domingo, 22 de mayo de 2011
“A mi me gusta trabajar con los obstáculos”
Una versión de esta entrevista se publicó en la revista Debate el sábado 14 de mayo
Entrevista a Paco Giménez
Por Alejandra Varela
Se acercó al teatro en los setenta y se dejó incendiar por el fuego de la política. Después vinieron los años del exilio y se refugió en un cabaret mexicano donde se convirtió en cómplice de las andanzas musicales de Liliana Felipe.
Paco Giménez construyó su teatralidad desde la artesanía de los grupos de teatro que fueron naciendo a su amparo entre Córdoba y Buenos Aires, hasta que un día logró convertirse en una marca, un director respetado al que se le exige menos y que siente el gusto de haber conquistado algún derecho a la indulgencia.
Las asociaciones discontinuas, engarzadas en un puzzle que ocurren arriba del escenario de la sala Cunill Cabanellas en el teatro San Martín, cuando su puesta de Lo último que se puede esperar intenta, una vez más, hablar del remanido tema del fin del mundo, son apenas el borrador de otro conflicto. En las sombras está Paco Giménez con el apuro de hacer confesiones .“La idea del final nos rondaba por distintos lados porque existe la posibilidad de que este sea el último trabajo del grupo La noche en vela.”
Esta entrevista tal vez sea la crónica de la declinación de un deseo.
En ningún momento la obra trasmite una sensación de Apocalipsis o de final, lo que prevalece es el humor ¿Fue algo pensado, fue tu objetivo como director?
No, eso es algo que aparece con las escenas que se van inventando, uno se va dando cuenta cuál es la actitud, lo que cada actor va imaginando. Desde el comienzo hice una gambeta a todo lo que puede ser el pánico, a lo espectacular que puede tener un acontecimiento como este. Estamos haciendo teatro, no cine, no era fácil entrar por ese lado, no era interesante tampoco. Se desnudó esta actitud que vos ves que llega hasta un punto de melancolía
Elegir un tema como el fin del mundo ¿no podría pensarse como un modo de poner pesimismo en un contexto social y político optimista?
O cinismo. Es que es fácil jugar con ese morbo y es más rico para el teatro. Se trata de la mordacidad o la estupidez de las personas, la nuestra. La acción, la inacción. O a lo mejor es un material muy caro para el grupo, yo creo que en todas nuestras obras ha campeado ese tipo de humor.
Ibas a armar una puesta en torno a una cena de revolucionarios para el Bicentenario y finalmente terminaste con una temática que tal vez sea lo contrario a la idea de revolución, o la revolución más extrema
Es un material que ha surgido de un territorio muy propio de los actores. Tratar el tema de qué es una revolución nos llevaba a estudiar y me terminó gustando que fuera más intuitivo porque los anteriores trabajos de La noche en vela han sido bastante sesudos. Uno ha indagado en ensayos, en obras de teatro. En cambio acá no había que preocuparse si se distorsionaba un tema, una línea, antes si, nos cuidábamos, teníamos una orientación, en cambio acá se podían hacer todos los disparos al aire que se quisieran.
Dijiste que te habías basado en la patafísica para pensar la historia
Con eso justificamos nuestra disciplina. Siempre se busca encontrar algo con qué justificar lo que uno hace y poner en crisis los temas. Hacer una obra donde uno sostiene una idea ya armada no me interesa. Además somos tantos, trece personas que tienen una mirada sobre el mundo totalmente distinta, un gusto teatral totalmente distinto. Lo único que tenemos en común es querer estar haciendo algo juntos. Entonces el espectáculo es un compendio de todas esas posibilidades, esa variedad y esa es la tarea que me toca a mi, crear una circunstancia escénica que albergue, contenga. Yo siempre digo que es el negativo de un país. Porque ¿qué ocurre con los habitantes de un país? Se tienen que adecuar a un sistema y eso cuesta. Están los que se benefician, los que lo padecen, los que se la tienen que bancar. Acá es al revés somos estos integrantes del grupo y yo voy creando un espectáculo que albergue la sensibilidad de cada uno. Lo que le gusta, lo que se le ocurre hacer en cada ocasión y con cada tema
Pareciera que la experiencia que fuiste acumulando, la maduración y el reconocimiento te pesaran en este momento de tu carrera, te quitaran estímulos. Como si entendieras al teatro como una voluntad de oponerse, sólo posible desafiando los obstáculos
A mi me hubiera gustado, o me gustaba en una época, porque era lo único que conocía, el teatro ese de la farándula, el que está en las revistas, en la televisión, hacer películas. El arte para mi se relacionaba con esa industria, por así decirlo, por ese sitio al que se puede acceder por talento, porque te descubren y justo me tocó una época de mucha militancia, de mucha ideología y me encontré con gente que estaba en esta vertiente más de la autogestión, independiente y sin querer fui entrando y fui creciendo porque no tenía nada anterior más allá de esas ínfulas, esos anhelos, esos berretines de lo que me gustaría ser y durante mucho tiempo me olvidé y me salía bien el trabajo que hacía y me pedían y pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta que había estado requerido. Eso que quería en ese momento ahora no lo deseo pero ya me cansé de tantos años. Pienso en volver a Córdoba, cerrar algunos proyectos y no hacer nada más. El año pasado pensé en no hacer nada nunca más pero es poco inteligente porque yo no sé si pasado un tiempo de agotamiento qué nuevos estímulos vienen, no soy una persona rígida.
