Existe una especie de ideología, que podría llamarse la política de la
inacción que se ocupa de despojar a la política de su carga de efectividad.
Dentro de esta línea política los funcionarios deben actuar como meros
burócratas que no resuelven problemas ni producen mejoras en la sociedad sino
que se encargan de contener situaciones conflictivas y educar a la población en
la ideología de la imposibilidad. Los problemas por los que atraviesa una
sociedad jamás pueden ser resueltos. Las demandas son utopías ridículas que
dejan en un lugar desvalido al que se atreve a pronunciarlas.
Roberto Esposito habló de ciertas formas de democracias acéticas y silentes,
sin valores ni sentidos, que él como intelectual de izquierda propagandizaba,
con la fantasía de que la acción y el sentido sería otorgado por la acción de
las masas. Un poder neutralizado y neutralizador es el ideal tanto del
neoliberalismo como de la izquierda revolucionaria. El primero porque necesita
despojar de toda idea de acción transformadora a la sociedad y la segunda porque
cree que ese es el escenario propicio para la participación del pueblo.
Desde la llegada del kirchnerismo al poder esta formulación se vio derrotada
o, al menos, herida de forma irreversible porque Néstor Kirchner demostró que se
puede llegar a la presidencia de la nación para resolver problemas, para mejorar
la vida de los ciudadanos y para visibilizar conflictos como una herramienta
dinamizadora de la vida social donde los distintos sectores adquieren
protagonismo y capacidad de presión. La sociedad entera crece bajo este tipo de
ideología, tanto quienes se sienten identificados con ella como quienes la
detestan.
Pero a partir del momento que la crisis internacional se hizo más profunda.
Cuando la Europa próspera de hace unos años ya no es un ejemplo, cuando la
Argentina no se muestra como un país que usa esa crisis como excusa para el
ajuste, algunos exponentes de la política de la imposibilidad intentan volver a
implementar su fórmula, básicamente porque si no lo consiguen no tienen chances
de volver al poder. Para ganarle al kirchnerismo es indispensable destruirlo y
para destruirlo deben propiciar las condiciones de una desilusión
colectiva. Ellos saben muy bien que toda experiencia política que recupera la
épica, el mito, la adhesión desde un lugar afectivo cuando fracasa genera un
sentimiento de frustración y desánimo muy profundo. La derecha sólo puede ganar
las elecciones creando una sociedad derrotada, replegada, que ya no está
dispuesta a salir al ruedo.
Por supuesto que en un escenario acostumbrado a una política de causas y
efectos su estrategia no deja de desconcertar. La pregunta que surge es qué
provecho pueden sacar de pagar un aguinaldo fraccionado o no resolver un
prolongado paro de subtes. La respuesta más simple, la que más se ha escuchado
por estos días es la de trasladar el costo político al gobierno nacional. Yo no
descarto totalmente esta alternativa pero me atrevo a disentir, a señalar que no
es ese su principal objetivo.
Lo que yo creo es que personajes como Daniel Scioli y Mauricio Macri, como
las caras visibles de una mecánica política que es mucho más que estos dos
nombres, buscan generar un estado de frustración constante. Aunque parezca
surrealista lo que voy a decir, para la lógica que sostiene a Macri es más
efectiva la desolación, la angustia, la impotencia y la furia que genera la
huelga del subte que la habilidad para resolver un conflicto. Porque ellos
apuntan a una ciudadanía frustrada, encerrada en una situación que no sabe como
resolver antes que a una idea social de sectores políticos activos que demandan
y a los que es necesario complacer, aunque sea en parte, para resolver el
conflicto. Porque para que una huelga de estas características llegue a su fin
es necesario negociar y esto significa ceder. Este análisis no deja afuera la
posibilidad de que la estrategia del macrismo funcione como un boomerang,
fundamentalmente porque esta sociedad no es la misma que la de la década del
noventa, tiene una capacidad de reacción mucho más efectiva y tiene conquistas a
las que no va a renunciar.
