo de protegerse.

V

Ahora el que habla es él, Carlos Montana, ya no es nombrado, ahora conocemos su voz, la voz de un cantante de tangos que asume ese tono cangengue, melancólico Su relato es un tango, él es un personaje tanguero, el tono cambia, es otra generación la que crea el discurso.

Pasiones extremas. El cuerpo se consume, el cuerpo es que el delata la tragedia, no tanto las acciones de los personajes sino el deterioro de su cuerpo. El cuerpo es llevado hasta la última instancia, forzado a más de lo que puede resistir.

El mito que hace presión, la posibilidad de los nombres que hicieron historia, la referencia al ser excepcional por encima del sujeto sin brillo que son cada uno de ellos, opacos, cuerpos que se pudren.

Y hay algo gracioso en su desgracia, en la grosería, en el modo torpe de acercarse al drama sin entender, sin hacer carne de la gravedad de lo que ocurre. Por eso el lector se ríe: porque el autor señala la inocencia de sus personajes y permite que cada uno se ubique en un plano diferente. La risa es una forma de opinión.

“¿Voy a poder hacer uso?”, pregunta Montana. Teme convertirse en la sirena del cuento, hermosa pero imposible de penetrar. El pescador la tira porque no le sirve. Así de directo es el mundo de “El frasquito”. Absolutamente básico en su modo de entender la sexualidad. Los personajes narrados pierden identidad en el relato. Se mezclan, se confunden, se diluyen, no sabemos quién es quien. El propósito es esa pérdida del nombre y de la identidad. Esa posibilidad de ser otro o de no ser. Cada historia puede ser la de cualquiera.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Sindicalismo, estado y capital


Por Alejandra Varela
En un texto llamado “La fábrica como sitio de acontecimiento”, Alain Badiou señala que “es porque hay presentación social este múltiple singular y separado que es la fábrica, que hay posibilidad del uno obrero en la política.” En momentos como el actual, donde se dan explosiones sindicales, lo que se manifiesta es ese múltiple que es el trabajador. El sindicato es la pretensión de uniformidad, que pertenece al terreno de la representación, hoy potenciada en la realidad argentina porque lo que está en juego es la posibilidad de que otra central de los trabajadores pueda ser igualmente representativa. Badiou plantea que la fabrica (el lugar de trabajo en general) es el espacio de presentación porque, la aparición del conflicto pone de manifiesto la singularidad de la clase trabajadora, imposible de ser atrapada en un discurso único.
Hay política para Badiou, sólo cuando la acción puede relacionarse con una idea política. Es necesario que la acción se platee como una intervención. Lo fundamental es que el hecho político se sostenga en su multiplicidad. Hoy el principal enemigo que cuenta para que esto ocurra son los medios que buscan asimilar lo nuevo a lo ya conocido. La huelga de subtes era un estado de caos cuando, lo que allí se planteaba era la posibilidad de crear otro espacio de representación. Cuando la presidenta Cristina Fernández decide suspender el acto de la CGT (la imagen del Uno-Obrero por excelencia) está, de algún modo, afianzando la singularidad de la situación. Aquí está ocurriendo otra cosa, señala, que deberá ser pensada en términos nuevos.
Badiou explica que “los obreros no forman una parte pertinente a la cuenta estatal”, como sí lo formaría la CGT. La fábrica es contada para el estado bajo el nombre de la empresa que sirve para “disimular una singularidad bajo una excrecencia”. La empresa es pura representación, como lo es también el sindicato. En este sentido el paso importante que dio el kirchnerismo fue sacarle exclusividad a la empresa, en cuanto a decisiones de estado y asignarle un lugar al trabajador, bajo la forma de la CGT y, en menor medida de la CTA. El problema, o el límite de este avance es que tanto la CGT como la CTA no pueden, en muchos casos, darle espacio a ese múltiple que es el obrero. Para Badiou, el lazo sindical se ocupa de las reivindicaciones salariales pero no hay motivo para pensar que este lazo garantice la presentación del múltiple obrero. Badiou considera que el sindicalismo es también una excrecencia como lo es la empresa, por no dar cuenta de la singularidad obrera. El sindicalismo, bajo su óptica, reemplaza al estado y por esta misma razón elimina la posibilidad de la política.
Si bien la lectura de Badiou me parece muy atractiva creo que, el peronismo ha sido un factor fundamental para politizar al movimiento obrero aunque no se puede desconocer que esa politización se dio siempre desde un a priori, desde una forma política ya existente. El kirchnerismo siguió con esta tradición y al volver a unir la CGT al estado como un factor para equilibrar las presiones empresariales, le dio un nuevo sentido a la política obrera.
Dentro del sindicalismo y puesto a demostrar su representatividad, el obrero suele ser considerado desde su factor numérico. Para lograr la personería se deberá demostrar que se tiene más afiliados. Esta reglamentación burocrática sólo puede ser puesta en crisis en el terreno de la presentación. Cuando el trabajador se presenta manifiesta su posibilidad da no ser sustituible. El trabajador sólo adquiere singularidad cuando se presenta y esta presentación siempre es conflictiva, caótica porque pone en crisis la esencia misma de su lugar en el estado y el sindicato. El obrero pasa de ser un desconocido, una abstracción, a ser una persona concreta que podemos cruzarnos en la calle, que podemos ver en l televisión. La política siempre generará una suerte de interrupción, mucho más cuando en su despliegue señala que algo debe ser repensado. El sindicalismo ya no podrá ser la puesta en uno de ese múltiple que son los trabajadores, entre otras cosas porque no podrá escapar al estallido político de los últimos años e nuestro país. Que la CGT tenga como líder a un dirigente que durante los noventa resistió al desguace menemista es una buena señal, un avance, pero las declaraciones de Belén demuestran que está lejos de ser compacta. Al tener que contener a una diversidad, a veces irreconciliable, al no poder negar que los trabajadores son hoy un múltiple que necesita ser contado en su singularidad, deberá convertirse en otra cosa y necesitará de dirigentes sindicales dispuestos a pensar ese cambio. El límite está en el lugar estatal, político que el gobierno busca darles a los trabajadores, o tal vez allí esté su mayor flexibilidad.
Para Badiou en la emancipación obrera es necesario que los trabajadores se desliguen del factor estatal. El peronismo ha demostrado que es el estado el que los contiene, , le cuestiona a la teoría marxista su posibilidad de emancipación por fuera del estado. Al obrero no le alcanzaría con su rebelión, necesita de un estado que lo acompañe y lo sostenga porque el mundo del capital lo destroza si se enfrenta a él por sí solo.
Badiou sostiene que la política sólo existe desligada del estado, por eso es legítimo seguir llamándose marxista. El peronismo, por el contrario, le da al estado un protagonismo insoslayable, es el gran factor politizador, sin él no hay política. La historia política ha demostrado que el obrero, sólo aliándose con el estado puede enfrentar al capital.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Escribir en la intemperie