Tus diferentes etapas teatrales coinciden casi exactamente con los cambios políticos del país: en los setenta La Chispa, en la dictadura tu exilio en México y el trabajo con Jesusa Rodríguez, a tu regreso con la democracia fundaste el grupo La Cochera en Córdoba. ¿Cómo ves esta época en relación a las condiciones que genera para las distintas producciones teatrales?
A mi me gusta trabajar con los obstáculos. Yo me vine de México, que pasé los siete años del proceso y estaba todo re bien pero yo no encontraba forma de involucrarme con el país, su realidad. Me sentía de vacaciones y de esas forzosas que te querés volver. Trabajaba en lugares poco apropiados y les sacaba provecho. He hecho teatro en lugares incómodos en condiciones de producción precarias y ahí me gustaba encontrar formas de resolver sin medios, no me interesaba toda la maquinaria que podía llegar a funcionar en el teatro. Contradictorio porque es la tercera vez que trabajamos en el San Martín y acá tenés la posibilidad de poner a funcionar toda una institución para que nosotros hagamos nuestra obra, cosa que ha sido muy difícil de sobrellevar para mi porque no sé como responder ante la institución que te ofrece la producción. Ponerme a inventar a ver cómo la aprovecho es lo que me cuesta y no tengo ganas de aprender
Es un momento de mayor facilidad para vos
Y ahí ya se me quitan las ganas. Qué tonto ¿no? Justo ahora que se me ofrece todo no quiero. Para alguien que tiene muchos años de trabajo, que es reconocido, que gusta, tiene sus seguidores, se supone que se te facilita, que subsidian mi trabajo si yo me presento, lo que sucede es que muchas veces no me presento porque me gusta este quehacer donde voy de a poco y en los lugares donde hay que presentarse a concurso tenés que tener todo el proyecto y, en mi caso, se termina de armar una semana antes. No tengo ganas de cambiar. No he podido convertirme en una empresa.
¿Tenes entre tus proyectos hacer una obra sobre la dramaturgia argentina posmoderna?
Es uno de los trabajos que tengo que estrenar en Córdoba en junio. Se llama Vademécum. Está hecho con el grupo que estrenó la primera obra de la Cochera en 1985 en Córdoba, la obra se llamaba Los delincuentes comunes y el nombre de Los Delincuentes le quedó al grupo que se mantiene intacto .Hemos tomado material del teatro posmoderno, de Luís Cano, Daulte, Tantanían, Bartís, pasamos por la etapa del under que nosotros correspondemos a esa etapa en Córdoba y este grupo ha seguido como si el under hubiera sido una etapa eterna. Acá en Buenos Aires el under ha ido evolucionando, queda la idea del teatro independiente pero no es under, allí el juego histriónico del actor era más importante que la estructura del autor. La nueva dramaturgia, en cambio, no llegó a Córdoba, puede haber llegado porque alguien fue de visita, o algún grupo emuló a los porteños y reprodujo algunas de sus obras pero no es un teatro que tuvo su epicentro en Córdoba. Todo ese teatro que hacia el 2000 comenzó a hablar de la no representación, de lo no dramático, de los cruces. Vamos a tomar ese material y lo vamos a descontextualizar como ellos hacen, vamos a desarmarlo y con eso vamos a armar una reflexión existencial de este grupo, Los Delincuentes, que va desde el histrionismo de los ochenta, el teatro de imagen pasando por los noventa y llegando a hoy. En Córdoba este grupo es muy querido, son muy buenos actores, lo esperan cada vez que hace un nuevo trabajo. Tiene un perfil para Córdoba muy especial y, sin embargo, internamente es otra cosa, porque les falta estímulo, hay que remarles el deseo, no sé si el deseo o el amor propio de volver a hacer otra cosa y estar vigente pero no existe ese estímulo, entonces dentro de la obra el propósito es reconocer esa carencia y llegar al gozo de nuevo.
“Lo último que se puede esperar” se presenta en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín
Miércoles a sábados a las 21 ; domingos a las 20
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