Si las acciones de los sujetos políticos nunca deben pensarse como simple
manifestación de un estado de ánimo personal sino que corresponden a un
entramado de estrategias de las que ellos son la cara más visible, las sucesivas
acciones del gobernador de la provincia de Buenos Aires esconcen algo más que
los límites de una ineficaz gestión.
A mi me interesaba la audacia de pensarlas desde un sentido positivo,
entendido este como productivo, como generador de un sistema político, de una
ideología que busca propagandizarse. Me atrevo, entonces a afirmar que la
decisión de Daniel Scioli de pagar el aguinaldo en cuatro cuotas responde a una
prueba piloto que un sector importante de la política quiere ensayar: la de
volver a implementar el ajuste como un modo de señalar con un dedo a la
presidenta y decir: por el despilfarro de los últimos años ahora debemos
ajustar. No niego los problemas reales de la provincia en la que vivo, lo que
quiero expresar es que esos problemas no se deben a una ineficacia en la
administración sino a un resultado elegido, buscado.
Si el kirchnerismo educó a la sociedad en la buena administración de
los recursos, en un modo pedagógico de instrumentar el dinero del estado para
crecer en todas las áreas, si el gobierno se convirtió en un modo de construir
soluciones y no repetir el latiguillo del no se puede, si el estado parece
funcionar más como aliado que como generador de obstáculos, un importante sector
de la derecha (por no decir toda) está harta de este mal acostumbramiento de la
ciudadanía. Si ellos quieren volver al poder tienen que pensar de qué modo van a
volver a instalar sus políticas de ajuste sin que la sociedad se rebele. Su
prédica contra la crispación y el conflicto no sólo obedece a una mirada
política que parte de la imposición silenciosa disfrazada de consenso, es
también una estrategia para demonizar cualquier toma de partido que implique una
consiente defensa de los propios derechos. Que las familias estén enfrentadas y
varios amigos se hayan dejado de hablar por diferencias políticas es para ellos
una escena reveladora del daño provocado por el kirchnerismo a la sociedad.
Entonces habrá que volver a esas instancias donde la armonía se construía
gracias al silencio cómplice, al modo elegante de eludir las verdaderas
diferencias.
Que el sistema económico kirchnerista fracase es absolutamente necesario para
que la derecha pueda existir. Scioli es el experimento, el mascarón de proa para
intentar señalar un limite. El gobernador acepta el riesgo político porque su
construcción no se basa en su eficiencia sino en su modo ambiguo de diluirse.
Nunca tiene una opinión tajante, ni una decisión clara. Scioli es un gran
misterio. No se sabe qué le pasa. Es un ser impávido que se sostiene en el
maremágnum político argentino y que es dueño de un caudal de votos envidiable.
Pero la derecha, que es una gran generadora de conflictos, aunque intenta
borrarlos. Ha decidido confrontar abiertamente con la presidenta a partir de una
estrategia confusa. Es que la confusión es siempre su gran arma. Por eso no
quiere ciudadanos discutidores y críticos porque cuando comenzamos a
posicionarnos y aprendemos a defendernos son muchas las cosas que se salvan de
la gran espesura de la confusión. La derecha entonces vuelve con Scioli a las
viejas épocas donde una crisis internacional era la excusa perfecta para
justificar un ajuste. No se puede pagar el aguinaldo, no hay plata, haya que
reducir gastos. Lo intentaron como un modo de señalar que lo que había tocado
fondo era la política nacional y Scioli funcionaba como un díscolo gobernador
que lo ponía en evidencia. De ese modo buscan volver a establecer una situación
de malestar. Una sociedad ofuscada porque tiene menos dinero en el bolsillo.
No es casual que este anuncia de Scioli viniera de la mano del paro convocado
por Hugo Moyano. Existe una fuerte voluntad de generar un clima de convulsión
social bajo la bandera del no conflicto.
Por esos días quede deslumbrada con el discurso de varios dirigentes de
izquierda. En el programa de Gustavo Silvestre un coro conformado por Vilma
Ripol y Cristian Castillo decía que muchos trabajadores prefieren trabajar menos
horas para ganar menos y no tener que pagar impuestos a las ganancias. Pocas
veces he visto una mayor encerrona argumental . Vivimos un tiempo histórico en
el que una enfermara, un camionero un docente pueden llegar a un nivel salarial
importante, a tal punto de tener que rendir su impuesto a las ganancias. Pero,
justamente por esa razón los trabajadores prefieren ganar menos. Me encantaría
conocer un sistema político en el que quede abolido el pago de impuestos, un
país donde existan paritarias sin techo como exige Pitrola.
Todo forma parte de una misma ideología propiciadora del fracaso.
Es tan desesperado el afán de hacer fracasar al gobierno nacional que no les
importa sacrificarse. En gran medida porque Scioli como futuro candidato de la
derecha, no sería el hombre eficaz y estadista sino el restaurador de la paz de
los cementerios. La figura visible que se ocupe de apaciguar todo aquello que
los años de vehemencia kirchnerista pusieron en discusión.
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