Por Alejandra Varela



El viernes 13 de noviembre nos sorprendió la muerte de Leónidas Lamborghini. Esa tarde había recurrido casualmente a sus textos en una librería del centro de La Plata y cuando volví a casa me enteré de su velatorio en la Biblioteca Nacional. A modo de recuerdo, de pequeño homenaje,trascribo un fragmento de un texto que escribí hace dos años sobre “Carroña, última forma”



La sílaba es el verso. Un paso que se da. La idea de perder de vista lo que se lee. Puede existir el error: unir una sílaba con otra que no crea la palabra correcta. O, tal vez, ese sea el fin, construir palabras nuevas que se hacen en el azar, en ese andar de la página que desconcierta. La palabra perdida no puede identificarse en el simple golpe de vista. Hay que meterse en el texto y descubrirla.

Leónidas Lamborghini indaga en la dimensión visual de la poesía. El lugar de la palabra en la hoja. Un espacio que la separa totalmente de la narrativa donde se entrega a un recorrido previsible.

Se hermana con Carlos Correas en el conocimiento de la calle como territorio ficcional. Existe una locura encerrada en el “yiro frenético”. También es natural el modo en que Lamborghini se acerca a la tragedia pero el espacio entre una sílaba y otra del poema es el abismo.

La poesía es algo que nos enreda, que no nos lleva ningún lugar, que no explica nada.

A veces el verso es sólo una letra, abandonada de la palabra que le da una entidad. Leer se vuelve dificultoso, leer duele. El dolor que no está exacerbado en la voz del poeta ,aparece en el ojo que lee. Herido como en el comienzo de “Un perro andaluz”

Ella deja ver cada vez más pero el poeta dice menos. Lamborghini entiende que en la poesía el conflicto está en la convivencia de una palabra con otra. El estilo viene a molestar, a generar otra posibilidad de lectura.

Lamborghini insiste con el espacio vacío de la página. Algo se suprime, algo permanece censurado, se ha perdido., El texto está mutilado.

Lo que ocurre, lo que no se puede ver es lo que importa. La poesía no está para contar. Es el albatros que en Baudelaire nunca debía acercarse a la tierra porque sería lastimado por los mortales comunes. En Lamborghini cae estrepitosamente, En él no hay vuelo.

Escribir es un movimiento. El movimiento de la mano, la boca. El sexo es una experiencia fragmentada, reducida a unas pocas acciones, despojada. Se describe en la sordidez, se encuentra en la calle como cualquier otra cosa.

