sábado, 16 de abril de 2011

Una fuente desbordante de pecados capitales


La niña dibuja en acrílico imágenes brillantes. La estrella de la masonería está entre sus símbolos preferidos y su repetición se propaga como una epidemia en las escenas de El elegido. Todos sus personajes parecen marcados por esta estrella y Alma, la pequeña dibujante autista, se erige muñida de su crayón en la narradora de esta ficción que de lunes a jueves puede verse en la pantalla de Telefé.
Ella lo sabe todo, lo presiente, tiene contacto espiritual directo con Logroñeses (Daniel Fanego), el jefe de la poderosa Logia que maneja los negocios y el destino de todos los personajes de la serie porque “para Alma los autistas somos nosotros ”,frase que señala la esmerada preocupación del guión por exaltar la figura del diferente hasta un sinuoso paroxismo.
Nada de lo que ocurre en El elegido responde al azar de los falsos clímax televisivos. Sus escenas están recargadas de sentido, estalladas de personajes que no sólo encarnan un pecado capital, bajo el amparo del cuadro de El Bosco, sino que componen un abanico de causas sociales que amenaza con desbordar su trama.
Una abogada de atuendo desprolijo, que actúa de agente infiltrado en un estudio recoleto, donde busca información para salvar a los pueblos originarios del despojo de sus tierras (personaje que Paola Krum ve pasar sin entender), tiene de compañera de trabajo a una bella y ambiciosa colega que mantiene bien cerradito el armario de su lesbianismo, interpretada con mucha solvencia por Mónica Antonópulos y unas oficinas más allá está Luciano Cáceres, el hijo del dueño del estudio que es un golpeador empedernido.
Pero lo más divertido es la loca desenfrenada que compone Leticia Brédice. La ruptura impensada que amenaza con hacer estallar esta apología de la corrección política que vino a instalar Pablo Echarri en su rol de productor y, por supuesto, galán de esta serie.
Verónica es una millonaria preciosamente enfundada en tailleur, híper elegante y estructurada, que adora a su marido con desesperación y se esfuerza en contener el desprecio que le provoca esa hija imperfecta y “enferma” que dibuja como un genio pero que ilumina la anormalidad de su propia sangre. Verónica es el esteriotipo de la villana de teleteatro en una intriga que intenta eludir toda frivolidad. Brédice no tiene el menor reparo de hacer de su personaje una caricatura que bordea el mamarracho para pasar, con una suavidad imperceptible, a encontrar el tono justo y brillante que conecta a esta rubia espléndida, dueña de una galería que más se parece a un museo, con el drama de haber sido abusada por su padre de niña, de haber sufrido la muerte de su madre y el odio de su madrastra, como si su vida se tratara de un cuento para chicos poblado de brujas y lobos feroces.
Algo falló para que entre apuestos abogados adictos a la cocaína y obreros combatibos que esconden en su casa a una enfermera abortista, entre piquetes de pueblos originarios y personajes afirmados en una ética que nunca llega al cuerpo de los actores, lo más atractivo se descubra en los terribles personajes de Nevares Sosa, compuesto magistralmente por un histriónico Lito Cruz y Verónica, amigos y cómplices en su modo impúdico de hacer maldades. Y no se trata sólo de buenas actuaciones sino de carisma porque se le perdona a Verónica haber abandonado a su hija en una plaza frente al insípido personaje de Krum, la abogada idealista que enamora al marido de Verónica ,enfundado en el cuerpito atlético de Echarri. Porque las buenas intenciones, la pulcritud política, la densidad social se desmoronan ante esa escena donde Alma, la niña con dotes proféticas , une las manos de su papá y de Mariana como un modo de decirles en silencio que pueden concretar su amor, que ella le teme a su madre, que necesita ser salvada de las garras de Verónica. Después de esta gloria del ridículo pedimos un poco más del show de Brédice que parece reírse de todo y estar contando otra historia.

El elegido puede verse de lunes a jueves a las 22:30 por Telefé

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