Cuando Macri dice que desconoce a los metro delegados está reproduciendo la
misma lógica que en los años del menemismo. En los noventa existía una
conflictividad social que era ninguneada por el gobierno. La estrategia era
dejar a esos sujetos que se manifestaban casi en una posición de ridículo, como
piezas arqueológicas que no entendían por donde pasaba el nuevo mundo. Macri no
puede llegar a tanto. Su camino es el de negar el conflicto. Sostener que esa
política de concreción de acciones sociales es altamente conflictiva y que por
una paz absolutamente impostada habría que sacrificar las resoluciones, las
acciones concretas.
Otro ejemplo que funciona en el mismo sentido es el ocurrido hace unos meses
cuando en una villa de emergencia le reclamaban al gobierno de la ciudad un
micro para que los chicos pudieran asistir a la escuela. Una demanda tan
sencilla de resolver para el estado fue rechazada aludiendo que después en otras
villas iban a pedir lo mismo. Macri prefirió pagar el costo de un corte en la
autopista antes que brindar un servicio de tan fácil resolución para una gestión
de gobierno que podría otorgar muchos beneficios en relación a la educación de
los niños y a la organización de la vida de una comunidad. Lo que para la
gestión macrista sería un acto de beneficencia es en la lógica del trabajo
social una inversión que pone en valor la subjetividad de las personas
implicadas. Pero Macri no quiere darle entidad de sujeto a las personas
demandantes, quiere borrarlas en su capacidad de intervención.
Opera en sintonía con el discurso mediático donde hace cuatro años que
anuncian una crisis. La propagandización del miedo necesita ser acompañada de
ese ajuste que algunos gobernadores intentan implementar. No se trata sólo de un
problema de dinero sino de ver como se puede contener a una sociedad que desde
hace nueve años es un factor decisivo en el avatar político argentino. Como en
los noventa el objetivo es destruir al pueblo como un factor determinante, como
un elemento de tensión al momento de implementar una política de estado.
domingo, 12 de agosto de 2012
domingo, 15 de julio de 2012
La provincia de Buenos Aires como prueba piloto
Si las acciones de los sujetos políticos nunca deben pensarse como simple
manifestación de un estado de ánimo personal sino que corresponden a un
entramado de estrategias de las que ellos son la cara más visible, las sucesivas
acciones del gobernador de la provincia de Buenos Aires esconcen algo más que
los límites de una ineficaz gestión.
A mi me interesaba la audacia de pensarlas desde un sentido positivo, entendido este como productivo, como generador de un sistema político, de una ideología que busca propagandizarse. Me atrevo, entonces a afirmar que la decisión de Daniel Scioli de pagar el aguinaldo en cuatro cuotas responde a una prueba piloto que un sector importante de la política quiere ensayar: la de volver a implementar el ajuste como un modo de señalar con un dedo a la presidenta y decir: por el despilfarro de los últimos años ahora debemos ajustar. No niego los problemas reales de la provincia en la que vivo, lo que quiero expresar es que esos problemas no se deben a una ineficacia en la administración sino a un resultado elegido, buscado.
Si el kirchnerismo educó a la sociedad en la buena administración de los recursos, en un modo pedagógico de instrumentar el dinero del estado para crecer en todas las áreas, si el gobierno se convirtió en un modo de construir soluciones y no repetir el latiguillo del no se puede, si el estado parece funcionar más como aliado que como generador de obstáculos, un importante sector de la derecha (por no decir toda) está harta de este mal acostumbramiento de la ciudadanía. Si ellos quieren volver al poder tienen que pensar de qué modo van a volver a instalar sus políticas de ajuste sin que la sociedad se rebele. Su prédica contra la crispación y el conflicto no sólo obedece a una mirada política que parte de la imposición silenciosa disfrazada de consenso, es también una estrategia para demonizar cualquier toma de partido que implique una consiente defensa de los propios derechos. Que las familias estén enfrentadas y varios amigos se hayan dejado de hablar por diferencias políticas es para ellos una escena reveladora del daño provocado por el kirchnerismo a la sociedad. Entonces habrá que volver a esas instancias donde la armonía se construía gracias al silencio cómplice, al modo elegante de eludir las verdaderas diferencias.