Todo no es más que una descripción urbana de la muerte.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Confesiones políticas





Por Alejandra Varela

En esta semana vimos una vez más como la calle vuelve a ser un espacio protagónico dentro de la política argentina. El discurso mediático busca descalificar las acciones que se dan en el espacio público y lo hace bajo el nombre de caos. La palabra caos simplifica pero a su vez busca significar que si la calle es tomada por los movimientos sociales algo en el orden institucional ha perdido el control. Que la gente salga a la calle significa para ellos que los conflictos sociales son cada vez más graves. Lo que me llama la atención de este discurso es que se parece mucho a las proclamas de la izquierda. Cuando cursaba la Facultad en los años noventa estaba cansada de escuchar que cada piquete, cada marcha estaba a un paso de voltear al gobierno de Carlos Menem. El riojano se mostraba vivito y coleante pero ese modo de agitación política era un gesto que la izquierda llevaba en su naturaleza y no podía (ni puede) desprenderse de él. Hoy parece que los medios de comunicación ( que han hecho de la propaganda política una bandera y que funcionan como el factor unificador de una derecha cada vez más dividida y enemistada entre sí) se valen de este recurso de la militancia de izquierda.
Yo me formé políticamente en la izquierda y cada vez estoy más alejada de las prácticas organizativas y metodológicas de ese sector. Como otras generaciones vivo desde la aparición del kirchnerismo esa necesidad de “volverme peronista” por la sencilla razón de que la izquierda nunca ha sabido pararse frente al peronismo. Cuando hoy veo a los sectores que lideran Raúl Castells y Alderete pedir la anticipación de las elecciones presidenciales me resuenan esas consignas con las que me crié en mis épocas de militancia adolescente donde voltear a un gobierno era el objetivo principal. No importaba quien venía después, no importaba que sectores pudieran capitalizar ese estado de convulsión social, la izquierda se siente protagonista si opera frente a un gobierno que considera desgastado y para eso se alía con los sectores más reaccionarios. ¿Cuál es la función de la izquierda entendida desde este lugar? ¿No son demasiados los años de fracasos como para hacer una mínima autocrítica e intentar cambiar? ¿En qué libro de análisis de situación vieron escrito que todos los gobiernos son iguales? ¿Acaso Karl Marx o Antonio Gramsci no era sutiles analistas que observaban los matices de cada etapa política?
La izquierda ha perdido la dimensión de una política realista donde, en base a un análisis de correlación de fuerzas, se intenta modificar y cambiar la realidad pero entendiendo, como explicaba Max que los hombres (y la mujeres) hacen la historia pero bajo condiciones que no manejan, por lo tanto no podemos esperar el ideal, no podemos desacreditar acciones políticas como la estatización de Aerolíneas o las AFJP porque en realidad el gobierno esconde malas intenciones. ¿En qué texto marxista se propone analizar la política desde las intenciones? ¿Acaso los más brillantes teóricos de la izquierda no sabían mejor que nadie que la política es sucia? El peronismo no es sólo el hecho maldito del país burgués, es también una experiencia inentendible para la izquierda. Frente al peronismo la izquierda se vuelve gorila. Hace unos días en un grupo de google llamado Diálogo K, en el que yo participo se discutía si se puede ser kirchnerista sin ser peronista. Lo que yo siento por estos días es que el peronismo es el destino inevitable para todos aquellos que defendemos una política que mejore la vida de la gran mayoría de la población. El peronismo ha sido y volvió a serlo con los Kirchner, el único partido capaz de materializar en acciones políticas esos proyectos que sólo existían en consignas, en abstracciones, en declaraciones de principios. El lugar que el peronismo le dio a la acción, a la idea de hacer (“mis obras nacen”, decía Eva Perón fue inédita. Evita no es sólo un mito. Era una mujer que comenzaba a trabajar a las siete de la mañana y terminaba a las cuatro de la madrugada. La Fundación Eva Perón fue un ejemplo de eficiencia, de acción donde el eje ordenador era la certeza de que para el pobre siempre la solución llegaba tarde y que, por lo tanto, todo era urgente, siempre había que apurarse. Cristina Fernández, sin el carisma de Evita pero tan odiada por la oligarquía como ella, intenta acercarse a un modo político donde el hacer confronta con esa ola destructiva, descalificadora que hermana a la izquierda y la derecha argentina. Hay que voltear a este gobierno, es la consigna de la izquierda prehistórica para cumplir con el sueño de la derecha, para retroceder a un mundo para pocos. ¿Acaso no sabe la izquierda, no sabe Castells que si el gobierno de Cristina Fernández fracasa no vine el Che Guevara sino Hugo Biolcatti?
La izquierda encuentra su razón de ser en el caos y uso esta palabra mediática porque justamente es lo que intentan generar en su modo de tomar la calle. Hacer ruido, crear confusión, inventar que el gobierno no hace nada. La izquierda ha vivido durante mucho tiempo de provocar escándalos que le dieran un lugar mediático. Hacer acciones para la televisión fue su estrategia casi excluyente durante los años noventa. La izquierda ancestral también necesita de la restauración conservadora para seguir existiendo porque el peronismo la diluye. La debilita en esa zona donde tendría que ser más fuerte que él: la acción, la búsqueda de soluciones, el contacto con los sectores más desposeídos.
Pero como nada es fácil también creo que el peronismo guarda en su aparato partidario figuras aterradoras. Las declaraciones de Belén hablan de la necesidad de darle un nuevo sentido a la palabra peronismo y de las complejas luchas que siempre se dieron en su interior. Por otro lado tanto Martín Sabbattella como el trabajo realizado por la CTA hablan de otra izquierda capaz de construir políticas nuevas, de llevar las ideas a la acción, de ganar algunas batallas políticas soñadas.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Devenir adolescente

Seguir la errancia del deambular sin planes de un adolescente será el camino. Habrá que evitar los nombres, los rótulos que, la mayoría de las veces, vienen a cristalizar convenciones. El objeto a perseguir siempre estará en fuga, nunca será fácil de atrapar y en su modo de trazar el mapa cotidiano dirá algo que escapará a toda nominación.
Niños que atan a una pequeña de dos años y la matan a golpes, casos de abuso sexual entre compañeritos del jardín, adolescentes que entran armados a las escuelas o que matan en banda a otros chicos de su misma edad, son casos que pueblan y asombran territorios tan diversos como Buenos Aires, Carmen de Patagones o Columbia.
Estas conductas parecieran hablar de sujetos que no se rigen por un control sobre sus deseos sino que los materializan sin medir las consecuencias. Seres que se caracterizan “menos por una interioridad llena de culpa y complejos y más por una exterioridad abierta a las superficies de contacto, a los márgenes”, como sugería Néstor Perlongher en sus trabajos etnográficos.
Y es en el terreno, en el diálogo directo con los adolescentes cuando se descubre que esa violencia ha tenido su simiente en un comportamiento adulto que encasilla al niño o al adolescente en una caracterización marginal. El chico en el acto violento viene a afirmar ese rótulo: será un agresivo, un paria, alguien a quien “no le da la cabeza”, una causa perdida. Recurrirá a los márgenes como punto de fuga.
No faltará el testimonio de una directora de un colegio, incrustado en una zona de clase media platense pero al que asusten chicos de un nivel social más humilde, que se sorprenderá por “la asimilación de los códigos carcelarios en el comportamiento adolescente” y sin encontrar una razón para esta elección infrecuente se animará a decir que tal vez “ante la falta de una estructura que los contenga han encontrado allí algo que organiza su comportamiento”. En gran medida la mirada del adulto hacia el joven lo envuelve en una sospecha criminal de la que el chico no estaría en condiciones de desprenderse pero a su vez los adultos parecen haberse desligado de la tarea de educar a los niños bajo ciertos límites y han acelerado en ellos un proceso hacia la vida adulta que atraviesa a todos los sectores sociales.
Los adolescentes del barrio “Don Fabián” de la ciudad de La Plata reparten las horas del día entre el colegio, el cuidado de sus hermanos y las tareas de la casa. Algunos alumnos de la Escuela N 69 de City Bell suman a sus ocupaciones un trabajo.
Tamara y Emanuel deben llevar a sus hermanitos a la escuela, ir a buscarlos y hacerse cargo de su crianza. Paula debe cuidar a sus hermanos y sobrinos. Adrián, además de trabajar, les dice a sus hermanos “lo que tienen que hacer” y no faltará quien despierte a los adultos de su familia al comienzo de la jornada.
Yanina se queja: “Encima quiere que nos vaya bien en la escuela”. Pero en otros no parece despertar conflicto: “Hay tiempo para todo”, dice con tranquilidad Luciano.
El adolescente que asume en u ámbito familiar el rol de adulto es una constante en los sectores más humildes y no tiene necesariamente que ver con la ausencia de adultos o con las ocupaciones que tienen por fuera del hogar. Más allá de los condicionantes de la situación económica se genera una contradicción: El chico que a los catorce o quince años ejerce fuera de la escuela un rol de adulto ¿Cómo hace para subordinarse a una disciplina escolar que lo considera un adolescente?
“En el trabajo tenés un rol de adulto y en el colegio de pendejo pero yo me siento con más permisos en el trabajo”, comenta Nicolás y agrega: “Yo no me siento grande porque tengo 15 años. ¿Por qué tendría que sentirme grande?”
Según Juan, “vos sos el que hacés que te traten como a un chico. El tema es la persona, como se siente y como te hablan. Si te hablan como grande te sentís grande porque afuera (de la escuela) sos como grande”.
Algo está mutando. El adolescente, el niño, se está transformando en otra cosa. En primer lugar ha perdido una visión de futuro sobre su vida.
“Pensás ahora. Yo pienso en lo que va a venir adelante y chau, yo que sé. Estás pensando en el ahora. Si pensás en lo que vas a ser como adulto, yo que sé”, intenta explicar Paula.