Que el sistema económico kirchnerista fracase es absolutamente necesario para que la derecha pueda existir. Scioli es el experimento, el mascarón de proa para intentar señalar un limite. El gobernador acepta el riesgo político porque su construcción no se basa en su eficiencia sino en su modo ambiguo de diluirse. Nunca tiene una opinión tajante, ni una decisión clara. Scioli es un gran misterio. No se sabe qué le pasa. Es un ser impávido que se sostiene en el maremágnum político argentino y que es dueño de un caudal de votos envidiable.
Pero la derecha, que es una gran generadora de conflictos, aunque intenta borrarlos. Ha decidido confrontar abiertamente con la presidenta a partir de una estrategia confusa. Es que la confusión es siempre su gran arma. Por eso no quiere ciudadanos discutidores y críticos porque cuando comenzamos a posicionarnos y aprendemos a defendernos son muchas las cosas que se salvan de la gran espesura de la confusión. La derecha entonces vuelve con Scioli a las viejas épocas donde una crisis internacional era la excusa perfecta para justificar un ajuste. No se puede pagar el aguinaldo, no hay plata, haya que reducir gastos. Lo intentaron como un modo de señalar que lo que había tocado fondo era la política nacional y Scioli funcionaba como un díscolo gobernador que lo ponía en evidencia. De ese modo buscan volver a establecer una situación de malestar. Una sociedad ofuscada porque tiene menos dinero en el bolsillo.
No es casual que este anuncia de Scioli viniera de la mano del paro convocado por Hugo Moyano. Existe una fuerte voluntad de generar un clima de convulsión social bajo la bandera del no conflicto.
Por esos días quede deslumbrada con el discurso de varios dirigentes de izquierda. En el programa de Gustavo Silvestre un coro conformado por Vilma Ripol y Cristian Castillo decía que muchos trabajadores prefieren trabajar menos horas para ganar menos y no tener que pagar impuestos a las ganancias. Pocas veces he visto una mayor encerrona argumental . Vivimos un tiempo histórico en el que una enfermara, un camionero un docente pueden llegar a un nivel salarial importante, a tal punto de tener que rendir su impuesto a las ganancias. Pero, justamente por esa razón los trabajadores prefieren ganar menos. Me encantaría conocer un sistema político en el que quede abolido el pago de impuestos, un país donde existan paritarias sin techo como exige Pitrola.
Todo forma parte de una misma ideología propiciadora del fracaso.
Es tan desesperado el afán de hacer fracasar al gobierno nacional que no les importa sacrificarse. En gran medida porque Scioli como futuro candidato de la derecha, no sería el hombre eficaz y estadista sino el restaurador de la paz de los cementerios. La figura visible que se ocupe de apaciguar todo aquello que los años de vehemencia kirchnerista pusieron en discusión.
A mi me interesaba la audacia de pensarlas desde un sentido positivo, entendido este como productivo, como generador de un sistema político, de una ideología que busca propagandizarse. Me atrevo, entonces a afirmar que la decisión de Daniel Scioli de pagar el aguinaldo en cuatro cuotas responde a una prueba piloto que un sector importante de la política quiere ensayar: la de volver a implementar el ajuste como un modo de señalar con un dedo a la presidenta y decir: por el despilfarro de los últimos años ahora debemos ajustar. No niego los problemas reales de la provincia en la que vivo, lo que quiero expresar es que esos problemas no se deben a una ineficacia en la administración sino a un resultado elegido, buscado.