Y Josefina opina: “Si pensás todo el tiempo en el futuro no podés vivir el presente” pero Juan, cuando explica los motivos por los que decidió trabajar cuando todavía está en el colegio argumenta: “Te acostumbrás de chico y le agarrás la mano”.
Lo cierto es que después de recorrer durante un año en barrio “Don Fabián” se observa que a los 14 años los chicos cuidan a sus hermanos y a los 16 a sus propios hijos. La vida no cambia tanto sino que aparece como una continuidad donde nadie sabe muy bien quien cumple el rol de adolescente.
Para Ana, a los 13 años, los adolescentes son “los más grandes, los que tienen 17 o 19 años” Pero Laura que ya llegó a los 19 debe ocuparse de criar a sus hijos entonces, para ella, Ana es la verdadera adolescente.
Ellos “abren puntos de fuga para la implosión de cierto paradigma normativo de personalidad social”, como señalaba Perlongher.
Claro que tanto joven asesinado, desde la dictadura hasta las víctimas del gatillo fácil, pasando por la guerra de Malvinas, tantos sujetos reducidos a la categoría de prescindibles durante el menemismo, dejaron una marca que en los adolescentes se traduce en comportamientos más explícitos.
La violencia se inscribe en esta cartografía adolescente como “procesos de marginalización, de fuga, en diferentes grados que sueltan devenires (`partículas moleculares) que lanzan al sujeto a la deriva por bordes del patrón del comportamiento convencional “Y Perlongher recurre a Gilles Deleuze para afirmar “Devenir no es transformarse en otro, sino entrar en alianza (aberrante) en contagio, en inmistión con el (lo) diferente. El devenir no va de un punto a otro, sino que entra en el “entre” del medio, es ese “entre”. Devenir animal no es volverse animal, sino tomar los funcionamientos del animal, “lo que puede un animal”.
Esos adolescentes que no parecen ser consientes de sus capacidades, que han hecho de la subestimación y la agresión un modo de vincularse, encuentran, como los personajes de Roberto Arlt, en la violencia una potencia que les permitiría materializar, crear, hacer algo que de otro modo no se sienten en condiciones de concretar.
“Se pelean porque sí”, dice Pablo, “para hacerse los gatos(los agrandados) se creen más que uno y no tienen nada”. “Algunos se toman dos tragos de cerveza y ya se creen que son re-locos, o se fuman un porro y se creen que son re-locos y enseguida se quieren ir a las manos”, interviene Martín “Si le tenés bronca a alguien vas y te peleas, no tiene que haber un motivo”, asegura Juan Pedro. “Cuando se miran mal. Las chicas se miran de arriba abajo y por ahí se bardean, se van a las manos” y Camila explica que las mujeres no se sienten menos al momento de recurrir a la pelea.
¿Podés ponerle un freno a eso?
- Si, más vale – dice Pablo – Podés ignorarlo.
- Tampoco podés ignorar una trompada – le discute Martín.
- Si te pegan si, tenés que pelearte - Reconoce Pablo.
Pero no todos creen que ese es el único método de resolver los conflictos. Para Juan Pedro la violencia es un recurso de “los más chicos. Cuando sos adolescente pasás a ser grande y ya no te podés pelear:”
Hay un entrar en alianza con un comportamiento violento que, en muchos casos, corresponde al orden de la copia. Los niños que mataron a la nena de dos años, la ataron y golpearon como veían a los mayores hacerlo con los perros, en clara referencia a “La gallina degollada” de Horacio Quiroga. Muchos niños abusados reproducen el comportamiento sufrido con otros compañeritos. Los niños interrogados suelen manifestar que sienten placer al realizar estas acciones, así como muchos chicos disfrutan observando como les pegan a otros y lo registran con las cámaras de sus celulares como un recuerdo. Silvio Astier en “El juguete rabioso” de Roberto Arlt salía feliz después de haber intentado incendiar la leonera de su amo, convencido de que ese acto merecería el retrato de su epopeya a manos de un pintor que lo inmortalizara. “Ser a través del crimen”, implica tomar de ese Otro violento la posibilidad de ser algo que, en apariencia, debido a los condicionantes, no se podría llegar a hacer de otro modo.
“En la calle, afuera, cuando salís a la calle, no sabés qué hacer. No te controlás. Si te querés ir de boca te vas de boca y te peleas”, asegura Valentín.
Pero si bien los episodios de violencia son la manifestación más llamativa de esta mutación adolescente, en la mayor parte de los casos, los chicos cuando se pronuncian, cuando se piensan en situación, tienen una mirada reflexiva sobre sus propios comportamientos.
“Y hago la mía, no me importa lo que hacen los demás porque por ahí tus amigos hacen cualquiera y vos no querés hacer lo que los demás hacen”, sostiene Cristián. “Ir a robar para conseguir plata, eso no lo haría. A veces lo charlamos”, comenta Francisco. “Vos tenés amigos que son re chorros y vos no querés salir a robar. Sos amigo igual, a veces quedás como un forro pero si vos no querés entrar en eso no entrás”, interviene Cristián. “Si le decís algo piensan mal de vos pero podés seguir siendo amigo, mientras que no se zarpen con vos”, completa Francisco.
¿Son iguales los códigos que tienen entre ustedes, como amigos, a los que manejan adentro de la escuela?
-No- dice Francisco- porque en la escuela no te vas a drogar.
En este caso el adolescente, que asiste a una escuela de la periferia de La Plata donde funciona un comedor, reconoce un límite. Mientras que en un prestigioso colegio de la misma ciudad, al que asisten los hijos de la clase media profesional, los alumnos se presentaron borrachos a clase sin que mediara sanción o intervención alguna por parte de los directivos. El estereotipo del adolescente violento suele asociarse a una clase social, mientras que son muchos los padres y docentes vinculados a costosísimos colegios privados que señalan la omnipotencia de muchos chicos al momento de ajustarse a la disciplina escolar.
Perlongher habla de cierta “pasión de abolición que toma la destrucción (y la autodestrucción) como objeto”. Por lo general se instala en la convivencia con la negación de ese sujeto ejercida previamente por alguien de su entorno. Juan se sorprende cuando su vecina, Ana, demuestra un nivel de razonamiento a lo largo de la entrevista que nunca había observado en ella. “Mirá vos, ahora Ana piensa”, exclama y queda claro, después de frecuentarlos durante un año que estos chicos no se reconocer ciertas aptitudes.
En el otro extremo de la ciudad, refiriéndose a los profesores que no quisieron hacer participar a un curso de una salida por considerarlos rebeldes, Nahuel se defiende: “Ellos no saben como somos afuera de la escuela, adentro somos uno y afuera no saben como somos. Además si queremos ir de viaje vamos a decidirnos a portarnos bien.”
Tanto él como sus compañeros sufren el estigma de ser comparados con los otros cursos y salir siempre perjudicados: Son los indisciplinados, los malos alumnos, los chicos negados de todas cualidades pero a lo largo de la charla ellos mismos comienzan a descubrir sus capacidades, esa singularidad de la que pueden sentirse orgullosos.
“Tienen que pensar que somos diferentes”, dice Martina, “si vamos atrasados será por algo, no porque no queremos”. “En otros cursos hay grupitos”, agrega Julieta, “nosotros somos los más unidos. En todos los cursos las mujeres van por un lado y los hombres por otro, acá no es así”. “Acá si alguien está llorando, uno le pregunta que le pasa, en los demás cursos nadie le dice nada”, explica Nahuel.
Este curso ha encontrado una manera de funcionar que podría servir de referencia para otros grupos, sin embargo, varios profesores eligen desestimarlos por no ajustarse a las pautas disciplinarias ni al nivel de resultados educativos esperados. Muchas de las soluciones que se tratan de encontrar, ya están ocurriendo, a veces surgen de las personas más impensables, a veces es necesario observar y capitalizar lo que queda disperso.
“Yo no sé quien soy” dijo casi como un pedido de ayuda un chico de 13 años estallado por la violencia familiar. El adolescente es hoy una figura que desconcierta, a la que cierto discurso mediático prefiere fijar en el rótulo de joven violento pero esta clasificación, cuando se realiza un trabajo de campo, no existe como tal. En el recorrido por su cotidianidad aparece un sujeto múltiple donde la violencia es el resultado de la falta total de posibilidades. Una encerrona en la que el niño o el adolescente queda prisionero. Despejar la maleza, encontrar los motivos, abrir las alternativas, será la tarea.