Si el kirchnerismo educó a la sociedad en la buena administración de los recursos, en un modo pedagógico de instrumentar el dinero del estado para crecer en todas las áreas, si el gobierno se convirtió en un modo de construir soluciones y no repetir el latiguillo del no se puede, si el estado parece funcionar más como aliado que como generador de obstáculos, un importante sector de la derecha (por no decir toda) está harta de este mal acostumbramiento de la ciudadanía. Si ellos quieren volver al poder tienen que pensar de qué modo van a volver a instalar sus políticas de ajuste sin que la sociedad se rebele. Su prédica contra la crispación y el conflicto no sólo obedece a una mirada política que parte de la imposición silenciosa disfrazada de consenso, es también una estrategia para demonizar cualquier toma de partido que implique una consiente defensa de los propios derechos. Que las familias estén enfrentadas y varios amigos se hayan dejado de hablar por diferencias políticas es para ellos una escena reveladora del daño provocado por el kirchnerismo a la sociedad. Entonces habrá que volver a esas instancias donde la armonía se construía gracias al silencio cómplice, al modo elegante de eludir las verdaderas diferencias.
Que el sistema económico kirchnerista fracase es absolutamente necesario para que la derecha pueda existir. Scioli es el experimento, el mascarón de proa para intentar señalar un limite. El gobernador acepta el riesgo político porque su construcción no se basa en su eficiencia sino en su modo ambiguo de diluirse. Nunca tiene una opinión tajante, ni una decisión clara. Scioli es un gran misterio. No se sabe qué le pasa. Es un ser impávido que se sostiene en el maremágnum político argentino y que es dueño de un caudal de votos envidiable.
Pero la derecha, que es una gran generadora de conflictos, aunque intenta borrarlos. Ha decidido confrontar abiertamente con la presidenta a partir de una estrategia confusa. Es que la confusión es siempre su gran arma. Por eso no quiere ciudadanos discutidores y críticos porque cuando comenzamos a posicionarnos y aprendemos a defendernos son muchas las cosas que se salvan de la gran espesura de la confusión. La derecha entonces vuelve con Scioli a las viejas épocas donde una crisis internacional era la excusa perfecta para justificar un ajuste. No se puede pagar el aguinaldo, no hay plata, haya que reducir gastos. Lo intentaron como un modo de señalar que lo que había tocado fondo era la política nacional y Scioli funcionaba como un díscolo gobernador que lo ponía en evidencia. De ese modo buscan volver a establecer una situación de malestar. Una sociedad ofuscada porque tiene menos dinero en el bolsillo.
No es casual que este anuncia de Scioli viniera de la mano del paro convocado por Hugo Moyano. Existe una fuerte voluntad de generar un clima de convulsión social bajo la bandera del no conflicto.
Por esos días quede deslumbrada con el discurso de varios dirigentes de izquierda. En el programa de Gustavo Silvestre un coro conformado por Vilma Ripol y Cristian Castillo decía que muchos trabajadores prefieren trabajar menos horas para ganar menos y no tener que pagar impuestos a las ganancias. Pocas veces he visto una mayor encerrona argumental . Vivimos un tiempo histórico en el que una enfermara, un camionero un docente pueden llegar a un nivel salarial importante, a tal punto de tener que rendir su impuesto a las ganancias. Pero, justamente por esa razón los trabajadores prefieren ganar menos. Me encantaría conocer un sistema político en el que quede abolido el pago de impuestos, un país donde existan paritarias sin techo como exige Pitrola.
Todo forma parte de una misma ideología propiciadora del fracaso.
Es tan desesperado el afán de hacer fracasar al gobierno nacional que no les importa sacrificarse. En gran medida porque Scioli como futuro candidato de la derecha, no sería el hombre eficaz y estadista sino el restaurador de la paz de los cementerios. La figura visible que se ocupe de apaciguar todo aquello que los años de vehemencia kirchnerista pusieron en discusión.
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