domingo, 8 de noviembre de 2009

El imperio de la política





La discusión por la reforma política, vuelve a instalar la importancia de los partidos para la práctica política. Durante los años noventa vivimos la explosión de personalidades mediáticas, la afirmación que para hacer política sólo bastaba construir una buena imagen y dar bien en la televisión. Con la caída de Fernando De La Rúa también se derrumbó esta certeza pero la sociedad tardó bastante en asimilarla. Principalmente por el desencanto de la política, por el hartazgo de ciertos liderazgos. Pocos fueron capaces de reconocer que esta política personalista era la responsable de la desilusión. En la mayor parte de los casos este fenómeno se presenta como una consecuencia.
La aparición de numerosos partidos en los años noventa fue un síntoma de la incapacidad para trabajar el conflicto político. Nadie aquí está haciendo apología del bipartidismo pero el surgimiento de espacios como el Frente Grande hablaban de una incapacidad para trabajar hacia el interior del peronismo el sisma ideológico que significó el menemismo. Desarmados de identidad, Chacho Álvarez y su grupo de los ocho, crearon una fuerza nueva. Aclaremos que la Argentina por ese entonces no era bipartidista. Existían numerosos partidos de izquierda que no tenían mucha influencia electoral pero sí una identidad clara. Pertenecer al PC o al Partido Socialista significaba no sólo la adhesión a un sistema político sino a un modo de vida, de pensamiento. Lo mismo ocurría con la desaparecida UCEDÉ.
La novedad era que espacios como el Frente Grande carecían de identidad. Se definían por su oposición al menemismo al extremo de desaparecer cuando él dejó de existir. Se proponían hacer lo mismo pero sin corrupción. Lo que expresaban era la imposibilidad de dar batalla hacia el interior del peronismo. La experiencia de Proyecto Sur fue similar. Fernando Solanas se fue del Frente Grande porque allí no podía satisfacer su necesidad de protagonismo. El problema de estas fuerzas es que no construyen sino que ante cada conflicto interno se da la alternativa de la ruptura. De este modo se multiplicaron partidos minúsculos que eran fracciones, expresiones cada vez más concisas de una fuerza política que parecía haberse quedado con su matriz. La política se volvía cada vez más específica y se diluía. Esa combinación entre no poder resolver los conflictos internos y la tentación rupturista ante cada diferencia, minó los componentes más importantes de la política. A su vez debilitó una idea más global.
El nivel de confrontación que presentó el kirchnerismo muestra la necesidad de entrar a la contienda política con partidos más sólidos pero, a su vez, la dinámica que tendrán esos partidos si se aprueba la reforma política tendrá que ser, necesariamente, más flexible. No podemos imaginarnos ahora una obediencia partidaria como la de los años ochenta porque vemos que frente a situaciones puntuales, se pueden establecer alianzas muy distintas.
Lo positivo sería pensar que con esta reforma se podrán poner al descubierto las bases ideológicas de las acciones de todos los días. Creo que se va a ideologizar la política.
Partidos como el PRO tienen un discurso sustentado en generalidades. De hecho su nombre no es ni siquiera una palabra sino un prefijo sin significado, algo incompleto. Cualquiera que tenga una mínima noción de teoría política podrá ponerle nombre a las acciones del PRO, pero nuestra sociedad está profundamente despolitizada , en gran medida por estas prácticas personalistas, entonces es posible que alguien como Gabriela Michetti hable desde la buena onda, la no agresión, es decir, se muestre como una señora que juega a la canasta y se lleva bien con todo el mundo y no como alguien que entra en la correlación de fuerzas de la política ,y mucha gente le crea.
Muchos sostienen que la reforma política favorece el bipartidismo. Creo que la pregunta tendría que ser: ¿por qué, después de las profundas crisis casi terminales que sufrió la UCR no surgió ninguna fuerza política que pudiera ocupar su lugar? Podríamos contestar que porque siempre conservó su estructura de partido. Hay una identidad que se mantiene y hubo un combate ideológico entre la socialdemocracia alfonsinista y el alvearismo del resto que siempre se dio hacia el interior del radicalismo. El Acuerdo Cívico y Social es, por ejemplo, un frente absolutamente amorfo. Ellos dicen referenciarse en el Frente Amplio Uruguayo y en la Concertación Chilena pero se parecen proco y nada. Se trata de un frente que diluye la ideología diciendo que no hay divisiones entre izquierda y derecha o que si existe no importan porque se puede acordar igual, lo que no es cierto porque ser de derecha o de izquierda en la Argentina implica divisiones irreconciliables. La estrategia de desideologizar para atrapar a un electorado más extenso ha sido muy contagiosa. La aplica el PRO, el Peronismo Disidente, el Acuerdo Cívico y Social. Ni que hablar del ARI y la Coalición Cívica que cambiaron sustancialmente de pensamiento de un modo tan repentino que hasta sus propios militantes se enteraron tarde.
Otra posibilidad sería pensar si con esta reforma no se cumplirá el sueño de Chacho Álvarez de que en la Argentina las diferencias dejen de pensarse en términos de peronismo y anti peronismo y comiencen a ser planteadas, como en muchos otros países, bajo la dicotomía de izquierda y derecha. Tal vez esta reforma le ponga un freno a esa especulación tan difundida de querer peronizarlo todo para ganar una elección. El peronismo tendrá su momento para resolver su interna. De Narváez y Mauricio Macri o se meten en el peronismo y tratan de discutir qué es ser peronista o arman un partido que no será peronista sino una expresión definida de la derecha.
La reforma política apunta cierta previsibilidad. A darle otra entidad a una ruptura.
Alguien me podrá contestar que la reforma política propiciará más las alianzas. Es verdad pero tendrán que tener la identidad de partidos porque, de otro modo, no podrán sostenerse en el tiempo.
Insisto: la despolitización es la gran estrategia de la derecha para imponer el ajuste. Un candidato como Francisco de Narváez que se instala en la política porque tiene plata y medios que lo propagandizan pero que carece de un sustento ideológico ¿qué va a hacer si llega a un cargo ejecutivo? Lo que las corporaciones le digan porque él no tiene un proyecto propio. Y lo peor de todo es que esas clases de discursos se muestran como un absoluto, no como una parcialidad y tienen una gran aceptación en la ciudadanía. Son claros, son tranquilizadores, no hay que esforzarse para entenderlos
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domingo, 1 de noviembre de 2009

Ideologizar la mentira


Alejandrra Varela




Después de la emoción y la alegría que despertaron la noticia del jueves donde se anunciaba la asignación universal por hijo me preguntaba sobre el porqué de esa necesidad repentina de la oposición por implementar una medida de estas características. Hace no mucho tiempo la derecha argentina cuestionaba los planes sociales y se mostraba como una encarnizada defensora del trabajo aunque durante sus gestiones, lejos de fomentarlo se encargaron de destrozar y precarizar el universo laboral. Durante la campaña para las legislativas de junio tanto la coalición Cívica como el Pro y el Peronismo disidente propagandizaban la asignación familiar que copiaban del modelo acrítico que por estos días es Brasil. ¿A que se debe este cambio?
Poco tiene que ver con su sensibilidad social, el objetivo de esta campaña era visualizar los pobres del kirchnerismo, generar en una ciudadanía despistada la idea de que esos pobres eran producto de la mala gestión (por no decir la supuesta corrupción) K y darles entidad como nunca lo habían hecho durante otros gobiernos donde claramente los pobres se habían multiplicado. Construir nuevos sentidos, cambiar la historia, acotarla a los últimos años de presidencias kirchneristas y aprovechar la permisividad periodística que parece olvidarse de los lugares de poder que los dirigentes de la oposición ocuparon hace pocos años, es su objetivo.
Me atrevo a decir que insistieron con la asignación universal porque estaban seguros de que Cristina Fernández no iba a implementarla. Creyeron que al imponérsela como tema de agenda ella iba a seguirles el juego, a responder bajo sus mismos códigos, negando esa idea y buscando otra que a sus ojos fuera mejor. Pero Cristina Fernández desarticuló este mecanismo. Al implementarla no sólo los obligó a tener que reconocer lo acertado de la medida sino que rompió con esa estructura que busca permanentemente desgastar el sentido de lo que se discute. El vaciamiento ideológico es una de las escasas estrategias que tiene la oposición, ellos añoran una época de ausencia de la política donde las acciones no medían la correlación de fuerzas.
Utilizar la mentira como recuso propagandístico, procurar generar escenarios que sólo existen en la ficción, imaginar una realidad que responde a sus conveniencias es un proceso de desideologización que busca liquidar el pensamiento. Frente a este ataque el gobierno responde con acciones que se incrustan de un modo tan contundente en el terreno de lo real que materializan un sentido. Pero la batalla no es simple. A veces percibimos que gran parte de la ciudadanía se identifica más con el discurso del odio de la oposición que con las acciones del gobierno. Y aquí surge otro factor llamativo. Desde el año 2003, cuando la clase media logró recuperarse de la crisis del 2001, el racismo traducido en un odio impúdico hacia los piqueteros se hizo presente en ese sector social. Mientras que los sectores medios se muestran más agresivos con los sectores empobrecidos, a los que ven como posibles delincuentes, los partidos políticos que mejor encarnan esta ideología se deshacen en discursos a favor de la universalización de planes sociales. La mentira es evidente, mucho más si se observa la cercanía con el episodio que puso a Milagro Sala en el centro de la escena. Mi teoría es que la oposición presionó al gobierno con los planes sociales convencida de que no iban a implementarse. La decisión del jueves funciona en dos sentidos: el material, de recuperar la dignidad de los sectores más vulnerables y el ideológico, de minar cada vez más una estrategia que busca desechar la realidad como el espacio por excelencia de la política. Esto fue el menemismo, una política que jugaba en el terreno de lo simbólico donde los distintos sectores sociales se quedaban afuera. Allí radicaba su elitismo. El lenguaje de la oposición incluye a los grandes grupos de poder y a los medios que los expresan, la realidad la construyen ellos y nosotros tenemos que aceptarla, si no lo hacemos terminaremos peleando en el escenario vacío de la realidad que ellos despojaron. El gobierno nacional intenta abrir otro terreno, aquel que revele la mentira de discurso pesimista, degradante, de una Argentina en crisis donde ellos puedan imponer sus planes de ajuste, su modo repetitivo de entender la historia. Está en nosotros elegir que camino tomar.